¿Merece esa despedida?
¬ Luis Ángel García lunes 30, Sep 2024Por la Derecha..!
Luis Ángel García
Las últimas semanas de su sexenio las dedicó el hasta hoy inquilino de Palacio Nacional a placearse por todo el país para “despedirse” del pueblo “bueno y sabio” que le creyó todas sus mentiras y que incluso fue víctima de la polarización social creada desde el inicio de su sexenio. Su estrategia propagandística se vio acompañada de la compra de voluntades de la gente que menos aporta al Producto Interno Bruto: los viejitos, los ninis y las madres solteras. Las dádivas gubernamentales que distribuyó a lo largo de su administración —generadas por los impuestos de la gente productiva— y que los beneficiarios identificaban como si las hubiera recibido del bolsillo del tabasqueño, sirvieron para comprar el voto de 36 millones de ciudadanos que optaron porque continúe el populismo de la 4T.
¿Mereció el Presidente ese paseo por la nación como homenaje a su persona? Antonio López de Santa Anna hizo que se le rindiera homenaje militar, con todo y desfile, a los restos de su pierna perdida al fragor de la batalla, y muchos años reposó el brazo de Álvaro Obregón en el monumento erguido a su memoria en San Ángel. Excesos al culto al poder. Él no necesitó perder una extremidad para homenajear a su persona; con los gobernadores a sus pies y un ejército de servidores de la nación fue suficiente para aclamarse como el “mejor Presidente de México”, aunque al final se le descompuso la puesta en escena con un botellazo en Veracruz y el grito de “dictador, dictador, dictador” o la camioneta con ocho cuerpos torturados en su interior y la leyenda “bienvenido a Culiacán” que le dejó como mensaje el crimen organizado, a quien solapó durante todo el régimen. Por cierto, con gran cinismo, reconoce que la connivencia con las mafias le permitió una “paz narca”, sólo descompuesta por la extracción del “señor Zambada” que hicieron los gringos, a quienes culpa de la violencia generada en el país.
La violencia siempre estuvo presente, sólo él y su gabinete de seguridad no vieron el fracaso de una fallida estrategia de “abrazos y no balazos”, lo que generó la pérdida de gobernabilidad en la mitad del territorio nacional y colocarnos al borde de un Estado fallido. La delincuencia organizada suplió a las autoridades estatales y municipales, impuso candidatos, asesinó a aspirantes y la violencia política condicionó el voto o espantó el sufragio. Doscientos mil homicidios dolosos dejó como herencia el Presidente y más de cien mil desapariciones forzadas, miles de cuerpos sin identificar, además del desplazamiento de comunidades enteras por todo el país. El sexenio más violento en la historia.
El mandatario que se pasea como emperador romano o Jesús entrando a Nazaret —se siente el Mesías—, despreció a las madres buscadoras o a las feministas a quienes no escuchó, por el contrario, se amuralló para no verlas. Tampoco escuchó a las poblaciones que clamaban por la paz y la seguridad para regresar a sus hogares, petición que no fue atendida y que se escudó en un “no se peleen entre ustedes”. Chiapas fue uno de los estados donde el “gobernador” fue sólo un florero.
¿Merece el mandatario recorrer el país para autoproclamarse como el “mejor Presidente” y distraer recursos en logística de traslados y escenografía cuando se acabó el dinero del Fonden y no pudo ayudar a las poblaciones siniestradas por fenómenos naturales como en Acapulco o Chalco, que vivió un mes bajo el agua?
No puede ser el mejor Presidente cuando dejó a un país sin crecimiento económico, el peor desarrollo desde 1982 y el proceso inflacionario más grave desde 1932. Tampoco puede ser el mejor ejecutivo cuando la ignorancia y soberbia provocó la muerte de 830 mil mexicanos durante la pandemia y dejar sin servicios de salud a 30 millones de personas, muy lejos de ser como en Dinamarca, promesa incumplida que justificó cuando dijo que solo era para darle “carnita” a los periodistas.
No mereció placearse como emperador, que sólo se le parece en lo antidemocrático.