Ser sin tiempo
Opinión jueves 6, Jul 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- El recurso medular de A Ghost Story será la atemporalidad del estado existencial de su protagonista. Un fantasma que vive fuera de la temporalidad lineal que experimentamos, un fantasma que percibe el tiempo de manera distinta y lo recorre de manera distinta
¿Qué sucede cuando morimos? ¿A dónde vamos cuando trascendemos —aparentemente— las estructuras coextensivas de la existencia que son la espacialidad y el tiempo? ¿Qué sucede cuando del objeto material que fuimos sólo queda un fantasma —del griego φάντασμα (phántasma): aparición, visión, ilusión; i.e., sólo una sombra aparente de algo que en algún momento fue un cuerpo material consistente—?
La película A Ghost Story o Historia de fantasmas del cineasta estadounidense David Lowery (The Green Knight) responde a éstas preguntas desde un imaginario contemplativo y enternecedor que poco a poco se adentra en la profundidad ontológica y metafísica del asunto: ¿qué pasa cuando morimos? y eso ¿qué nos dice de lo que es nuestra existencia?
La respuesta del film de Lowery no será tópica ni directa sino artística e inefable. Se centrará en el amor, la pérdida y la raigambre voluntaria que, como humanos —o fantasmas—, le asignamos a los espacios y personas que nos definen.
A Ghost Story sigue a un hombre que experimenta el paso entre la vida y la muerte; convertido en fantasma, el protagonista añora la vida que tuvo y vuelve a la casa que compartió por años con su esposa. Ahí, a través de su cambio de circunstancias existenciales, contempla el mundo que quedó sin él y revisita el mundo que él vivió junto a su pareja.
A pesar de la gravidez del tema central de la cinta y su carácter profundamente melancólico y lacónico, Lowery se las ingenia para añadir una capa de ternura y relativa ligereza a este cuento sobre fantasmas con el modo particular en el que decide presentar a su protagonista: un hombre cubierto por una sábana blanca con dos hoyos para los ojos.
Una representación clásica —a veces infantil, a veces cómica, a veces romántica— que tiene su origen en el hecho de que, por siglos, los difuntos eran cubiertos con una manta blanca cuando fallecían —a veces enterrados de esa manera, incluso.
Ésta no es una historia de horror o terror o una historia de eventos paranormales, es una contemplación sobre la vida, una reflexión sobre la muerte y una emotiva pregunta sobre lo que hay más allá de nuestros días, nuestras carnes y nuestros huesos.
De ahí se explica que, en lo cinematográfico, Historia de fantasmas transcurra con lentitud, con muy pocos diálogos, con escenas contemplativas que parecerían extender acciones cotidianas innecesariamente pero que, en realidad, buscan mostrarnos con minuciosidad los efectos de la pérdida, del amor y de la vida después de la muerte.
A este último respecto, el recurso medular de A Ghost Story será la atemporalidad del estado existencial de su protagonista. Un fantasma que vive fuera de la temporalidad lineal que experimentamos, un fantasma que percibe el tiempo de manera distinta y lo recorre de manera distinta.
Con ello, el fantasma es capaz de atestiguar, revivir, re-experimentar y recorrer su propia existencia mortal como un círculo narrativo. Del mismo modo en que, a través de la memoria reflexiva somos capaces de revisitar nuestra vida para darnos cuenta, a la postre, de detalles, lecciones, hechos y realidades que, en su momento, fuimos incapaces de aprehender.
Así, sobre este peldaño reflexivo de atemporalidad, la experiencia de nuestro fantasma protagonista resignifica su existencia, su pasado y su condición presente; eleva, así, la película a una reflexión ulterior y más compleja: si la muerte es vivir la atemporalidad y en la atemporalidad lo único que queda es el recuerdo y el amor, ¿entonces que es la vida?¿qué es mi vida?
La vida es temporalidad. Es un momento dentro de un continuo infinito de existencias. Mi vida es temporalidad. Es un suspiro dentro de un universo infinito, dentro de una extensa Historia humana y dentro de una ingente existencia cósmica. La vida, mi vida, es sólo un instante insignificante en un Universo inabarcable de existencia y muerte.
Y ahí, en ese grano de arena que es nuestra vida, brilla con candor absoluto una serie de vínculos humanos y relacionales que figuran a la persona que fuimos. Fuimos nuestros espacios, las cosas a las que les imprimimos vida al usarlas, las personas con las que nos vinculamos —de maneras positivas o negativas— por cualesquiera circunstancias. Pero, ante todo, fuimos nuestro tiempo.
Aquello a lo que dedicamos nuestros días. Aquello en lo que se fueron nuestras horas de vida. Aquello a lo que dedicamos nuestros insomnios. Aquello en lo que se fueron nuestras energías. Aquellos a quienes convertimos en nuestro tiempo transcurrido. Aquellos a quienes cohabitaron nuestro tiempo compartido.
La vida es temporalidad. La muerte atemporalidad. El ser es tiempo transcurriendo, es reloj dando continuos tics y tacs. La muerte es sin tiempo, es contemplación, es un reloj detenido; es la pregunta suspendida en la nada que busca una respuesta imposible. La vida es la oportunidad constante de compartir nuestro tiempo con otros. La muerte es esa imposibilidad, sólo recuerdo, sólo un fantasma. La vida es ser en el tiempo. La muerte es ser sin tiempo.
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