Afloran delirios del Presidente
Armando Ríos Ruiz lunes 26, Feb 2024Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Cuanto más habla el hombre, más expuesto queda a decir disparates. Estos aparecen ante la incapacidad de darse cuenta de que se vierte lo primero que aparece en la mente, principalmente cuando no se piensa para decir, sino que se dice para pensar. Por esta razón, los más grandes sabios que han desfilado en las páginas de la historia, aconsejan hablar lo menos posible.
Es algo así como el efecto Duuning-Kruger, que se refiere al fenómeno de quien, cuanto menos sabe, cree saber más y tiende a sobreestimar sus capacidades, habilidades y conocimientos. Son las personas como nuestro Primer Mandatario, que opina sobre cualquier tema con la convicción de que sabe más que todos y, obviamente, se enreda y se pierde en su propio laberinto.
Dice una descripción de esta clase de padecimientos: “las víctimas del efecto Dunning-Kruger no se limitan a dar una opinión ni a sugerir, sino que intentan imponer sus ideas, como si fueran verdades absolutas, haciendo pasar a los demás por incompetentes o completos ignorantes. Obviamente, lidiar con estas personas no es fácil porque suelen tener un pensamiento muy rígido”.
Existen otros problemas emocionales que describen esta misma personalidad, como el síndrome de Hubris, o trastorno de quienes se embriagan de poder y creen ser dioses. Es la sensación de saber todo, con una respuesta y un nivel de superioridad que está muy alejado del resto de los humanos.
La semana pasada, el circo levantado en Palacio nacional hace cinco años, por el Presidente, estuvo plagado de actuaciones que revelan estas deficiencias, ante la andanada en su contra que él mismo ha propiciado al utilizar dicho espacio únicamente para denostar a cuántas personas ha inventado como enemigas y cuyo deseo de aniquilar es absolutamente visible.
Tan real es su egolatría, que ya no encuentra límites. Fue cuestionado por la periodista Jésica Zermeño, por violar la Ley de trasparencia y protección de datos, al mostrar el número telefónico de la periodista de The New York Times, Natalie Kitroeff, quien le envió preguntas sobre el presunto financiamiento ilegal de su campaña presidencial del 2018 y pagos posteriores a su elección.
Y la verdad, su respuesta revela de cuerpo entero a un Presidente endiosado consigo mismo, como infinidad de veces hemos comentado en este espacio, que afirmó desde los amplísimos sótanos de su inmenso ego, que su autoridad moral y su autoridad política están por encima de esa ley. No ve ningún error en la publicación del teléfono, que nada más y nada menos, pone en riesgo la vida de la corresponsal. En su oscuro entendimiento, basta con cambiarlo.
Todos sabemos que este país es uno de los más peligrosos del orbe para ejercer el periodismo, sólo superado por Ucrania. Pero este lugar está en Guerra y México, ni siquiera contra los criminales, por órdenes de quien hoy encabeza el Poder Ejecutivo. Durante su mandato han sido asesinados 43 informadores, de acuerdo con el Comité para la Protección de los periodistas, organización de defensa de la libertad de expresión.
La irresponsabilidad del Presidente lo llevó, asimismo, a descalificar con toda la rabia de su ser al medio informativo más importante del mundo al New York Times. Mismo que, antes de hacer la publicación, la envió a su departamento legal para que determinara si no había riesgo de una demanda, en un país en donde la ley sí funciona. ¿Por qué el ofendido no la formula?
Inclusive, el mismo gobierno de Estados Unidos emitió una opinión en la que rechazó las críticas al gran diario. Toda vez que se trata de un organismo serio, que no se atrevería a realizar una publicación, si antes no llena los requisitos más elementales de legalidad.
En su delirio, llenó de injurias al medio, a cuyos periodistas, seguramente ve inferiores a los que acuden a sus mañaneras a cambio de un salario. Como Lord Molécula, célebre por ofrendarle su inocultable amor. Sandy Aguilera, María Bello, uno que se disfraza de tuerto y muchos más.