Un olor a venganza
Augusto Corro viernes 9, Dic 2011Punto por punto
Augusto Corro
Como se ven las cosas, los cárteles de la droga amenazan en serio la vida política de México. El propio presidente Felipe Calderón Hinojosa toca el tema con una franqueza que mueve a la reflexión.
Por ejemplo, en una reunión con los militantes del Partido Acción Nacional (PAN), el mandatario dijo que había indicios de la intromisión del crimen organizado en la elección registrada el 13 de noviembre en Michoacán.
Y agregó que ello había evitado el triunfo del blanquiazul, cuya candidata fue la hermana del propio presidente, Luisa María.
Esas declaraciones sobre los comicios michoacanos colocaron a Calderón en una posición de franca parcialidad, porque son las autoridades electorales las que deben intervenir para juzgar las anomalías o irregularidades registradas.
Recordemos la historia. Meses antes del día de las elecciones, ya se contemplaban las posibilidades de conflictos electorales en aquella entidad y los dirigentes políticos se reunieron para designar a un candidato único.
Es decir, que no hubiera la contienda electoral en una zona conflictiva por el poder que ejercen los narcos en la vida política, social y económica de la región. No hubo acuerdo y se decidió caminar por la ruta democrática.
Una vez que terminó la contienda electoral, el PAN y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) irrumpieron con una cadena interminable de descalificaciones contra el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y su candidato Fausto Vallejo, el vencedor absoluto en dicha competencia.
El argumento principal manejado por panistas y perredistas para echar abajo del triunfo del tricolor, fue el de la participación del crimen organizado, a través de intimidaciones o amenazas para disuadir a la población de ir a votar, o en caso de emitir el sufragio, que se hiciera a favor de tal o cual candidato.
De tal manera que esa entidad convulsionada por una ola sangrienta derivada de la guerra anticrimen, en la que se trata de un enfrentamiento de todos contra todos, ofrecía un escenario complejo para el ejercicio de la democracia, principalmente por la violencia de los grupos criminales.
Sin embargo, durante el día electoral hubo tranquilidad, salvo algunas rencillas propias al calor de las inclinaciones políticas. El escollo de la posible violencia fue superado. No así las repercusiones de la derrota de Luisa María, la hermana del Presidente, que a pesar de todo el apoyo federal no alcanzó la victoria.
¿Cómo que Luisa María perdió? Fue la primera expresión de sorpresa que externaron aquellos colaboradores e incondicionales de la candidata panista, pues pensaron que con la ayuda federal, el camino hacia la victoria era pan comido, un hecho consumado.
Pero ocurrió lo contrario. La derrota de la hermana de Calderón empezó a escribirse desde el inicio del presente sexenio, cuando se declaró la guerra a la narcodelincuencia, y se inició, precisamente en Michoacán. Con varios años de lucha contra los cárteles, la sociedad michoacana ha padecido los embates del crimen organizado.
Las campañas contra la delincuencia poco o nada afectaron a las organizaciones criminales: “La Familia Michoacana”, supuestamente desaparecida, fue podada para que retoñara en el cártel de “Los Caballeros Templarios”. A estos grupos agrégueles “Los Zetas” y demás grupos de delincuentes que operan en la región.
La imposibilidad de las autoridades municipales, estatales y federales para destruir ese coctel de criminales no rindió los frutos esperados. La inseguridad e intranquilidad se convirtió en una forma de vida a la que no pueden acostumbrarse los michoacanos. Esto último fue lo que llevó al electorado a buscar otras opciones políticas, otras maneras de gobernar, que le devuelvan la paz, por ahora perdida.
¿Quién votaría por Luisa María, si ella estaba decidida a continuar con una guerra estéril contra el narco en Michoacán? ¿Se iría por más de lo mismo? Solamente las encuestas amañadas daban el triunfo a la política mencionada.
Como los pronósticos de la victoria no se cumplieron, los efectos de la derrota alcanzaron al jefe de gobierno que no aceptó, ni acepta, que un familiar tan cercano, como es una hermana, no hubiera podido realizar ese sueño personal de convertir a Michoacán en su parcela de poder.
A raíz del fracaso, Calderón empezó a referirse, en forma abierta, a la participación del narco en Michoacán que, según él, evitó el triunfo de su hermana Luisa María. El enojo fue tal, que se perdieron las formas del reclamo y el Presidente se convirtió en juez y parte con todo el poder que ello significa.
Descalificar las elecciones de Michoacán, como lo hace Calderón, es manifestar, de manera indebida, un caso sometido al escrutinio de los michoacanos el día de las elecciones, pues ellos votaron por Fausto Vallejo, quien resulto victorioso “haiga sido como haiga sido”.
La pugna por Michoacán continuará con un desgaste de la clase política que en cuanto siente sus intereses afectados, lo primero que hace es desenvainar la espada de la venganza, que le permite el uso de ese inmenso poder que convierte a los presidentes en reyes o en hombres muy poderosos, y los coloca muy, pero muy lejos, de los principios de equidad y justicia, reclamo fundamental de un pueblo que vive intranquilo y temeroso, a merced de las organizaciones criminales. ¿Hasta cuándo?
Feliz fin de semana
Augusto: recordemos cuál ha sido el comportamiento del Presidente de la República , es sana costumbre de familia, de querer ganar a la fuerza, si sabe que en Michoacán se infiltro en las elecciones el narcotrafico no hizo nada, teniendo el poder, ha quien trata de engañar, ya no estamos en los tiempos en que nos venian a cambiar nuestro oro por espejitos. saludos.