Cárceles
¬ Augusto Corro martes 21, Feb 2012Punto por punto
Augusto Corro
Ayer traté el tema de las prisiones latinoamericanas, en las que reina La Muerte. Nos referimos a los 358 muertos registrados en el incendio del penal de Comayagua, en Honduras.
Se trató de un análisis superficial de una tragedia anunciada, porque las masacres en los centros de reclusión son esperadas, por desgracia.
Esas matanzas tarde o temprano llegan a ocurrir ante la imposibilidad de las autoridades para evitarlas. Las cárceles se han convertido, por ejemplo en México, en la prolongación de las guerras entre cárteles de la droga. El poder de los reclusos es tal, que se encuentran muy por encima de los encargados de vigilarlos.
Parece que la misma situación que se vive en los países latinoamericanos es igual en todas las prisiones. O acaso ¿hay algo más poderoso que el dinero de los narcotraficantes?
Esas fortunas permiten a los grupos de internos comprar todo tipo de privilegios y sobornar desde el más modesto vigilante hasta el director del penal.
Así, los interesados logran, a base de sobornos, ingresar a la cárcel: licores, drogas, teléfonos satelitales, pistolas, rifles de alto poder, armas blancas, animales exóticos y sexoservidoras.
En México sobran los ejemplos de la corrupción en las penitenciarías. En algunas situaciones, los propios reclusos, en contubernio con los directos del penal, tenían la oportunidad de salir por las noches a ejecutar a sus enemigos y regresar a sus celdas, después de sus acciones delincuenciales. Además, usaban las armas y los vehículos de sus custodios.
Decenas de presos lograron escapar de los denominados Centros de Readaptación Social (Cereos) ubicados en toda la geografía mexicana. Concretamente, el 2011 fue un año de fugas masivas de reos y de violencia en los penales Hasta donde se ve, nadie se interesa por aplicar medidas preventivas y evitar tragedias de grandes dimensiones.
También, la lucha por supremacía en el interior de los reclusorios es algo que ocurre permanentemente. Antier, en un Cereso de Nuevo León, en Apodaca, para ser más exactos, perecieron cuarenta y cuatro reos, en una riña originada por el poder, en el que se encontraban coludidos los custodios de facciánes diferentes.
Ocurrieron los hechos sangrientos y será el tiempo el encargado de que la tragedia se olvide. Además, se fugaron 30 internos: 25 del fuero federal y 5 del fuero común.
Los presos serán olvidados otra vez, hasta que en días o meses, seguro que no pasará mucho tiempo, se vuelvan a registrar las matanzas por una u otra causa: La sobrepoblación en el sistema penitenciario nacional, en la que se encuentran revueltos internos que purgan condenas por delitos del fuero común y federales. La rehabilitación de los internos es una utopía. No hay leyes que ayuden a los reclusos adictos a las drogas a superar sus problemas.
Las prisiones mexicanas están convertidas en verdaderas bombas de tiempo y las tragedias son esperadas, inevitablemente.
HERIDAS QUE NO CIERRAN
Al cumplirse seis años de la tragedia en Pasta de Conchos (19 de febrero de 2006), en Coahuila los parientes de las víctimas volvieron a exigir el rescate de los restos mortales de los 65 mineros que aún se encuentran bajo tierra.
Los mineros, como otros sectores de la sociedad mexicana, son víctimas de la voracidad de las empresas mineras que en contubernio con las autoridades propicia la explotación de los trabajadores.
Específicamente, el obispo de Saltillo, Coahuila, Raúl Vera López, criticó “el pacto de impunidad que se tejió y se ha mantenido durante las dos administraciones federales que ha encabezado el Partido Acción Nacional (PAN) sobre Pasta de Conchos”. (La Jornada, 19 de febrero de 2012).
Explicó que la oposición permanente del gobierno panista a rescatar los cuerpos de los trabajadores obedece a que las investigaciones comprobarían que “los dejaron morir”.
Basta recordar que en cuanto ocurrió el accidente, tanto empresa como autoridades evadieron su responsabilidad de efectuar el rescate mencionado, como es común que suceda en otras partes del mundo.
Dijo también que en Pasta de Conchos “es el único caso en que los cuerpos siguen bajo tierra, por la negligencia y la corrupción” de autoridades y empresarios.
Acusó de “asesinos a los propietarios de la mina concesionada a Grupo México e Industrial Minera México porque obligaban a los trabajadores a ingresar a la cantera sin las mínimas medidas de seguridad”.
La historia de los mineros en Coahuila es triste porque está llena de abusos y explotación, porque no cuentan con la protección de las leyes para desempeñar su trabajo y porque su futuro es incierto. Siempre están expuestos, como es el caso de las minas de carbón, a las explosiones de gas grisú, ese enemigo silencioso y traicionero que invade las cuevas y estalla con la mínima chispa que surge del choque entre el zapapico y la piedra.
LA CUCHARA GRANDE
Antes de abandonar el poder, el gobernador de Michoacán, Leonel Godoy, ejecutó una acción para beneficiar a sus amigos y colaboradores cercanos: les entregó once notarias en aquella entidad.
Esa actitud fue similar a la ejecutada por Santiago Creel Miranda, quien como secretario de Gobernación, repartió permisos para el funcionamiento de casinos, como si se tratara de programas de cine.
La chamba de notario en México es una de las más lucrativas, además de cómodas. Es una tradición que los gobernadores les concedan los títulos de notarios a sus parientes, amigos y colaboradores cercanos. Vaya privilegios.