Educación mínimamente invasiva
Opinión miércoles 1, Nov 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
El poder de la palabra es siempre un arma de doble filo. Lo dicho, una vez enunciado, cobra su propia vida y se aloja en la forma de lo entendido en la mente, corazón y vida de quien recibe el sonido críptico que intenta trasferir un mensaje de una persona a otra.
En este sentido, la educación, como un acto eminentemente comunicativo tiene el poder de cambiar una vida diametralmente según sea ejercida: en términos autoritarios, en términos dialógicos, en términos impositivos, en términos ideológicos, en términos religiosos, en términos empáticos o en cualquiera de las innumerables formas que esta noble tarea puede adoptar.
Por ello, no resulta sorprendente que uno de los centros de los debates propios de cualquier materia —y de la cultura en general— sea el modo en que la educación debe darse para establecer las bases y cimientos del futuro de una disciplina —y de la humanidad en su conjunto.
En ese punto, resulta notable que la instrucción académica institucional internacionalmente estandarizada se rija por una metodología clásica que tiene sus bases en dinámicas de autoridad y producción. Al niño, al joven y al profesionista en ciernes se les enseña a reconocer las formas de la estructura laboral que habrán de nutrir algún día; en resumen, se les enseña a saber ceñirse a reglas y saber construir productos medibles y evaluables.
Dicha metodología, desarrollada sobre el fundamento de la jerarquía del maestro sobre el alumno, fue, en su momento, una condición de posibilidad de la institucionalización misma de la educación —de la creación de universidades y de sistemas educativos completos— que, sin embargo, ha sido retada por los avances tecnológicos del siglo veintiuno —en específico, por el auge de la computación y la explosión informática de internet.
Como producto de su época —de este siglo veintiuno— nació en India una nueva propuesta educativa de la mano del científico computacional y teórico de la educación Sugata Mitra y su experimento del agujero en la pared. La dinámica consistió en poner en un agujero en un muro una computadora para su libre uso; pronto, los niños de los alrededores, sin ninguna instrucción previa, aprendieron a usar el ordenador por sí mismos. El resultado, los niños se volvieron usuarios competentes de la computadora, aprendieron un inglés suficiente para operar las máquinas por sus propios medios, aprendieron a usar internet para resolver dudas y encontrar respuestas a sus preguntas, mejoraron sus calificaciones en ciencias y matemáticas y encontraron mecanismos de retroalimentación entre ellos para contribuir mutuamente a la autoenseñanza.
Con estos resultados, Mitra formuló su hipótesis sobre lo que pasaría a conocerse como un modelo educativo mínimamente invasivo: la adquisición de habilidades básicas en una materia dada puede ser lograda por los niños a través de aprendizaje incidental siempre y cuando los educandos tengan acceso a un contexto que convierta a dichos conocimientos en contenidos entretenidos y motivantes; todo ello sin la necesidad más que mínima de un guía.
En otras palabras, frente a un recalcitrante método de enseñanza impuesta y jerarquizada; la MIE (Minimally Invasive Education o educación mínimamente invasiva) propone un modelo que conciba a la educación como un proceso activo y no únicamente pasivo. Una actividad que se hace y no una actividad que se imparte y se recibe.
La MIE le quita el carácter imperativo a la tarea del profesor para convertirlo en un facilitador de la curiosidad innata de niños y jóvenes. No un impartidor sino un promotor de las habilidades de deducción, investigación y autoenseñanza de los educandos para que éstos encuentren el camino al conocimiento por medios propios y métodos afines con sus necesidades, intereses y caracteres singulares. En lugar de egresados que memorizan contenidos que después olvidarán, la MIE busca generar individuos capaces de encontrar las respuestas adecuadas para sus propias preguntas y capaces de desarrollar metodologías propias para la solución de problemas y la investigación.
El método de Mitra y su modelo mínimamente invasivo de la educación fue con lo que Sergio Juárez Correa se topó en un video mientras navegaba por internet. El profesor, en medio de una crisis profesional, buscaba otros modos de educar que tuvieran un impacto real y palpable en la vida de sus alumnos en Matamoros, Tamaulipas —zona fronteriza de México marcada por la violencia, la falta de oportunidades y la densa presencia del crimen organizado.
El maestro de escuela primaria se propuso aplicar el innovador método que descubrió en la web sin saber él mismo todos los detalles de lo que haría pero con la convicción de que algo distinto tenía que hacerse. El resultado, una hazaña sin precedentes dentro de un salón de clases en una de las escuelas de menor nivel educativo en el país y la asombrosa historia de una niña genio en dicha aula: Paloma Noyola.
La historia atrajo una gran atención mediática que, ahora, se cristaliza en una rendición cinematográfica de estos eventos: Radical. Protagonizada por Eugenio Derbez y dirigida y escrita por Christopher Zalla.
Estrenada en el Festival de Cine de Sundance de 2023, la película sigue a una versión medianamente ficcionalizada de Juárez Correa para insertarlo dentro de la narrativa clásica de un profesor excéntrico que busca cambiar la vida de sus alumnos con métodos de enseñanza sui generis.
La cinta retrata con claridad y pertinencia el entorno complejo del mundo fronterizo de Tamaulipas —la necesidad, el narcotráfico y la opresora cotidianidad de la violencia— para dar vida a sus verdaderos protagonistas: los niños.
En lo fílmico, la cámara se pone al nivel de los pequeños con la intención de retratar la visión que estos tienen del mundo que los rodea —aunque, ocasionalmente, Zalla pierde la consistencia de este ángulo cinematográfico— y busca priorizarlos como narradores de una experiencia educativa novedosa.
En sus mejores momentos la película es puntualmente dramática, franca y perfectamente capaz de dar la relevancia adecuada al juego entre un profesor innovador y el hambre de conocimiento de un niño apropiadamente estimulado por su entorno; en sus peores momentos, la producción de VIX sucumbe a ecos de echaleganismo y melodrama que, sin embargo, no logran obnubilar la visión de su verdadero corazón temático: la educación, la hazaña innovadora de Juárez Correa y las adversidades que muchos jóvenes deben sortear —y a las que deben sobrevivir— para no desistir de sus estudios.
Radical es un trabajo suficiente, entretenido y adecuado que logra transmitir la poderosa esencia de su señalamiento de fondo. Un señalamiento que apunta a las formas petrificada y anquilosadas de una educación que debe ponerse al día con la realidad de sus educandos y que debe preocuparse por el verdadero sentido del proceso educativo: estimular el amor por el conocimiento.
En un trabajo de cronología, la propuesta de Mitra se emparenta con otros modelos alternativos de educación como los de Maria Montessori, el filósofo Rudolf Steiner y su aprendizaje automotivado y, en última instancia, el germen imperecedero de la mayeútica socrática.
Sócrates dirá que él sólo es un facilitador del proceso con el que sus interlocutores serán capaces de “dar a luz a la verdad” siempre que sean enfrentados a las preguntas correctas; aseveración que, quizá, en algo se emparenta con el famoso “por naturaleza, todos los humanos desean saber” de Aristóteles.
En un trabajo de cronología, el trabajo de Juárez Correa tendría que ser emparentado con el espíritu socrático de estimular aquello que ya se encuentra latente en el educando: la pasión por el conocimiento. Mitra lo enunciará como “los niños aprenden sólo sobre aquello que quieren aprender”. Refraseando, la única verdadera tarea de un profesor es presentar el conocimiento a sus alumnos como un objetivo valioso por sí mismo.
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