Exótico
Opinión viernes 29, Sep 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La nueva película del galardonado documentalista estadounidense Roger Ross Williams: Cassandro, protagonizada por Gael García Bernal, recompone algunos eventos biográficos de la vida de Saúl Armendáriz para delinear una historia de autoaceptación y autodescubrimiento
El impacto cultural que tiene la lucha libre en México y el modo en que esta disciplina se alimenta de y retroalimenta a la identidad nacional se elevan a dimensiones de idiosincrasia. En México, el deporte ha tenido un desarrollo propio y original que ha establecido una escuela específica de llaveo y lucha aérea; ha construido narrativas profundas de heroísmo; ha perfilado una dinámica específica de catarsis social; y ha dado a luz a sus propios personajes y modelos icónicos.
Dentro de este cosmos propio —con carácter propio y con sustentos experienciales propios—, la lucha libre mexicana ha construido una representación de la feminidad y la homosexualidad contrastante con una disciplina que exalta una imagen hegemónica del machismo y la masculinidad tradicionales: los luchadores exóticos.
Llamados así por su comportamiento distinto y extravagante dentro de una mayoría de personajes rudos, toscos y agrestes, los luchadores exóticos surgen dentro del ideario mexicano de la lucha libre desde los años 40 con personajes que, inicialmente, se presentaban como hombres elegantes, de aspecto prolijo, altivos y especialmente preocupados por la higiene y por mantener una apariencia pulcra. Esta actitud —que enardecía a las masas de espectadores— se traducía, en el ring, en una demostración de las más altas cualidades luchísticas; generando, así, el contraste entre una actitud arrogante, amanerada y extra-cuidada y las aptitudes recias asociadas a los atletas practicantes del pancracio.
Con el tiempo, la personalidad singular de los luchadores exóticos avanzó hacia la asimilación de estos personajes dentro de conceptos modélicos de la homosexualidad o del afeminamiento, generalmente, en los términos de una actitud reprobable o cómica que no solía ser tomada con especial seriedad.
Hasta aquí, una mayoría de los luchadores que encarnaban el perfil exótico no eran homosexuales en sus vidas personales ni buscaban representar ningún tipo de modelo andrógino o femenino dentro de un mundo asumido como primordialmente masculino; simplemente, se buscaba generar un choque a través del contraste entre un hombre “modélicamente masculino” —el luchador clásico— y un hombre “no modélicamente masculino” —el exótico.
La identidad de los exóticos cambiaría durante la década de los 80, cuando algunos luchadores de la comunidad LGBTTTIQA+ tomarían este arquetipo luchístico para asumir públicamente su orientación sexual: uno de ellos sería Saúl Armendáriz, Cassandro.
Más allá de su posición como referente dentro de la reconceptuación del modelo del luchador exótico, Cassandro es ampliamente reconocido como uno de los mejores luchadores mexicanos de la historia —elogiado por sus colegas debido a su técnica, su profesionalismo y su experiencia dentro del ring— y destacado por su personalidad pública —que lo ha convertido en objeto de diversos esfuerzos fílmicos.
Su historia de vida —accesible a través de los diversos materiales audiovisuales en los que ha participado (entrevistas, eventos de lucha, documentales) — y su personalidad luchística se han convertido en un ícono particular del modo en que el arquetipo del exótico es reformulado por los luchadores gays en los términos de un bastión de la lucha por los derechos de la comunidad LGBTTTIQA+. Esto, a través de una oposición alegremente rebelde frente a un modelo hegemónico de virilidad, masculinidad y machismo representado por los luchadores tradicionales.
En otras palabras, una reinvención del choque entre un hombre “modélicamente masculino” —el luchador clásico— y un hombre “no modélicamente masculino” —el exótico— que pone en el ring una lucha metafórica entre una masculinidad rígida —y frágil— y una masculinidad diversa —y rebelde. Lucha que, tradicionalmente, solía inclinarse hacia los modelos tradicionales pero que, de la mano de personajes como Cassandro, ha visto la erección de luchadores exóticos como auténticos héroes, campeones y leyendas de la lucha libre mexicana.
Dentro de este nuevo modelo de interpretación de los luchadores exóticos se inserta la nueva película del galardonado documentalista estadounidense Roger Ross Williams: Cassandro. Protagonizada por Gael García Bernal, la cinta recompone algunos eventos biográficos de la vida de Saúl Armendáriz para delinear una historia de autoaceptación y autodescubrimiento.
Cassandro sigue a una versión medianamente ficcionalizada de Saúl mientras intenta hacerse de un nombre en el mundo de la lucha libre fronteriza. Entre El Paso, Texas, y Ciudad Juárez, México, Cassandro lidia con una carrera luchística en ciernes que no logra despegar hasta que el joven mexicano decide asumir su identidad gay dentro de su identidad como luchador; una carrera que no despega hasta que Cassandro se asume exótico.
De este modo, el progreso de Saúl para aceptar quien siempre ha sido se narrará paralelamente con el progreso de la carrera luchística de Cassandro. Saúl-Cassandro lidiará, así, con la falta de aceptación de su padre —debido a su orientación sexual— y con los obstáculos que se oponen a su figura emergente y diferente dentro del mundo de la lucha libre.
Cassandro contará esta historia con un tono consistentemente solemne. La seriedad y la hondura de la lucha de autodescubrimiento de Saúl será comunicada al espectador con un carácter fílmico formal y respetuoso que, sin embargo, no será denso ni carecerá de luminosidad. Cassandro tendrá como estrella brillante a su protagonista en una historia de superación personal pareada con autoaceptación y autoestima. La seguridad de Cassandro —el Cassandro al que da vida Gael García— se convertirá en la fuerza resiliente con la que Saúl dará un salto al vacío —al asumir públicamente su homosexualidad— que le retribuirá con honores, con el reconocimiento de sus pares y con el amor del público.
Junto a la teatralidad que envuelve al fenómeno identitario que es la lucha libre en México, el espectáculo en el cuadrilátero se convierte en la ocasión inmejorable para una experiencia compartida y co-creada por público, recinto y atletas. Un canal de conexión interhumana que recreará ante los ojos una lucha constante entre el bien y el mal, entre los rudos y los técnicos.
Pero en la mágica idiosincrasia mexicana, en su surrealismo, en su rebeldía, en su antisistematismo, surgirá una tercera figura. La figura de lo diferente, de lo diverso, de lo inaprehensible. De lo que es rudo y técnico a la vez, de lo que es masculino y femenino al mismo tiempo, de lo que es raro y común en el mismo acto.
Sólo en la peculiaridad de lo mexicano el noble acto de coexistir a través de insultos, gritos, golpes, sudor, cuerdas, tablas y sangre sublima la fragilidad de un machismo de impostura con la valentía de lo exótico.
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