El único acierto del Presidente
Armando Ríos Ruiz viernes 27, Sep 2024Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
A punto de finalizar su mandato, el Presidente se irá sin haber cumplido absolutamente en nada a los mexicanos. Una inmensa cantidad de analistas han publicado a lo largo de casi seis años, las pifias abundantes, una detrás de otra, en que incurrió, sin que eso le significara el mínimo rechazo de quienes consideran que se trata de un ser enviado por el mismo Dios todopoderoso, para ventura de este pobre país, sin reflexionar que nos llevó directo al abismo.
Pese a terminar el lunes su pésima gestión, en la que abundaron los desaciertos y escasearon totalmente los aciertos aún antes de comenzar, como la determinación de destruir un espléndido aeropuerto, tal vez por envidia o tal vez para acentuar la aceptación de sus ciegos mentales seguidores y que a estas alturas sería orgullo del país, continúa, dicen, con un puntaje alto de aceptación.
Estos casi seis años sirvieron para que todos los mexicanos inteligentes. Con cierto grado de cultura y con educación suficiente en las universidades, como los psicólogos, los abogados y otros profesionales, advirtieran que este señor tan querido por el “pueblo bueno y sabio”, en realidad no es más que un hombre con demasiados problemas mentales fáciles de advertir.
Se trata pues, al decir de muchos conocedores de la personalidad humana, de un mentiroso, narcisista, acomplejado, tramposo, engreído, farsante, incongruente, falso, hipócrita, peleonero, egocéntrico, mesiánico, destructor, incompetente, creído, agresivo, paranoico, epiléptico mental, ignorante, abusivo verbal y para acabarla, cree haber sido elegido por Dios para una tarea muy importante: la Cuarta Transformación, que acabó en rotunda cuarta deformación.
No obstante, se dice desde mucho que tuvo el acierto de enderezar su discurso político en pos de las Presidencia de la República, hacia las clases marginadas del país, que son las más abundantes. Las más ignorantes y, por si fuera poco, las más necesitadas y vulnerables. Tuvo pues el tino de ofrecerles el rescate de su condición social y de invitarlas a gobernar junto con él.
Se lo creyeron. Pero además fueron testigos de que, por primera vez en toda su vida, un primer mandatario les prometió dinero en efectivo y se lo dio de veras. Hoy no son pocos los que inclusive tienen en sus casas un altar con la fotografía del tabasqueño frente a una repisa con una veladora encendida todo el tiempo. Otros dicen que es un hombre santo. Me lo han dicho personalmente muchos conocidos, principalmente ancianos bastante humildes.
No existe posibilidad de desengañarlos. Ni siquiera de intentarlo por temor a herir sus sentimientos. Simplemente hay que aceptar su veneración y su convicción de vivir, gracias a Dios, esta época en que llegó al poder el único hombre que ha sido capaz de hacerles llegar el efectivo que tanto les falta.
Estas personas no sabrán nunca de la mentira en que hemos vivido los últimos años. Con claros signos de perversidad política que condujo a México a un estado ya muy cercano a su verdadera transformación, o a la dictadura en medio de un Estado ruinoso, por las nuevas características alcanzadas, sin contrapesos y con una economía en quiebra que habrá de terminar finalmente en el retiro de las dádivas que hoy tanto agradecen.
Pero ya no será en su mandato y eso servirá para que quienes lo idolatran digan mañana que “antes estábamos mejor con el de Tabasco”, por ignorar que lo que hizo no fue por ellos, sino para satisfacer su ego y para ejercer venganzas, contra el ex presidente que supuestamente le robó una elección y contra el Poder Judicial que no aceptó jamás sus caprichos. Será un héroe para ellos, pero una figura repulsiva para quienes piensan y hasta escriben la historia de un país.
¿De qué logros podría hablar, que no signifiquen otra mentira monumental? ¿De las pifias del “Chaifa”, de la refinería de Dos Bocas, de la venta del avión presidencial o del Tren Maya, que sirvió para que sus hijos hicieran grandes negocios ante su mirada impasible?
Deja grandes pendientes que aún podrían resultarle demasiado caros.