La obesidad y el déficit de felicidad en nuestro país
Cd. de México martes 16, Mar 2010Letr@s Ciudadanas
Edgar Gómez
La necesidad de querer conocer a detalle el comportamiento económico y social de nuestro país nos ha llevado a desarrollar distintas metodologías numéricas que nos permiten inferir si nuestro comercio crece, decrece; si nuestra población cuenta con un bono demográfico (que le permita satisfacer el mercado laboral) o si las reservas internacionales han alcanzado el nivel suficiente para mantener fuerte, ante adversidades económicas, nuestra moneda. Sin embargo, sin alejarnos de la realidad que percibimos en las calles, en el transporte público, en nuestras oficinas, escuelas y hogares; no me dejarán mentir que, paso a paso, podemos identificar un aire de frustración y de infelicidad, en las personas de los distintos estratos sociales que componen nuestra sociedad, que no puede ser medido por indicador alguno.
Esta vez, estimado lector, no quiero ahondar en la responsabilidad de los gobiernos que han intentado administrar esta nación. Siempre he pensado que sólo si los individuos aceptamos nuestra responsabilidad en los problemas de nuestro entorno, podremos generar las soluciones correspondientes. Por lo que, quiero enfocarme en la responsabilidad que tenemos los ciudadanos por nuestra mediocre felicidad, tanto colectiva como individual. Es en este siglo XXI donde nos hemos percatado de los grandes errores que ha cometido nuestra sociedad y nos encontramos desnudos ante nuestra realidad, la cual no nos permite cambiar la página de nuestra historia. Esta historia llena de rivalidades improductivas, de corrupción estructural en todas las esferas sociales y de un desorden alcanzado; el cual se agudiza con una participación ciudadana casi nula, llena de diversos intereses (económicos y de poder político) pero pocos ideales.
Todos los días, en todos lo lugares, nos podemos dar cuenta de la sociedad que hemos formado. Una sociedad que está esperando en la “comodidad de su vida” que algún mesías político, sindical o familiar le entregue el trabajo soñado, el subsidio nuestro de cada día o la dádiva directa que le permita seguir con la inercia que nos mantiene aletargados en nuestro mundo de ensueño. Ese mundo donde la pobreza se valora, donde el desorden se justifica, donde la infelicidad es penitencia cumplida y donde la catástrofe es el futuro fatídico… el destino esperado.
Estamos atrapados en la prisión de nuestras decisiones, donde tenemos que combatir el abandono de nuestro país, de nuestras ciudades, de nuestros hijos y de nuestra persona. Un ejemplo del que podemos echar mano (por la relevancia que ha puesto el gobierno federal en sus discursos) es el glorioso primer lugar en concentración de obesos del mundo. Un problema que refleja el cúmulo de malas decisiones personales y colectivas: Un desorden en la forma de alimentarnos, un desdén a nuestra cultura ancestral, rica en nutrientes, individuos ajenos a la actividad física, una infancia invadida por el “marketing” de la comida chatarra y un abandono en la comunicación padre-hijo, la cual utiliza la práctica de la “boca llena” para mantener ocupado al interlocutor de menor edad.
Temo pensar que la obesidad es el reflejo de la infelicidad que vive nuestra sociedad, una sociedad que trata de pasar algunos ratos agradables con una ingesta de carbohidratos y grasas; conseguir una felicidad efímera que le permita reducir la depresión que nos carcome. Una depresión que se oculta tras el disfraz del mexicano bonachón; del dolor hecho risa y de la desgracia, humor. Tal vez sea momento de iniciar el camino deseado, pero nunca tomado… el camino de decidir, de hacer, de generar movimiento; el cual es distinto al de recibir órdenes, estar detenidos contemplando nuestras vidas como entes ajenos y manipulables.
La obesidad como todos los problemas sociales, deben de ser reconocidos, abordados y solucionados por los individuos, en un esfuerzo personal y colectivo. No debemos esperar a que el problema sea retomado por los gobiernos para que sea un problema real. En este momento, el esfuerzo gubernamental será vano, si no tomamos la rienda de nuestras vidas. La obesidad no es un problema de apariencia, es un problema de salud, de forma de concebir la vida… de felicidad.
Hagamos algo por dar un revés a esta inercia que nos guía a un camino sin destino. Tomemos aquellas decisiones en nuestra vida que nos acerquen a la satisfacción, a lo que nos apasiona, a lo que nos hace incrementar nuestras sensaciones. Seamos responsables de nuestras vidas; ahora no solo a decidir qué comer (nosotros o nuestros hijos) sino también al elegir una pareja, una profesión, una institución política donde militar o una asociación civil donde queramos participar.
Es tiempo de ver nuestro nivel de obesidad como un punto de inflexión que nos dé un impulso hacia la responsabilidad.
Saber que nuestros actos tienen una consecuencia pareciera tema de párvulos, pero muchas veces nos damos cuenta unos kilos o tallas después. Por lo que, queridos lectores, quiero hacer una reflexión sobre este tema e invitarlos a cambiar el buen comer por el bien nutrir y el humor por la felicidad. ¿Una decisión difícil, no?