La crisis veracruzana
¬ Augusto Corro lunes 10, Oct 2011Punto por punto
Augusto Corro
El terror llegó a Veracruz y allí se quedará quién sabe por cuánto tiempo. La narcodelincuencia empezó una guerra de exterminio que nada la detiene. Así, en los últimos 18 días, cien personas han sido asesinadas y sus cadáveres regados sobre la cinta asfáltica o abandonados en viviendas. Lo que ocurre en el mencionado estado no es nada nuevo. Así ocurrió en Baja California, Chihuahua, Tamaulipas, Durango, Sinaloa, Michoacán, Nuevo León y Morelos.
Las pugnas por la posesión de las plazas han convertido a las ciudades en verdaderos frentes de guerra. De los estados norteños, la violencia se ha extendido al sur del país y ahora toca a Veracruz y Guerrero padecer los efectos de las acciones sanguinarias de diferentes organizaciones criminales (“Zetas”, “Matazetas”, grupos paramilitares, cártel del Golfo y de Jalisco “Nueva Generación”).
Concretamente en Veracruz, por lo menos cuatro grupos de narcotraficantes, se han enfrentado en los últimos dieciocho días, con los resultados señalados arriba. Las masacres en el puerto obligaron a las autoridades federales a tomar cartas en el asunto, ante la acometida de los grupos delincuenciales. Estos no se dejaron intimidar y los asesinatos colectivos continuaron.
La violencia, el terror y el miedo se han convertido en el pan de cada día de los veracruzanos, quienes vieron como empezó a crecer la zozobra en las ciudades de aquella entidad; primero con las balaceras cerca de las escuelas, después con los asesinatos colectivos y luego con el anuncio de la existencia de grupos paramilitares.
En las últimas semanas, los habitantes de Veracruz presenciaron como su forma de vida cambio radicalmente. En el puerto, la alegría jarocha se vio afectada considerablemente, porque la sociedad ha preferido el silencio, para no exponerse a ser escuchado por algún sicario o elemento de las organizaciones criminales que se disputan la plaza.
El futuro de los veracruzanos es incierto. La guerra entre narcos apenas empezó y el gobierno estatal, encabezado por Javier Duarte, no ha reflejado capacidad para resolver el problema. Para empezar, el procurador, Reynaldo Escobar Pérez, renunció por su ineptitud para contener la barbarie.
MACROCRIMINALIDAD
Por cierto, el término macrodelincuencia se empieza a manejar en los medios de información.
Se trata de macrocriminalidad, una palabra que se aplica a aquellas acciones de delitos graves que se dispararon al 300 o 400% y que no hay una aparente manera de controlarlos en el corto plazo. (“Excelsior”, 9 de octubre de 2011).
Y desafortunadamente, ese índice elevado de delincuencia se extiende por todo el país, con las mismas características: extorsión, secuestros, levantamientos, asesinatos y, como consecuencia, la alteración de la paz social y el rompimiento del tejido social, entre otras cuestiones.
Arriba señalamos que en Veracruz, la angustia empezó en los hogares, cuando se anunciaba que los pequeños corrían peligro en las escuelas debido a las balaceras entre las bandas de narcotraficantes. ¿Hay peor noticia para un padre que saber que su hijo, un menor, se encuentra en medio de un tiroteo?
En ese renglón, las propias autoridades se encargaron de implantar cursos de capacitación a maestros para que protejan a los alumnos en casos de balaceras. No olvidar aquel episodio, patético, cuando una educadora empezó a cantar para tranquilizar a los niños, mientras en la calle se escuchaba el tableteo de las armas largas.
En Acapulco, Guerrero, la inseguridad se extendió a las escuelas y los maestros fueron amenazados por los grupos de hampones, quienes les exigieron el denominado pago de piso, que consiste en una extorsión para no ser molestados o agredidos. Este fue uno de los motivos principales que los llevó al paro de actividades. Exigían la protección de las autoridades, en ciudad que también se encuentra bajo el dominio de los narcos.
De esa manera, ir a la escuela se ha convertido en un problema complejo. Los rumores de los tiroteos cambiaron las costumbres cotidianas de los habitantes de muchas ciudades. Obviamente, los niños no asisten a clases hasta que los padres confirman que no hay enfrentamientos entre las bandas, o de éstas con la fuerza pública.
Otra de las actividades que mueve a reflexión, es la de viajar. Por ejemplo, las carreteras del norte de México se convirtieron en zonas de verdadero peligro para cualquier persona. Los asaltos y secuestros en los caminos y las ejecuciones de cientos de pasajeros son el ejemplo de la inseguridad. El caso de la masacre de indocumentados en San Fernando, Tamaulipas, subrayó lo que ocurría en las rutas norteñas. El mal se extendió a todo el país y viajar se piensa dos veces.
La vida social en las ciudades también recibió su dosis de violencia: salir a divertirse ya no es como antes. La vida nocturna se canceló. La forma de vida cambió radicalmente en estados como Chihuahua, Guerrero, Tamaulipas, Nuevo León y Morelos.
Así, en la medida que ha aumentado el número de muertos, en esa misma proporción ha crecido la lista de viudas y huérfanos. También un porcentaje considerable de menores de edad fueron atraídos por los grupos criminales, para utilizarlos como espías o asesinos. No olvidar que la invasión de la delincuencia organizada ha provocado una emigración importante en ciudades norteñas, que poco a poco han quedado abandonadas.
A grandes rasgos, es lo que ha ocurrido en México a raíz de la guerra contra la delincuencia organizada, que no tiene fin. A cada captura de un narco, de medio pelo, surgen más capos a disputarse el puesto vacante y la historia nunca termina, al contrario, los territorios en pugna se transforman en zonas de macrocriminalidad, es decir, en infiernos.