Política de terciopelo
Alberto Vieyra G. lunes 7, Oct 2024De pe a pa
Alberto Vieyra G.
Aquel jueves 1 de septiembre de 1988, el Palacio Legislativo de San Lázaro, la Cámara de Diputados se convirtió en un auténtico herradero o mercado persa.
En el día del presidente, el entonces mandatario Miguel de la Madrid Hurtado rendía su último informe de gobierno y en el momento en el que abordaba el escabroso tema del fraude electoral del 6 de julio de ese año, mediante el cual Carlos Salinas usurpó la silla presidencial, una potente voz se escuchó en la Cámara de Diputados:
“Una pregunta, señor Presidente”. Y la clase priista estallaría en un manicomio. La potente voz insistió “Una interpelación, señor Presidente”.
La Cámara de Diputados estallaría en un ensordecedor “¡fuera, fuera, fuera..!”
Y Porfirio Muñoz Ledo tuvo que abandonar el salón de plenos.
El ex priista ahora defendiendo las causas de la izquierda mexicana, pues fue uno de los chapulines más famosos del mundo, jerarca nacional de 3 partidos, tomaría la salida por el llamado pasillo imperial con alfombra roja y a su paso los priistas le gritaban hasta de lo que se iba a morir y no pocos le lanzaron escupitajos y trompones que fueron a impactarse en algunos de mis colegas reporteros conocidos como cronistas parlamentarios y uno de esos trompones correría a cargo del entonces gobernador de Aguascalientes, Miguel Ángel Barberena Vega, quien asestó el puñetazo en la grabadora de este átomo de la comunicación y Muñoz Ledo no pudo protestar contra el fraude electoral del domingo 6 de julio 1988.
Desde entonces, el “día del Presidente” ya no fue igual. La oposición de izquierda que hoy mal gobierna a México protestarían de mil maneras para echarles a perder a los mandatarios en turno su día, el “día del Presidente”. Hasta que, en 2005, Vicente Fox determinó entregar solamente el informe sobre el Estado que guardaba la administración pública federal a través de la Oficialía de Partes de la Cámara de Diputados. Se acabó el “día del presidente”. ¿Por qué hago historia? Mire usted. Mis tres lectores y radioescuchas me piden que hable de la toma de protesta de la presidenta científica Claudia Sheinbaum el pasado martes 1 de octubre.
No faltan quienes me dicen que querían ver a un Congreso de la Unión convertido otra vez en un herradero o “noroñizado” o “lloronizado”, como le dicen otros. Dada de eso ocurrió. La oposición se comportó ante el mundo con una civilidad que hacía mucho tiempo no se veía en el quehacer político azteca.
¿Sería que honraron un acuerdo parlamentario para no echarle a perder su día histórico a la primera Presidenta de México o sería que la falda se impuso ante el ponzoñoso machismo?
Andrés Manuel López Obrador se dio el lujo de saludar a diputados y senadores morenistas y luego se quedó como momia sentado y nadie fue capaz de decirle ni pío.
¿Por qué tanta civilidad política? ¿Verdad que no es igual la derecha, el centro y la izquierda política?
Lógico que alguna protesta opositora habría sido acallada, pero le habrían echado a perder su día a doña Claudia y, por consiguiente, le dieron una cátedra de que en la democracia cabemos todos y tanto ella requerirá de diputados y senadores de oposición, como ellos de la Presidenta y su partido para aprobar leyes y acuerdos políticos que solamente se concretan cuando hay diálogo, civilidad política y respeto. Eso ocurre en los principales parlamentos del mundo.
Por lo pronto, la sesión solemne que vimos el 1 de octubre sería, sin duda una sesión política de terciopelo y como doña Claudia ya comenzó con su adoctrinamiento a través de las mañaneras al conmemorar la matanza de Tlatelolco de 1968, es un tema obligado porque en él participó la CIA norteamericana y doña Claudia no dijo ni pío, pero de ello le hablaré en capítulo aparte.