¿Qué dicen las encuestas?
Elecciones 2012, Francisco Rodríguez martes 22, May 2012Índice político
Francisco Rodríguez
Una muy extendida corriente de opinión apunta al PRI como ganador en las próximas elecciones presidenciales. Pero lo que no se advierte con claridad es que tal corriente de opinión se ha generado desde algunas tribunas periodísticas y otros medios de comunicación, a través de la afluencia de hipótesis sectarias, por la divulgación de encuestas poco fiables y con la difusión de pronósticos sospechosos de parcialidad.
La constante de las encuestas no atribuye, sin embargo, al PRI más allá del 40 por ciento de votos a favor, mientras que suele fijarse el porcentaje de indecisos -el famoso “no sabe, no contesta”- entre el 20 y el 25 por ciento según el total de la muestra de que se trate.
Fácil es advertir, entonces, que el vaticinio a favor del priísmo no es de fiar, cuando un alto porcentaje del muestreo no se pronuncia. Y ya es sabido que en esa zona es donde se sitúa el electorado no priísta, capaz de inclinar la balanza en la que los propios políticos llaman “la verdadera encuesta” que son las urnas.
Lo que señalan las encuestas -si se leen correctamente- y lo que constituye un dato admisible, es que aproximadamente un tercio de las personas consultadas tiene resuelto ya votar a favor del PRI, pero que, en general, una cuarta parte aún no se ha pronunciado.
Vistas así las cosas, el pronóstico tiene otro sentido; que un poco más de un tercio de los electores haya decidido que Enrique Peña deba ser el próximo presidente está dentro de una hipótesis razonable de distribución de preferencias políticas en el mapa real del México de hoy.
Pero es evidente que poco más de un tercio no significa la mayoría, y también es lógico que en un país grande y con abundante masa proletaria -“los que menos tienen”, es el eufemismo a aplicar- haya un abundante núcleo priísta.
Esa aritmética quiere decir también que casi dos tercios de la población no van por ese camino. Y que un alto porcentaje de indecisos son ahora mismo el objetivo que los partidos y los candidatos persiguen conquistar.
El trasiego de políticos de un partido a otro, los pactos habidos o no habidos entre organizaciones políticas -la del PRI con el Verde, por ejemplo-, la intercambiabilidad de los personajes más representativos, así como la escasa diferenciación entre unos y otros programas o proyectos -más o menos liberales, más o menos progresistas, más o menos conservadores, pero todos con un sustrato afín-, contribuyen a que ese elector que ocupa una ancha franja no se haya decidido aún.
Hay que observar, no obstante, que en todas o casi todas las encuestas, al llegarse a una distribución de los votos encerrados en la franja de “indecisos” -distribución que es hipotética, subjetiva, caprichosa, pues no resulta de los propios datos que se manejan, sino de una interpretación arbitraria-, se atribuye a los citados indecisos una tendencia de voto proporcional a la de los datos que se poseen. Por ejemplo, si se asigna al PRI el casi 40 por ciento en la intención expresada por los encuestados y a López Obrador y a Vázquez Mota les dan un 20 por ciento a cada uno, los encuestadores reparten el 49 por ciento de indecisos conforme a estas proporciones: un 40% para Peña y un quinto para el PRD, lo mismo que para el PAN.
Así, el primero sube a 60% y los segundos a 40. Y esto es una falacia. Ese dato no se deriva de la encuestas, sino de quienes la publican y tiene el mismo nulo fundamento que si se distribuyeran esos votos mitad y mitad o los adjudicara todos a AMLO o todos al PRI. Sin embargo, casi con toda seguridad, el porcentaje a favor de las opciones no priístas se encuentra entre los votantes que no se manifiestan todavía.
Con las encuestas, en fin, lo que se pretende por algunos es crear opinión. De lo que se presenta basado en datos imparciales, fiables, obtenidos científicamente, se pasa a deducciones manipuladas y sectarias, que se descubren apenas se leen detenidamente tales encuestas y se profundiza en sus por cientos y su aritmética.
Conviene, pues, que el elector se vacune contra esas manipulaciones y sobre todo contra esas intenciones escondidas. Y la mejor vacuna es la lectura atenta y el examen riguroso.
Índice Flamígero. ¡Ya sólo faltan 193 días!