True crime mexicano
Opinión miércoles 9, Ago 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La narcosatánica, dirigida por Pat Martínez, relata el caso del grupo sectario de narcotraficantes responsables de más de una docena de asesinatos ritualísticos que, en 1989 en la zona fronteriza de Matamoros, Tamaulipas; serían dados a conocer como “Los Narcosatánicos”
Como expresión de una tendencia persistente dentro del entretenimiento y el morbo contemporáneos, una de las apuestas fuertes para los estrenos veraniegos de las plataformas de streaming fueron tres historias de true crime —crimen real— mexicano que, por un lado, abonan a la representación de una realidad y la construcción de una narrativa reiterada sobre dicha realidad y que, por otro lado, alimentan el probado éxito comercial de este género de historias: La narcosatánica (HBO Max), La dama del silencio (Netflix) y El show: crónica de un asesinato (Vix).
Las tres historias, en formato documental y con sus particulares ángulos para tratar el asunto, reflejan una descripción general de las formas idiosincráticas desde las que éste género narrativo —el true crime o crimen real— se ha moldeado a partir de las maneras puntuales con las que la política, los medios de comunicación, el sistema de justicia mexicano y la sociedad de finales del siglo XX y los inicios del siglo XXI abordaron tres de sus casos criminales más mediáticos.
Las tres historias, de cierto modo, delinean un esbozo de la manera en que la justicia mexicana enfrenta una realidad que sigue padeciendo —el crimen de alto impacto— y el modo en que la prensa nacional —más la política y la sociedad civil— erige en leyendas macabras a los artífices y las víctimas de lo que se presenta, irremediablemente en México, como misterios no plenamente resueltos o que, en el mejor de los casos, siempre dan cabida a dudas razonables y distingos entre historias oficiales y opinión pública.
La narcosatánica, dirigida por Pat Martínez, relata el caso del grupo sectario de narcotraficantes responsables de más de una docena de asesinatos ritualísticos que, en 1989 en la zona fronteriza de Matamoros, Tamaulipas; serían dados a conocer como “Los Narcosatánicos”.
La serie documental reconstruye esta historia a través de los testimonios y el punto de vista de Sara Aldrete, “La Madrina”, —actualmente presa en un penal de la Ciudad de México— señalada como la segunda al mando de la organización religiosa-criminal.
El trabajo de Martínez se construye sobre una óptica atenta a la visión de Aldrete —quien se declara más como una víctima de la situación por la que purga una sentencia que como una responsable y coautora de los actos que se le imputan— que busca contrastarse con algunos testimonios de otros involucrados en el caso para apuntar a las posibles inconsistencias de los procesos forenses y judiciales que sostienen su sentencia.
Por su parte, La dama del silencio, dirigido por María José Cuevas, relata el desarrollo de la búsqueda y la captura de la llamada ‘Mataviejitas’, quien, entre 1998 y 2005, asesinó a más de dieciséis mujeres de la tercera edad en la Ciudad de México haciéndose pasar por enfermera. Presentada mediáticamente como la “primera asesina serial mexicana”, Juana Barraza Samperio, fue motivo de múltiples representaciones ficcionales de la cultura popular y se convirtió en el inesperado rostro de una inquietante ola de crímenes contra los adultos mayores en la capital mexicana.
El documental de Cuevas reconstruye paso a paso el proceso mediante el cual “La dama del silencio” —nombre que Barraza usara para su alter ego en la lucha libre— fue la pieza inesperada en un rompecabezas cruel y doloroso que afectó a uno de los principales grupos vulnerados y obviados en la sociedad mexicana y, a la vez, uno de los más entrañables para la mayoría de la población.
De La dama del silencio destaca una vehemencia consciente por dar voz principal de esta reconstrucción de los hechos a las víctimas de los mismos —los familiares de las mujeres asesinadas por Barraza— y el interés por señalar el modo en que Barraza habría construido una historia sobre sus delitos que respondiera al fervor y la mitomanía mediática que rodea —aún hasta nuestros días— su caso.
Finalmente, en El show: crónica de un asesinato, dirigido y escrito por el aclamado reportero y documentalista Diego Enrique Osorno, acudimos a una reconstrucción de los factores sociales, políticos y personales que desembocaron en la desmedida mediatización del asesinato del presentador de televisión y comediante, Francisco “Paco” Stanley.
Stanley sería vinculado, tras los hechos, con el narcotráfico mexicano y su muerte se convertiría en uno de los primeros casos de espectacularización de un asesinato para la sociedad mexicana. Hasta la fecha, su muerte y los múltiples factores que la rodean siguen siendo una fuente prolífica de morbo y rumores que alimentan uno de los misterios sin resolver del true crime mexicano.
El trabajo de Osorno se construye a través de una óptica profundamente humanista que busca escuchar el punto de vista de cada uno de los involucrados —directa, indirecta y remotamente— en el momento sociohistórico en el que el asesinato de Stanley tuvo lugar.
El show recurre a un importante número de voces —actuales y de la época— para desmenuzar atentamente cada uno de los aspectos de Stanley y su asesinato: su vida personal, el momento que vivía el entretenimiento mexicano de la época, el clima político y social que rodeaba los hechos, los posibles nexos del comediante con el narcotráfico y hasta sus posibles actos cuestionables.
Reconstruye el lugar específico de Stanley en la Historia de la Televisión Mexicana y establece las notas generales del carácter del comediante; explica el momento social y político en el que se dan los hechos que llevan a su muerte y los inserta dentro de la lógica con la que, en el momento, la televisión mexicana abordaba el crimen de alto impacto; retrata el proceso con el que se llevaron a cabo las investigaciones sobre el caso —aún abierto— y subraya la manera en la que éste se vio afectado por la distorsión propia de la espectacularización de un asesinato convertido en misterio sin resolver.
Así, a partir de estas tres formas de ver a la sociedad mexicana a través de sus procesos de impartición de justicia quedan claros algunos ejes narrativos del true crime mexicano —como ficción— y algunos vicios recurrentes del sistema judicial mexicano —como realidad.
En este trío de casos aparecen de una u otra formas las hipérboles cínicas del humor mexicano y las formas casi adictivas y obsesivas de su morbo chismoso. En los tres casos, la cultura mexicana evita el dolor de la herida de los monstruos y monstruosidades que genera con humor o con racionalismo conspirativo. Inserta el dolor en ideologías o en chistes y parece no haber puntos medios.
Brotan en los tres casos las prácticas viciosas sobre las que se construyó la antes llamada “procuración” de justicia que parecía tener más que ver con la procuración de los status quo que con la búsqueda de la verdad: resuenen en las tres historias los ecos de la fabricación de culpables, la tortura y la fabricación y manipulación irresponsable o inadecuada de evidencias.
En los tres casos, queda enfatizado que el crimen de alto impacto en México parece no deslindarse de tratamientos dudosos de los procesos. Que en el centro de los ejemplos mediáticos de la impartición de justicia en nuestro país siempre quedan sabores amargos de insatisfacción con retrogusto a impunidad.
La pregunta sencilla es ¿y las cosas son distintas hoy en día? ¿las cosas son distintas más de veinte años después? La respuesta sincera es que sí, que parece haber una intención por una gestión más responsable, mejor construida e independiente de los procesos penales. La respuesta sencilla —y la que a veces es la más verdadera— es que no, que la impunidad sigue reinando en un país que hace más ruido sobre sus casos más atroces de violencia que el trabajo que hace por buscar verdades y castigar culpables.
El género narrativo del true crime o crimen real se caracteriza por tratar casos de no-ficción que se insertan en las directrices del relato a través de la óptica con la que los hechos en cuestión son reconstruidos y presentados. De origen aparentemente estadounidense, el género de historias se caracteriza por la construcción de una tensión que se alivia a través de una historia de justicia conseguida —un cuento de horror que termina en el final feliz del triunfo de la justicia.
En el caso de México, el true crime parece estar más cerca de una fenomenología del crimen que de un género narrativo. Una especie de presentación de los hechos como quieren ser y como suceden enmarañados entre aparatos mediáticos de espectacularización de la violencia y mediatización de la justicia pública.
Una narrativa que irremediablemente se resuelve en polémica, sospecha, dudas y hálitos de impunidad. Una narrativa que nos gustaría que fuera instigada y forzada sobre una realidad más esperanzadora pero que, más bien, aparece como un traje a la medida para un asesino sin rostro.
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