Los tres ataúdes
¬ Augusto Corro martes 9, Ago 2011Punto por punto
Augusto Corro
Los triquis metieron en tres ataúdes a sus compañeros asesinados y los llevaron al palacio de gobierno de Oaxaca, para decirle al gobernador, Gabino Cué, que la violencia contra los indígenas es un hecho y que nadie se interesa por detenerla.
También rindieron homenaje a las víctimas y los representantes de la etnia aprovecharon el momento para enviar la siguiente pregunta: “¿Cuántos hermanos más deben morir para que el gobierno actúe?”.
Ahí, en los portales fueron velados los cuerpos sin vida de Álvaro Jacinto Cruz, de 18 años; Francisco Ramírez, de 37, y José Luis Ramírez Hernández, de 39. Ellos perecieron en una emboscada cuando viajaban en el tramo de la carretera Juxtlahuaca-Putla, en la región mixteca, el viernes por la tarde.
Como informamos ayer, en aquella región se desató una guerra entre tres grupos de la etnia triqui: el Movimiento de Unificación y Lucha Triqui-Independiente (MULT-I); el Movimiento de Unificación y Lucha Triqui (MULT), y la Unión de Bienestar Social de la Región Triqui (Ubisort). Este último ha sido señalado como un grupo integrado por paramilitares.
Las pugnas empezaron por diferentes problemas políticos y sociales en la comunidad, entre otros el relacionado con la autonomía del municipio de San Juan Copala, que los gobiernos estatales no vieron con buenos ojos. Esto propició que la región cayera en el olvido total de las autoridades.
Los conflictos internos se agudizaron en la etnia y decenas de indígenas iniciaron un éxodo que aún no termina. Por ejemplo, los miembros del MULT-I, los más afectados en esta lucha, estuvieron privados de alimentos y de los servicios esenciales, al ser sitiado su pueblo por los grupos enemigos (MULT y Ubisort).
Fue en ese ambiente hostil cuando fue atacada una caravana de activistas de derechos humanos, donde perecieron el finlandés Jyri Antero Jaakkola y la mexicana Beatriz Cariño. De los agresores nada se supo. En los últimos días la violencia resurgió y culminó con la muerte de los tres triquis que fueron asesinados el viernes último.
Tristemente, la historia de agresiones y violencia seguirá porque a las autoridades no les interesa terminar con esos conflictos, a pesar que en el Zócalo oaxaqueño las mujeres triquis iniciaron un plantón hace más de un año. El gobernador Gabino Cué estuvo una vez en el lugar y no volvió.
Por eso, en una acción desesperada, los indígenas decidieron llevar los ataúdes con sus tres compañeros asesinados al mero corazón de Oaxaca, para que el gobierno de Gabino Cué se tome la molestia de volver los ojos a esa región mixteca, por ahora abandonada a su suerte.
Los triquis lo único que desean es que vuelva la tranquilidad a la región para que se termine el baño de sangre y regresen a sus hogares sin la amenaza de ser asesinados por los elementos de la Ubisort, el grupo violento de paramilitares, señalado como el principal responsable de las tragedias que han llenado de luto a la región.
DOBLE CARA
Otra vez surgieron noticias de la intervención de Estados Unidos en México. No se trata de información nueva. Tampoco debe contemplarse como la última. Nos referimos a la nota del diario “The New York Times”, en su edición de anteayer, que se refiere a “la actuación en territorio mexicano de agentes de la CIA en activo y de militares estadounidenses en retiro, en el contexto de la guerra contra la delincuencia organizada emprendida por la administración calderonista”.
Siempre ha existido la injerencia de las autoridades estadounidenses en diferentes renglones de la vida de México. Esta vez, los vecinos, con el pretexto de la lucha contra la narcodelincuencia, se metieron hasta la cocina, desde luego, con la autorización y permiso del gobierno mexicano, en un acto del más puro entreguismo.
Así, conjugados intervencionismo y entreguismo, tenemos una mezcla que viola la soberanía nacional. ¿Con qué se come esto? Los vecinos entran y salen de México como “Pedro por su casa” y no existe alguna voz en el gobierno de Calderón que proteste por esas intromisiones burdas, obvias, que hacen alarde de la fuerza de los Estados Unidos, como policía del mundo, sin el respeto que tuvo en el pasado.
Decíamos, pues, que con el pretexto de la multicitada guerra, los vecinos tienen a todas sus agencias de espionaje e inteligencia con trabajo intenso, en busca de delincuentes que cada vez se multiplican y se esconden mejor, lejos de la vigilancia satelital. Pero como la injerencia debe ser física, los espías y los militares extranjeros tienen que cruzar la frontera. Y en eso estamos.
El presidente Calderón y su equipo no han podido frenar los embates de la delincuencia organizada, que cada día hace demostraciones de su poder exterminador, en una guerra con 50 mil muertos, 10 mil desaparecidos y miles de huérfanos. Por eso, cualquier ayuda que llegue será bienvenida, no importa que la soberanía del país sea tratada como un trapeador.
En esa lucha fallida contra los cárteles de la droga, Estados Unidos ha jugado un papel en el que refleja su doble cara, pues con una mano le proporciona ayuda al gobierno mexicano y con la otra provee de armas a la delincuencia organizada, tal es el caso del operativo fallido “Rápido y furioso”.
Además, en EU poco o nada se hace para disminuir el consumo de estupefacientes en su sociedad, que ocupa el primer lugar en el mundo en esa materia. A lo anterior se debe agregar el desorbitado manejo del lavado de dinero y del contrabando de armas. ¿Aquí es donde cabe preguntar, cuál es el papel que juega EU?
De las injerencias de EU y del entreguismo mexicano no hay por qué preocuparse. Se trata de una tradición de hace muchos años, que reverdece con los gobiernos de derecha, como es el caso de los panistas en el poder que no tienen idea de lo que es la soberanía nacional. Sus antepasados ya tuvieron el placer de traernos al emperador Maximiliano.