El mala leche
Roberto Vizcaíno jueves 21, Jun 2012Tras la puerta del poder
Roberto Vizcaíno
- Los procesos de sucesión en Europa están marcados por el apego a la legalidad
- España y Francia, dos ejemplos que nos llevan a pensar que aquí también puede ocurrir
- Los seguidores de López Obrador convierten el veneno del mesías en suyo
Las recientes elecciones europeas dejaron en muchos ánimos mexicanos un importante aliento de esperanza. Si eso sucede allá, ¿por qué no podemos aspirar a que ocurra aquí?
¿De qué hablo? Le explico: allá partidos políticos que postulan y siguen una ideología, los de izquierda son de izquierda y buscan la justicia social; los del centro son del centro y actúan bajo el principio del equilibrio entre unos y otros y los de derecha son abiertamente conservadores y los hay incluso de ultraderecha, que actúan bajo la bandera del racismo y el nacionalismo a ultranza.
Allá esos partidos postulan candidatos y hay contiendas rápidas y sin piedad, pero respetuosas y ajenas a la violencia verbal y física. Quien gana, gana y los demás reconocen.
Una vez ocurridas las elecciones y decidido el ganador, el cambio en el poder se realiza en semanas. El saliente prepara la entrega y el entrante asume el control. No hay traumatismos ni conjuras. La vida sigue su curso.
La virtud es que todos saben qué se necesita para gobernar y que dos, tres o cuatro años después habrá una nueva contienda y nuevos comicios y nuevo jefe de Estado y nuevo parlamento. Juego nuevo.
Dos procesos recientes han dejado marca entre quienes desde este sufrido continente americano seguimos los cambios del poder en el viejo continente: las sucesiones de Francia y España.
En el caso español, el presidente saliente y líder del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero (52 años de edad), entendió que no había hecho un buen gobierno y no se apuntó para la relección. Pudo hacerlo y no lo hizo. Dejó el campo libre para que su segundo dentro del gobierno y el partido, Alfredo Pérez Rubalcaba (61 años de edad) intentara rescatar lo posible.
Los electores echaron casi a patadas a los socialistas y dieron el poder a Mariano Rajoy, del Partido Popular algo así como el PAN mexicano con fuertes toques de ultraconservadores en sus filas.
Rajoy llegó y lo primero que hizo fue irse contra los derechos sociales y darle curso a una nueva Ley Laboral muy recargada contra los trabajadores y muy benéfica para los patrones. Hoy los españoles abominan al nuevo gobierno.
Pero eso ocurrió porque los socialistas entregaron el poder sin oponer ninguna argucia o resistencia y porque José Luis Rodríguez Zapatero tomó su maleta y se fue hasta del partido. Hoy a sus 52 años de edad es uno más de los jubilados de la política europea.
En Francia fue al revés, el conservador Nicolas Sarkozy (57 años de edad) sí se presentó a la reelección contra el socialista Fracois Hollande (de 58 años de edad) y perdió.
Diez días después entregó el mando político, económico y nuclear de Francia al socialista Hollande, tomó su maleta, agarró a su bella e inteligente esposa de la mano, a la modelo y cantante Carla Bruni y junto con su pequeña hija Giulia se retiró de la política y se fue a vivir la vida.
Fácil.
Algo similar ocurrió antes en Inglaterra cuando Tony Blair le dejó el cargo de primer ministro a su amigo Gordon Brown y luego este perdió ante el joven David Cameron y en Alemania cuando Gerhard Schroeder fue derrotado por apenas unas décimas por Ángela Merkel y cuando ambos resolvieron ese conflicto en la forma más salomónica posible: de los 15 cargos en el gabinete 7 fueron a dar a manos de los compañeros de Schroeder y 7 a los de la señora Merkel. Fue como si en México se hubiera pactado el reconocimiento del panista Felipe Calderón por Andrés Manuel López Obrador a través de dividirse entre ambos el gabinete y el gobierno.
En todos los casos la transición fue rápida y no pasó ni por tomas de calles ni plazas, ni por presentación de recursos ante los tribunales de aquellos países, mucho menos por acusaciones de fraudes maquinados ni complots.
EN NUESTRA REALIDAD
Cuando vemos estos casos y volteamos a nuestros terrenos y a nuestro actual proceso electoral, tan controlado por nuestro mesías tropical nos damos cuenta qué tan lejos estamos de la democracia europea.
Hoy, pese a contar con instituciones probadas como el IFE y el Trife, a tener partidos relativamente sólidos y experimentados, a una estructura territorial que forma un entramado por demás preparado y candidatos fogueados, así como una ciudadanía atenta e informada, las elecciones y la transición de poderes están bajo sospecha.
Todo ello ocurre en buena medida porque dentro del juego del poder existe un personaje, Andrés Manuel López Obrador, que actúa siempre de mala leche.
Su historia personal está marcada por el conflicto. Mucho se ha escrito de eso.
Amparado bajo la causa de la defensa de los derechos de los ciudadanos, que pueden ser por la posesión de tierras ejidales o de cuestiones como el Fobaproa o el tema de los barrenderos de Villahermosa, o el del rechazo al fraude electoral, él siempre termina encabezando un movimiento.
No tiene caso ya hablar de la toma de Reforma y el Zócalo a fines de 2006.
Hoy López Obrador es candidato presidencial conjunto del PRD, PT y Movimiento Ciudadano.
Lo es luego de realizar una persistente campaña electoral a lo largo de los últimos 6 años en recorridos por el país, y después de que se autodesignó presidente legítimo a fines de 2006, lo que eso signifique.
Lo es porque neciamente se le interpuso y ganó la candidatura a Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno del DF, quien podría haber hecho una muchísimo mejor campaña electoral que él.
Desde que inició la campaña López Obrador ha estado abajo en las encuestas. Así llega al final y a unos días de la elección se mantiene entre 15 y 20 puntos abajo del puntero, el priísta Enrique Peña Nieto.
¿Qué ha hecho al respecto?
Simplemente no reconoce que va abajo. Él dice que “sus” encuestas dan resultados en los cuales él va arriba. Por eso, afirma, sabe que a pesar de que se diga que Enrique Peña Nieto lleva la delantera, él está convencido de que va a ganar. Y para darle validez a su afirmación acusa que todas las encuestas están manipuladas.
Luego advierte que los gobernadores emanados del PRI, 20 en total, han tenido reuniones secretas con el candidato de este partido, Enrique Peña Nieto, para urdir un fraude a través de la compra masiva de votos.
En pocas palabras, López Obrador afirma que millones de mexicanos -¿usted, su vecino, su hijo, su hermano o hermana, su esposa o su compadre o su jefe?- son como ovejas corruptas, seres sin voluntad, que, una de dos: o se acercan a las urnas a ver quién les compra su voto y, dos: se dejan convencer por Televisa (por cierto yo no he visto ningún programa ni de Televisa ni de nadie que me diga por quien debo votar).
¿Cómo podría ocurrir tal cosa sin que nadie se enterara? ¿Cómo los gobernadores podrían meter la mano a la bolsa de sus gobiernos para destinar miles de millones de pesos sin que sus opositores en el Congreso, en los partidos locales, en el gobierno federal, en las contralorías no lo supieran?
Sólo hay una explicación para la desconfianza que hoy muestran algunos respecto de este proceso: la mala leche de este personaje tropical tan lejano de los demócratas europeos y tan cercano a nuestros tan típicos dictadores como Victoriano Huerta, Porfirio Díaz o Hugo Chávez y los otros del cono sur, que sabiendo perfectamente que no va a ganar, siembra dudas y mete cizaña para preparar el conflicto en el que se mueve como peje y lagarto, y del que se beneficia siempre.
Lo interesante para algunos, incluido quien esto escribe, es ver cómo a su alrededor personas inteligentes, preparadas, con gran experiencia se dejan arrastrar por sus discursos.
Cómo convierten el veneno lopezobradorista en suyo y lo defienden hasta la sinrazón.
Cómo pierden el sentido de la realidad y dejan atrás el análisis de los hechos para dejarse ir sólo atrás de los dictados del mesías sin tener la más mínima capacidad de autocrítica.
De cómo responden con odio cuando alguien intenta confrontar sus dichos con datos comprobables surgidos de estudios serios.
Interesante para el estudio psiquiátrico, sin duda para el sociológico y político el de este comportamiento personal que termina convirtiéndose en un factor electoral.
Yo me quedo de entrada con la explicación de que entre ellos y su mesías domina la mala leche, no hay más. Lástima por el país. Ya saldremos de eso, porque no hay mal que dure cien años.
VERDADERAMENTE UN GRAN ARTICULO, MUCHISIMAS FELICIDADES !!!!