Roald Dahl x Wes Anderson
Opinión jueves 19, Oct 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
A cualquier persona interesada en los mundos del cine y la narración, las obras Charlie y la fábrica de chocolates, Matilda, James y el durazno gigante, Las brujas y El fantástico Mr. Fox les resonarán como símbolos de un peculiar retrato de la fantasía infantil —recurrentemente mezclado con toques de horror— que suele acompañarse de lecciones de empoderamiento pueril frente al carácter villanesco de adultos abusivos. No así, en el caso del polémico autor de estas entrañables historias: Roald Dahl.
Reconocido como “uno de los mejores relatores de historias para niños del siglo XX”, la razón para esta difuminación de la figura de Dahl se emparenta con el uso del escritor de estereotipos raciales y sexistas dentro de su obra; también, con una posición crítica frente al Estado de Israel que el autor no dudó en propalar abiertamente y que, a la fecha, es leída por ciertos grupos como franco antisemitismo y, por otros, como una mera reacción imprudente y apasionada frente a la guerra en el Medio Oriente.
Su estilo de literatura infantil suele tener en su centro a niños de buen corazón que viven experiencias de abuso por parte de adultos —normalmente crueles y de carácter macabro— a los que logran sobreponerse a través de sus virtudes humanas. A veces con la ayuda de algo de magia, a veces con la ayuda de otro tipo de adultos—“buenos adultos”, afables, empáticos; interesados por escuchar a los niños.
Pero la rica obra de Dahl no se agota en este tipo de literatura. A la par, el escritor británico desarrolló una prominente carrera como autor de cuentos cortos que se caracterizaron por finales sorpresivos —llenos de giros narrativos, plot twists— y narraciones que mezclaban elementos grotescos, de misterio y tensión y un agudo sentido del humor negro con un profundo sentido de calidez e inocencia.
Del primer tipo de escritos se desprende la primera adaptación cinematográfica dedicada a la obra de Dahl por el popular director Wes Anderson: El fantástico Mr.Fox. La película fue reconocida por su estilo de animación en stop-motion y por el modo en que lograba homenajear el espíritu literario de Dahl a través de una visión nostálgica y astuta que entregaba un efectivo relato infantil.
Del segundo tipo de escritos se desprenden los nuevos acercamientos de adaptación que el director texano hace sobre la obra del escritor británico: La maravillosa historia de Henry Sugar, El cisne, El desratizador y Veneno. Se trata de cuatro historias cortas de Dahl que Anderson reinterpreta y presenta como cortometrajes.
Para las cuatro representaciones, Anderson aplica su bien conocida estética pero, en esta ocasión, con una clara concesión a la lógica teatral que ya anunciaba su más reciente película —Asteroid City—; la puesta en escena lacónica, precisa, simétrica y cadenciosa de Anderson se pone al servicio de historias hondas, esperanzadoras y, por momentos, crudas. Cuatro historias que revelan cuatro ángulos de esa mezcla de humanismo y horror de la obra de Dahl que, al mismo tiempo, revelan cuatro ángulos de la estética visual dulce, melancólica, existencial y absurdista-esperanzada de Anderson.
En Veneno, Anderson practica las formas poco recurrentes de su construcción fílmica del suspenso. Situada en la India ocupada por Gran Bretaña, la historia verá a un hombre recostado en su cama que no quiere moverse pues sospecha que sobre su vientre duerme una serpiente venenosa; cualquier movimiento, en este contexto, podría significar su muerte.
La bondad narrativa del cuento de Dahl da a esta historia un carácter de tensión progresiva que se desahogará en un intuitivo pero sorprendente final. Anderson, por su parte, aprovechará esta estructura narrativa dada para dar vida a un relato de suspenso que fluye a través del sigilo, el dinamismo y el ingenio para desembocar en la estridencia de una resolución que dibuja una inclemente postal de los usos y prejuicios de los años del Raj británico. Anderson termina su adaptación del relato con una ficha informativa que relaciona el cuento de Dahl con los días del escritor británico como parte dela Fuerza Aérea Real durante la Segunda Guerra Mundial.
En El desratizador, Anderson da vida audiovisual al trasfondo observacional de la literatura de Dahl; atendiendo, particularmente, a dos aspectos: la rareza de ciertos personajes de la Inglaterra profunda y la brutalidad-animalidad de ciertos seres humanos. El relato sigue a un inusual cazador de ratas que empleará un sentido de mimetización con los roedores y métodos grotescos para erradicar una plaga.
Las atentas y puntuales descripciones del carácter grotesco y macabro de “el desratizador” que Dahl delinea en su historia breve serán atenuadas por las construcciones simétricas y armónicas de la puesta en escena de Wes Anderson. El resultado será un cortometraje que, prácticamente de la nada, llegará a una climática insinuación de los modos en los que el protagonista de esta historia se deshace de los roedores. El mérito aquí está en el modo en que todo el relato fílmico de Anderson acompaña y comunica la cruenta naturaleza de un cazador de ratas que, a diferencia de Dahl, él decide no describir explícitamente. Anderson termina su adaptación del relato con una ficha informativa que vincula el cuento de Dahl con sus días como observador de la vida cotidiana en un pueblo comercial inglés.
En El cisne, Anderson da vida cinematográfica a la más impactante y poética historia dentro de esta colección de adaptaciones de la obra de Dahl. La historia sigue a un joven que recibe un rifle como regalo por sus quince años; junto a un amigo, el protagonista se dispone a probar su nueva arma hostigando a un niño menor. La escritura de Dahl se encarga de guiarnos por el doloroso episodio.
Una historia que, como la literatura infantil del británico, se enraíza en el punzante eco del abuso pero que se sublima en el instantáneo destello de la poesía que antecede a la tragedia. Anderson hará un sorprendente trabajo con hechura escenográfica histriónica que imprimirá dinamismo y solemnidad al destino de un niño amenazado por un par de acosadores. El cineasta texano termina su adaptación del relato con una ficha informativa que aclara la fuente de inspiración para la composición narrativa de Dahl.
Finalmente, en el “universalmente aclamado” La maravillosa historia de Henry Sugar, la calidez y la ternura de la literatura de Dahl se acompasa con las formas coloridas, visualmente estimulantes y escenográficamente dinámicas del estilo fílmico de Anderson. La historia sigue a un hombre multimillonario que se topa con un libro que promete enseñarle el arte de la clarividencia —es decir, a ver sin usar sus ojos—; Henry Sugar buscará desarrollar esta habilidad para hacer trampa en sus apuestas con juegos de cartas.
En esta adaptación, los estilos de Dahl y Anderson se conjugarán para dar voz a un relato con espíritu propio. Una representación narrativa y cinematográfica de un viaje de autodescubrimiento espiritual que hará que un multimillonario se replanteé el significado de su existencia. Si bien el tópico es recurrente y, quizá, predecible; los giros de trama sembrados por Dahl robustecerán un mensaje de esperanza que Anderson recogerá en su singular lenguaje cinematográfico. Color, esperanza, realismo, melancolía y espiritualidad serán el marco de grandes actuaciones por parte de Benedict Cumberbatch, Ralph Fiennes, Dev Patel y Ben Kingsley. Una unificación de cada uno de los elementos que componen una obra fílmica para dar vida a una historia con vida propia y con un mensaje que trasciende los lenguajes —escritos o cinematográficos por igual. Al final de esta adaptación una ficha informativa se limitará a dar las coordenadas cronológicas del escrito de Dahl; como diciendo “no hay nada más que decir”.
El reconocimiento del propio espíritu en otros seres humanos es siempre un motivo de esperanza y de una incontenible alegría. Es de ahí que nacen los aspectos más nobles de nuestra humanidad e, incluso, es ahí donde el amor en su sentido más límpido convierte a la desoladora prisión del solipsismo en un solipsismo compartido; en la evidencia del carácter metafísico de la ética y en la base de la empatía como un pragmatismo moral.
Pero cuando este reconocimiento sucede en el arte de otro, cuando el grito artístico del propio espíritu se reconoce en el grito humano de una expresión artística ajena; ni amores ni pragmatismos bastan para describir el eco de una soledad y una univocidad revelada como la certeza de que alguien más ha padecido lo mismo que tú. Que alguien más, herido por el hecho de existir, ha encontrado una voz sincrónica que quiere decir las mismas cosas de maneras similares.
No puedo hablar por la experiencia subjetiva de Wes Anderson, ni por la de Roald Dahl; lo que sí puedo entrever es que en las cinco adaptaciones que el cineasta texano ha hecho de la literatura del autor británico, el reconocimiento de dos espíritus artísticos se traduce en un trabajo de colaboración. El testimonio de una admiración rebosante. La confesión de una dolorosa soledad que, algún día, encontró en las letras de otro el esperanzador eco de una aflicción personal. La multiplicación exponencial de una voz artística a través de una misión en común: hacer arte.
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