Peña Nieto, un Presidente por descubrir
Roberto Vizcaíno jueves 28, Jun 2012Tras la puerta del poder
Roberto Vizcaíno
- México vive uno de los sistemas electorales más avanzados del mundo, pero bajo sospecha
- Andrés Manuel López Obrador es un político arcaico en todo, que siembra dudas
- EPN, por su parte, es un joven estadista moderno, con sentido de Estado y visión de futuro
La experiencia indica que no existe ninguna campaña igual que otra. Todas son distintas. Es obvio, las circunstancias y los personajes son diferentes.
Sin embargo, en cada caso influyen consecuencias de las anteriores.
Los procesos electorales de la época posrevolucionaria, hasta el de 1988 al parecer fueron muy similares. Lo importante era entonces la definición del candidato del PRI. Lo demás era la legitimación de esa designación.
Con la separación de Cárdenas y los demás que lo acompañaron en la ruptura con el PRI en 1987, y su posterior lanzamiento como candidato presidencial del Frente Democrático, cambió la historia y el sistema. El régimen no estaba diseñado, no tenía ni las instituciones ni los mecanismos, para una elección democrática. No existía nada de eso porque hasta entonces no se requería. El presidente elegía a su sucesor y la campaña de este era sólo para legitimar su ascenso al poder. El secretario de Gobernación conducía el proceso y el Congreso hacía la declaratoria de validación de la elección. El número de votos era el que le gustara al presidente electo.
Las consecuencias de la candidatura de Cárdenas las vivimos hoy: la creación de un Instituto Federal Electoral con consejeros ciudadanos elegidos a través del Congreso; la existencia de un Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación autónomo y con fallos irrebatibles y no impugnables. La creación de una enorme red de autoridades y representantes electorales de partidos y candidatos que operan alrededor de cada una de las 140 mil casillas que se colocan en los 300 distritos electorales en que se divide el país. Todos ellos deben vivir dentro de la sección geoelectoral donde se abre cada casilla. La votación que vigilan, conducen y sancionan se realiza con base en boletas foliadas e infalsificables, y un listado de electores con nombre, dirección y foto del interesado. En una casilla no pueden votar más que los que aparecen en la lista que nunca son más de 800. Al final todos, autoridades y representantes firman cada acta con el cómputo de voto levantado en cada casilla.
Ya no hay posibilidad de la realización de las viejas prácticas del “Carrusel” –llevar camiones llenos de “votantes” de una casilla a otra-; ni “embarazar urnas” –es decir, meter paquetes de 1 mil, 2 o 5 mil votos en una urna-; ni aplica la operación “tamal” –que consistía en colocar amarrados votos dentro de las urnas en favor de un candidato-; ni “casillas –zapato”, donde todos los votos eran para un solo candidato. (Cuando esto ocurre, se abre una investigación y se puede dar en comunidades indígenas donde todos se ponen de acuerdo para sufragar por una sola persona)
Todo esto es consecuencia de aquella cuestionada elección de 1988 en que participó Cárdenas.
Desde entonces también prevalece la sospecha del fraude y de ahí surgió lo que hoy se conoce como “periodismo militante”, que no es otra cosa que la realización de un periodismo abiertamente en favor de un candidato, corriente o partido. De esto no se escapan los propios medios.
Este ejercicio, aunado al bajo nivel educativo y cultural-político de los mexicanos, provoca una importante deformación en la percepción de sectores y lectores, cuyos miembros ubican a periodistas o sus medios en tal o cual bando de acuerdo a las informaciones que manejen.
Informar sobre una encuesta o dar a conocer alguna declaración, o acción de un candidato, lleva de inmediato a estos sectores a calificar a los periodistas como “al servicio” de tal o cual personaje. El asunto se complica al saber que algunos medios y periodistas juegan ese papel.
DEMOCRACIA DEFORMADA
Dentro de este contexto los mexicanos vivimos hoy una democracia efectiva, pero siempre bajo sospecha.
Este problema se ha agravado con la participación de Andrés Manuel López Obrador, un político altamente atractivo para ciertos sectores y un conglomerado que podría andar entre los 3 a 9 millones de simpatizantes. Importante, pero no suficiente para llegar a Los Pinos.
Su origen y estructura lo llevan a emprender candidaturas y encabezar acciones de las que luego surge como víctima. Y eso envenena e inyecta odios y desconfianzas en sus seguidores en un ambiente muy cercano al fanatismo religioso. Lo interesante es que ahí no sólo se agrupan simpatizantes del pueblo, sino que se incluyen intelectuales y estudiosos de alta escuela, que debieran ser, por formación académica, más racionales y autocríticos.
Su persistencia en la vida pública y ambición hace que sus movimientos sean ya circulares, todos casi iguales en su origen, modo y destino.
Lo sobresaliente es que no todo lo hecho por López Obrador ha sido una mala experiencia, pues gracias a él hoy existe una norma electoral más depurada y menos falible, en el entendido de que nada puede ser perfecto.
Lo cierto es que el México electoral de hoy no es para nada el de hace 12 años ni el de 20 o más. Hoy sí existe el sufragio efectivo gracias a Cárdenas y a las aportaciones de López Obrador, muy a pesar de éste, que todo lo sigue poniendo en duda.
AMADOS Y ODIADOS
Luego de la experiencia de la actuación de López Obrador en el proceso presidencial de 2006, que lo llevó a ser un candidato altamente competitivo, muy atractivo para grandes segmentos de la masa y al mismo tiempo de la intelectualidad, una especie de atracción masiva por un sujeto que en sí mismo era entre un místico y un revolucionario, que prometía destruirlo todo para levantar otra cosa, de la que ni él mismo dio nunca una explicación coherente sobre su objetivo y destino, el “sistema” caminó hacia su vacunación.
Vino la Reforma Electoral y política y las nuevas normas que se van a aplicar en esta elección de 2012.
López Obrador transitó los últimos 6 años recorriendo el país, rumiando su rencor, trasminándolo a sus seguidores, y construyendo una red electoral que él supone será hoy una garantía para su triunfo. En este tiempo no pudo someter ni controlar a su estructura emocional, rijosa, apolítica, ajena al sentido de Estado y absolutamente lejana a la política, y le mostró a todo el país y al mundo su Presidencia Legítima, y su terco intento por deslegitimar a quien formalmente le ganó, metiendo al Senado y especialmente a la Cámara de Diputados un ambiente de confrontación que derivó en enfrentamientos físicos y una degradación nunca antes vista.
Mientras eso ocurría, en el Estado de México surgía el liderazgo de Enrique Peña Nieto. Lo hizo en medio de una gubernatura débil, acotada, en la que su partido apenas pintaba en las alcaldías y casi no tenía representación en el Congreso local y federal, y dentro de un PRI disminuido, sin personajes predominantes.
Nadie a nivel nacional y estatal hace 6 años daba nada por Peña Nieto, quien además apenas llegaba a los 39 años de edad.
Sumamente ordenado, con una inusual capacidad de proyección y ejecución administrativa, financiera y política, altamente carismático, comenzó a apoyar a los aspirantes a otras gubernaturas y en 2009 dio un campanazo al recuperar la mayoría de las presidencias municipales en su estado y la mayoría en el congreso estatal y en la Cámara de Diputados federal.
Al mismo tiempo y con base en toda esta actuación y triunfos, se convirtió en forma natural en el líder de su partido. Y así, al salir de la gubernatura, obtuvo la candidatura presidencial.
Hoy a Enrique Peña Nieto y a Andrés Manuel López Obrador los hermana un par de elementos: o son amados o son odiados. Prácticamente no hay posiciones intermedias hacia ellos.
Ambos han sido atacados como a ningún otro. Y a los dos los siguen fielmente importantes segmentos de la sociedad.
Pero uno no tiene nada que ver con el otro. Peña Nieto es un político joven, habla inglés y tiene una visión moderna del mundo. Quienes le rodean son políticos altamente preparados. El escritor Carlos Tello que acaba de hacer un perfil de él, lo define como: muy ordenado, cálido en su trato y muy frío en sus decisiones.
AMLO es estructuralmente arcaico en todo, no sabe ni le interesa saber otro idioma, no le interesan las relaciones de México con el mundo y persiste en avanzar sobre un modelo que tiene poco futuro.
López Obrador afirma que ahora sí él ganará las elecciones y será Presidente de México.
La victoria de Peña Nieto se la adelantan las encuestas y la experiencia de los analistas y operadores políticos, y su propia personalidad que lo ha llevado a reestructurar y a movilizar al PRI, que hoy muestra una fuerza más allá de toda duda.
Los odios y los amores los seguirán a los dos, pase lo que pase.