Black Mirror
Opinión miércoles 28, Jun 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
Como parte de una versátil carrera en la televisión británica —principalmente dedicada a la escritura, producción y aparición en contenidos de comedia—, el agudo sentido satírico de Charlie Brooker (Cunk on Earth, Death to 2020) exploraría el olvidado formato de la antología a través de la señal de Channel 4 con un proyecto inspirado en La Dimensión Desconocida y otros contenidos parecidos: Black Mirror, transmitida por primera vez en diciembre de 2011.
En esta primera etapa —que se conoce entre los fans del show como la Etapa Británica—, el proyecto de Brooker reviviría las series compuestas por historias unitarias contadas capítulo a capítulo a través de una mirada dramática y distópica de la ciencia ficción y una inquietud lúdica por lo que podría pasar con las tecnologías que apenas nacían en la década de los 2010 —teniendo siempre en mente, en sus propias palabras, “los peores escenarios posibles”.
La Etapa Británica de Black Mirror se extendería hasta 2014 incluyendo algunos de los mejores capítulos de la serie y cimentando al show de televisión en una categoría de serie de culto. Se establecería, en estos episodios, el carácter distópico, asociado a finales no-felices y conducido por una observación del consumo de la tecnología que haría mundialmente famosa a la antología televisiva.
En dicho contexto y como parte de la búsqueda de Netflix por afianzar su posición como generador de contenidos propios, la serie pasaría a formar parte del catálogo del innovador servicio de streaming en 2016 —iniciando, así, la Etapa Estadounidense del show, según sus fans— con una tercera entrega de episodios que extendían las capacidades originales del show británico tanto en lo técnico, como en lo narrativo —aparece el primer final feliz dentro de la serie antológica (San Junipero)— y, sobre todo, en la variedad de tonos genéricos de la serie que entrarían a la comedia romántica, el horror psicológico y otros nuevos horizontes para Black Mirror.
En este primer momento de la Etapa Estadounidense del show aparecen algunos de los episodios con mayor impacto en la cultura popular y se establece una nueva estética para el show que abriría el camino a su futura redefinición de principios —o indefinición estilística.
Llega así la cuarta entrega del show con el reciclaje de algunos de los conceptos tecnológicos previamente presentados y explorados en la serie; incluso con un episodio que homenajea la historia del programa de televisión —hasta aquel momento— en un museo plagado de referencias a cada uno de los episodios anteriores de la antología (Black Museum). Una entrega sólida pero que empieza a exhibir la repetición de tópicos y la derivación del centro narrativo de la serie —que solía estar en una observación sobre el uso de la tecnología.
Con opiniones divididas, para 2018, la serie se convierte en el contenido idóneo para probar una de las nuevas funciones de su servicio de streaming patrón: los contenidos interactivos de entretenimiento. Series y películas en las que la historia va cambiando según las elecciones que el espectador vaya haciendo mientras se narra. Nace, así, Bandersnatch.
Un concepto unitario y encerrado en su propio concepto interactivo que cruza ingeniosamente la cuarta pared mientras le da un estimulante poder de elección al espectador para, inadvertidamente, convertirse en el objeto real del uso adictivo y “perverso” —por ociosamente voyerista— de una nueva tecnología. Un episodio de Black Mirror que transcurre más en la sala de tu casa que en la pantalla que miras.
Para 2019 el show se convierte —según una impresión casi unánime— en una imitación de sus buenas épocas. Quizá con decorosos momentos excepcionales entre sus temporadas cinco y seis (2023) pero, claramente, con un giro completo en el modo de contar historias y en los principios que daban identidad a “La Dimensión Desconocida de nuestra época”.
En la temporada cinco hay un claro detonante de confusión tonal para la serie con una historia de final feliz y amistad (Rachel, Jack and Ashley Too) que se aleja del carácter oscuro que hiciera a Black Mirror una serie de culto. En la temporada seis, hay un claro interés por acercar la antología al género del horror, cruzando incluso la línea entre la ciencia ficción y la franca fantasía. En ambos casos y de manera gradual se va haciendo más presente un ocasional sentido del humor que trata de llenar algunos vacíos de sustancia discursiva.
La magia que tuvo la irrupción estilística que implicó Black Mirror en sus primeras temporadas quizá respondía a una necesidad —muy actual y muy occidental— de reflexionar sobre el progreso tecnológico acelerado que nos ha rodeado en las últimas décadas.
Quizá, lo que hacía intrigante y apelativa a esta serie en la década de los 2010 era, precisamente, que aún nos encontrábamos en la encrucijada entre un mundo que estaba por existir y un mundo que estábamos viendo extinguirse. Y, quizá, lo que la hace cada vez menos interesante es, justamente, que ese mundo amenazante que se avecinaba ya nos alcanzó.
En el imaginario popular este último punto parece estar claro. Premisas que formaron parte del show durante sus primeros episodios —cuando se exploraban “peores escenarios posibles” de ideas tecnológicas en el formato “y si sucediera…”— encontraron un correlato real a pocos años de distancia.
Por ejemplo, en el episodio de 2013, The Waldo Moment, Black Mirror presenta qué pasaría si una caricatura generada por computadora se convirtiera en candidato de una elección presidencial. Básicamente, la idea se inspira en la pregunta ¿qué pasaría si un meme fuera candidato? Waldo se presenta como un antipolítico que, en lo sustancial, no ofrece nada más que un discurso punzante y una retórica popular basada en impresiones arraigadas; confronta directamente a sus adversarios y es, sin más, un agente disruptivo que quiere el poder.
Waldo fue comparado con el ahora presidente de Ucrania Volodymyr Zelenskyy y, de manera bastante más evidente, con la candidatura y la presidencia de Donald Trump en los Estados Unidos durante el periodo 2017 a 2021.
En términos filosóficos diríamos que Waldo en el 2013 anunciaba el escenario de la pospolítica contemporánea que se rige más por el mundo de las redes sociales, la desinformación y la mercadotecnia que por la genuina representación de una convicción política firmemente asumida.
Otros ejemplos incluyen la teoría de conspiración que afirma que existen insectos ficticios que, en realidad, son micrófonos y cámaras milimétricas que espían a la población general como en Hated in the Nation; dinámicas de estratificación social basadas en resultados de redes sociales y calificaciones virtuales, como se presenta en Nosedive; tecnologías de Inteligencia Artificial —actualmente en desarrollo en Amazon— que imitan las conversaciones con seres queridos fallecidos, tal como se presenta en el episodio Be Right Back; métodos para navegar el día a día “bloqueando” de facto la existencia de otros seres humanos, como en White Christmas; y métodos de extorsión virtual como los presentados por el excelentísimo capítulo Shut Up and Dance.
Así, a través de una aguda observación satírica convertida en dramática, oscura y distópica ciencia ficción, Black Mirror pellizcó la piel de un mundo al que le sobrevenían cambios inimaginables pero prenunciados. Charlie Brooker, simplemente, extendió los rasgos viciosos más reconocibles del mundo que lo rodeaba y los transformó siguiendo la pauta de los grandes intereses tecnológicos que, por entonces, apenas se desarrollaban. Y, quizá, lo que logró fue tan atinado que la realidad alcanzó a la ficción.
En sus orígenes, Black Mirror representó una mirada futurista, tecnologista y exagerada de los vicios que dominaban al mundo de los 2010. Presentó los primeros indicios de la espectacularización de la realidad; la adicción humana a las pantallas que termina por absorber todo lo humano que hay en nosotros para transformarlo en entretenimiento o publicidad; el solipsismo que construye una realidad hecha a modo, a gusto personal, encerrada en los propios recuerdos, en cámaras de eco que reproducen mi misma opinión y me alejan de la auténtica otredad; el absurdismo subyacente a un mundo de pospolítica; la idealización de la tecnología: nuestra renuncia al mundo real y nuestra evasión efectiva de la vida real y nuestro abandono del mundo material en favor de mundos virtuales.
Black Mirror proponía, en sus mejores días, una especie de cuentos de horror cautelares que nos advertían de lo que el mundo podría ser si nos dejábamos absorber por luces y sonidos —pantallas y bocinas—; poco a poco, el show mismo fue absorbido por la propia dinámica que denunciaba, se convirtió en un producto tecnológico más al que, hoy, no le queda más que fantasear hacia el horror o burlarse de sí mismo con cinismo (Joan is Awful).
¿Qué dice de nosotros que lo que un día fue distopía de ciencia ficción se asemeje cada vez más a nuestra realidad?
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