El adictivo sabor del atole
Armando Ríos Ruiz viernes 28, Jul 2023Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
No se sabe a ciencia cierta en dónde fue inventado el atole. Lo que sí se conoce es que se trata de una bebida de origen prehispánico que se consume en Mesoamérica y que originalmente se trata de una cocción de maíz con agua y miel, que se sirve lo más caliente posible. A veces se le agregan especias aromáticas, como canela, vainilla, anís, cacao y muchas otras.
El chiste es que para muchos, resulta muy adictivo por su exquisito sabor. Aunque existe otro tipo de atole que también produce una adicción concentrada. Que no se bebe, sino que se da en porciones abundantes que emergen de la boca de los políticos, principalmente, que han dedicado su vida a estudiar las preferencias de la ciudadanía. Que se da con el dedo y que entra por los oídos. En la actualidad, esta mezcla que se compone de palabras endulzadas con las mieles de la oferta y con las mentiras que el que escucha desea oír, se ha convertido en todo un éxito. Hace algunos años, en México apareció un fabricante del producto, desprovisto casi totalmente de luces intelectuales. Pero con esta mercancía que ha sido capaz de llenar plenamente, corazones y esperanzas.
La adicción se produjo con tanta fuerza, que le permitió arribar a la cumbre del poder, desde donde alimenta cada mañana a sus fieles con toda clase de argucias enajenantes, al punto de haberlos convertido en un rebaño ciego y sordo, incapaz de darse cuenta hacia dónde es conducido. Sin capacidad de ver casi a sus pies el precipicio y presta a percibir sólo la miel invisible del discurso.
Esta nueva especie de mesías surgida de la inconformidad histórica inducida por un pasado lleno de abusos, de esa clase que desea el poder a costa de lo que sea, quiere hoy iniciar una nueva época peor que la que ha dejado atrás. Una etapa de desprecio total a las leyes y de aniquilación de instituciones que estorban su proyecto. Sin importar inclusive, la ruina del país y de sus propios adoradores. Al fin no ven. No sienten. No escuchan. Sólo aplauden.
Hace cinco años llenó de promesas al país e inició con la primera destrucción que incomodaba su mente. Desaparecer un aeropuerto que prometía grandes alcances en materia económica, sólo por el prurito de haberlo iniciado el mandatario a quien reemplazaba, con una fórmula infalible. Ilegal y por ello abyecta: La consulta a mano alzada que puso en marcha para satisfacer con ella todos los caprichos que fueran apareciendo durante su mandato.
No registró la mínima congoja. Los más de 400 mil millones de pesos perdidos por su decisión no le provocaron el mínimo remordimiento. Más bien lo hicieron sentirse como el auténtico salvador. Así comenzó a exhibirse.
Es obvio que quienes lo rodean acrecentaron ese sentimiento. No es difícil deducir que es porque no admite una opinión en contrario. Haga lo que haga. Así ordene a sus lacayos hacerse el harakiri. Están para obedecerle. No para pensar y menos para contradecir. Inventó una conferencia mañanera no para informar. Sino para denostar a quienes no concuerdan con él.
Acaba de intentar convencer que su promesa hecha en campaña, de esclarecer los hechos de Ayotzinapa, hace ocho años, ha tenido un gran avance. El caso es que los mismos familiares de los desaparecidos ya han mostrado inconformidad y desencanto completos por los magros resultados. Esa promesa, que fue creída en su momento, fue uno de tantos dedazos llenos de atole.
Algunos logran abrir los ojos. Como en este caso. Pero quien escucha sin tener un pesar que el que manda se hubiera comprometido a resolver, continúa y continuará adormilado, bajo el sopor de la dulce gota de atole en el oído.
En el caso Ayotzinapa, dice que hay detenidos, como el ex procurador Murillo Karam. ¿Sirve de algo? Los deudos desean saber sobre el paradero de sus familiares. No de hechos que más parecen venganzas contra autoridades del pasado que tanto le quitan el sueño. Quieren saber algo más concreto que tenga que ver directamente con los desaparecidos, no con artificios para el adorno personal, a cinco años de la promesa atolera.