Personaje tipo Napoleón
Opinión miércoles 29, Nov 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
Uno de los principales favores y, a la vez, uno de los más peligrosos riesgos de la narrativa de entretenimiento y ficción es su capacidad para echar mano de un largo elenco de personajes históricos del mundo real desde los que se pueden elaborar reinvenciones biográficas.
Favor porque, con base en la indeterminación de la ambigüedad, la imaginación puede redescubrir a sus figuras del pasado bajo ojos frescos e inimaginablemente atinados. Riesgo porque, con ayuda de un gusto desproporcionado por la espectacularización, puede erigir a los héroes o villanos del pasado en un borroso garabato de sí mismos, poniendo en tela de juicio y en línea de olvido a una muy necesaria consciencia histórica y una persistente memoria humanista que conozca su pasado para entender su presente.
Dicho lo anterior, el Napoleón de Ridley Scott parece acercarse más a los riesgos de una representación histórica desinteresada por la precisión documental. En principio, el asunto no sería problemático —y quizá no lo sea demasiado— siempre y cuando lo que se ofrezca en retorno sea algo de un valor igual o mayor que lo que se sacrifica; a mi parecer, ese no es el caso con la nueva película del también director de Gladiador.
La película protagonizada por Joaquin Phoenix —como el comandante militar y emperador francés Napoleón Bonaparte— y Vanessa Kirby —como Josefina, la esposa del afamado general francés— retrata la evolución de la carrera política y militar de Bonaparte, desde sus inicios como un oficial del ejército hasta su eventual exilio, pareada con su tortuosa relación afectiva con Josefina.
El método narrativo de Scott para dar vida a esta historia es una narración intercalada donde a cada logro armamentístico y militar napoleónico le corresponde un episodio marital pasional y recurrentemente atormentado. El resultado es el pastiche de dos historias paralelas que se dan cita en la persona de Napoleón pero que sólo logran correlacionarse dramáticamente a través de una reconstrucción histórica que se toma muchas licencias creativas.
La presencia de Ridley Scott como director de este film se desvanece de manera elegante en lo que algunos críticos alaban como un estilo cinematográfico del que cada vez se encuentran menos ejemplos. Scott no quiere dejar sellos o improntas propias en su film, sólo quiere poner las imágenes al servicio de la historia y del espectador.
Las presencias de Kirby y Phoenix, por su parte, resaltan con dos interpretaciones en las que el sello histriónico de cada uno es patente, incluso al nivel de desvanecer al personaje que interpretan. La Josefina de Kirby es dominada por el carácter regio, poderoso y patente de la actriz británica. El Napoleón de Phoenix se desvanece en el potentísimo patetismo del que el actor dota a todas sus interpretaciones —Arthur Fleck, Beau; por ejemplo.
El resultado de esta mezcla de elementos es una historia muy bien filmada pero emocionalmente plana. Un despliegue asombroso de técnica que, sin embargo, carece de algún rasgo con el que el espectador pueda simpatizar o antagonizar profundamente.
Con todo, la película resulta valiosa por sus secuencias de guerra en las que la maestría cinematográfica de Scott logra imágenes interesantísimas. Interesantísimas por su diseño de puesta en escena e interesantísimas por su carácter gráfico que le da vida concreta a la cruentidad de la guerra. La sangre que brota en combate, la sangre que provocan los mosquetes, la sangre de una bala de cañón; la sangren en la nieve y en un lago congelado.
Dentro del mundo de las creaciones y representaciones narrativas, los personajes tipo son aquellos que se constituyen como modelos animados de ciertos rasgos de personalidad, psicología y moralidad; arquetipos o estereotipos que van construyendo expectativas o precedentes en el momento en el que una historia despliega sus hilos argumentales para contarnos su verdad.
El problema es cuando estos modelos típicos se comen a cualquier oportunidad de que un personaje tenga más dimensiones y profundidades de las que el mero molde le permiten. El problema es cuando estos modelos típicos se comen a personajes históricos de los que, para bien o para mal, es nuestra responsabilidad aprender.
Para algunos estudiosos de la vida e historia de Napoleón, el icónico emperador francés se ha convertido en un personaje tipo. Un referente cultural del ingenio táctico bélico, de la ambición envanecedora y del poderío político emparentado con el profundo patetismo del tirano.
El Napoleón de Ridley Scott presenta a un personaje tipo Napoleón al que nunca le encontramos el corazón, el espíritu, el tesón o la bravura. Un personaje tipo Napoleón empequeñecido al tamaño de su fragilidad pasional y, sobretodo, un personaje tipo Napoleón visto a través de los ojos anglosajones que lo ponen en cámara.
La pregunta subyacente a este ejercicio artístico y a sus deficiencias es la simple reflexión sobre nuestra memoria histórica: ¿dónde queda nuestro presente cuando somos incapaces de ver al pasado a la cara?¿dónde queda el hoy cuando el valor de la veracidad histórica queda totalmente denostado y obviado? ¿dónde queda la Historia cuando un personaje tipo viene a suplantar nuestra responsabilidad de memoria?
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