Calderón, como Yeltsin
Francisco Rodríguez lunes 8, Mar 2010Índice político
Francisco Rodríguez
PERDIÓ EL CONTROL. Si Luis Echeverría confesaba -ya como ex presidente- no poder ni con sus nietos, Felipe Calderón nos ha recetado en los últimos días una hilarante ópera bufa en la que, como principal protagonista, no tiene poder ni sobre sus colaboradores más cercanos: no le informan, le envían mensajes que carecen de veracidad, se arrogan facultades que no les corresponden, y lo peor, salen a dar un lamentable espectáculo ante el respetable, sólo para reiterar que el ocupante de Los Pinos está instalado, o a lo mejor hasta perdido, en algo así como la dimensión desconocida.
Estos últimos diez años, México se asemeja cada vez más a la Rusia “gobernada” por Boris Yeltsin, un alcohólico megalómano, que arrastraba en sus personales depresiones a toda una nación.
Yeltsin decidió llevar su presidencia a cómo le fuera en gana. Permitió también que sus colaboradores hicieran y deshicieran a su antojo, sin siquiera consultarle. Lo peor fue que promovió “reformas estructurales” que resultaron contraproducentes.
Después de los primeros años de no hacer nada -como lo hizo el consumidor de antidepresivos, Vicente Fox-, y de pasársela en tertulias con otros mandatarios (la del saxofón con Bill Clinton es de antología), los rusos empezaron a desesperarse por su situación económica, derivada de reformas fastuosas hechas al vapor.
Fue entonces cuando, en el baúl de los recuerdos, Yeltsin decidió retomar las reformas de su antecesor Gorbachev. Pero ya era demasiado tarde. Para cuando aplicó las medidas económicas drásticas, la gente estaba en un nivel de inopia terrible, la mafia rusa ya se había posesionado y posicionado del submundo de violencia, impunidad, narcotráfico y piratería, y el Estado ruso se había vuelto fallido.
Mucha gente se dio al alcoholismo, entre ellos el mismo Yeltsin. Si gobernar un país “en sus cinco” es complicado, ¡imagínese lo que resulta cuando se trae un volumen de 45 grados “Gay Lussac” en el torrente sanguíneo!
El achispado aunque sagaz Yeltsin simplemente se iba hundiendo en el descontento de un pueblo que antes fuera la capital de un imperio poderosísimo y, para entonces, un país muerto de hambre, pero con vodka suficiente para desayunar, comer, merendar y cenar.
La Duma -el parlamento, pues- decidió remover a Yeltsin del poder.
Y Yeltsin, sin más ni más, deshizo el parlamento.
Pero lo deshizo de verdad. Usó al ejército para lanzar cañonazos sobre el Poder Legislativo de Rusia. Esto dio como resultado que la impopularidad de Yeltsin se tornara en odio, ya que estaba atacando las bases de la incipiente democracia rusa.
Por si fuera poco, Yeltsin intentó inútilmente recuperar a Chechenia, pero sólo logró un acuerdo antibélico, que a la postre venía a ser un tratado de una autonomía, lo que provocó que los rusos se decepcionaran aún más de su dirigente.
Privatizó empresas, pero con tan mal tino, que se crearon “oligarquías”, monopolios que establecieron los precios que quisieron en las condiciones que quisieron, en detrimento de la economía. Y son esos monopolistas y oligarcas quienes hoy controlan todos los negocios de Rusia. No pasan de 40 personas las que dictan los precios a su propio criterio, creando una economía de mercado ficción.
En 1996 Yeltsin ya no gozaba de ninguna popularidad ante los rusos. Igual que el PAN al final del mandato de Fox, en 2006. Lo odiaban. Al llegar las elecciones de ese año, Yeltsin no perfilaba ni por asomo en las encuestas y preferencias de la gente. Fue entonces cuando esos grupos oligárquicos apoyaron con dinero a Yeltsin y a su partido, crearon espectáculos, compraron los sufragios. ¡Y volvió a ganar Yeltsin!, como sucedió en México diez años después cuando el PAN volvió a dizque a ganar las elecciones.
Los últimos años de Yeltsin suenan conocidos. Se la pasaba dando órdenes contradictorias, manifestaba problemas de carácter, de concentración y otros más, seguramente derivados de los ataques cardiacos y su afición al alcohol.
Acorralado por sus propios colaboradores, decidió “abdicar” a favor de un desconocido miembro de su staff: Vladimir Vladimirovich Putin, entrenado por la KGB.
¿Hay por ahí algún Vladimir Putin mexicano?
Índice Flamígero: ¿Quiere usted trabajar en el STC o “Metro” de la ciudad de México? ¿Qué tal juega al beisbol? Le pregunto, porque el director de esa descentralizada del gobierno de la capital nacional, Francisco Bojórquez, es un fanático del bat y la manopla. Busca jugadores para el equipo de la dependencia y, “si la hacen”, los contrata para el mismo, aunque les da “plaza” en el Sistema Colectivo de Transporte. Es tan fanático del deporte que hace unos días pagó 70 mil pesos -de los recursos públicos, claro- al equipo “Pericos”, de Puebla, para que aceptara enfrentarse al conjunto del Metro. Amor al deporte, pues. Con recursos públicos, por supuesto.