Autojustificación
Francisco Rodríguez martes 17, Jul 2012Índice político
Francisco Rodríguez
Ya dio inicio la tournée del adiós. La emprendió Felipe Calderón y el tono de su discurso no es otro, no podía ser otro sino el de la autojustificación.
“Tengo la conciencia tranquila por haber actuado hasta el límite de mis capacidades…” que, por cierto, no deben ser muchas, por los resultados brindados.
Bastante limitadito, pues.
Nada novedoso en tal discurso. Prácticamente no hay criminal que confiese abiertamente el tener la conciencia tranquila. Así pretenden engañarse a sí mismos, aunque no consigan adulterar la opinión que de ellos tenemos los demás.
No sé usted, pero yo siempre he desconfiado de todos aquellos que cada vez más frecuentemente nos sueltan el retruécano de tener conciencia -lo que en la mayor parte de los casos es de dudarse- y, todavía más de quienes dicen tenerla en paz, sosiego o ecuanimidad.
Porque, ¿de qué rayos nos sirve a los millones de mexicanos depauperados durante los últimos seis años que quien ocupa Los Pinos desde el 2006 tenga la conciencia tranquila cuando la nuestra está intranquila por los miles de asesinatos, los centenares de millones robados al erario y, entre muchas otras cosas más, la institucionalización del fraude como estilo de vida?
Me preocupo cada vez que escucho a alguien proclamar, con la complacencia de un gato satisfecho relamiéndose los bigotes, que tiene la conciencia tranquila.
¿Cómo es posible tener la conciencia tranquila, a no ser que la tengamos anestesiada, drogada o alcoholizada?
A la conciencia es mejor tenerla intranquila, despierta, en alerta digo yo.
Nadie presume de un oído tranquilo, ni de un olfato tranquilo y, yo menos que nadie, de un apetito tranquilo.
Pero no, el tipo que como Calderón duerme con la conciencia tranquila, dice dejar de ocupar Los Pinos con la conciencia tranquila.
Si es que tiene conciencia del desastre que tras de sí nos deja.
Por eso, es que tanta tranquilidad de Calderón me resulta perturbadora.
Y fue así que mi intranquilo consciente se puso a indagar… sólo para encontrar que, a mediados de la anterior década, un grupo de investigadores en psicología social -Roy F. Baumeister, Jennifer D. Campbell, Joachim I. Krueger y Kathleen D. Vohs- le ha dado la vuelta a ese gran mito triunfante de la personalidad contemporánea. El de la autoestima.
Y explican que la idea extendida en la sociedad del éxito es que la gran autoestima, la opinión muy favorable de uno mismo, es una garantía de beneficios para el individuo y su entorno.
Y que, por el contrario, la baja autoestima estaría en el origen de muchos problemas sociales y actos de delincuencia.
Pero en el trabajo publicado Scientific American pone en duda esos parámetros superficiales.
Las personas que cometen delitos más o menos abominables, las que tienen tendencia al abuso y a la bravuconada, o aquellas que actúan condicionadas por mayores prejuicios de sexo o raza, suelen tener una opinión excelente de sí mismas. Esto es, una extraordinaria autoestima a prueba de todo tipo de crítica.
A Calderón y a su ¿conciencia? ¿tranquila? habría que recordarles que a finales del siglo XVIII, Samuel Johnson hizo pública una sentencia que desde entonces se ha convertido en clásica: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Nada hay que objetar a esta sentencia salvo su limitación. Porque, además del patriotismo, hoy los canallas cuentan con otras excelentes defensas, entre las que destacan dos por su capacidad para soltar en cualquier discurso de auto-justificación: la conciencia y la tranquilidad.
No sólo recurren a ellas los canallas. También los tontos con iniciativa, los pagados de sí mismos, los que arriesgan la suerte de otros en dizque guerras con las que cubren su protección al que ubican como enemigo, los que necean en su propio error hasta dar paso al horror. Todos ellos pueden cobijarse, y casi siempre lo hacen, tras alguna de estas dos grandes palabras: conciencia y tranquilidad.
¿De verdad las tiene Calderón?
Índice Flamígero: A la desastrosa gestión de Felipe Calderón todavía le quedan 138 días para seguir traicionando lo que haya que traicionar.