Ejército Zapatista de Liberación Nacional
Opinión miércoles 24, May 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
La historia siempre se cuenta en los siguientes términos: “el 1° de diciembre de 1994 surgió desde la Selva Lacandona y para la sorpresa del Estado Mexicano un movimiento guerrillero que cambiaría la estructura de nuestro país como lo conocemos”; sin embargo, quizá debería contarse desde unos cuantos siglos de Historia más atrás: los más de quinientos años de europeización del mundo americano.
El concepto mismo de América es acaso un constructo occidental engendrado desde la confluencia entre dos mundos: uno, autóctono, natural de estas tierras y cruzado por un entendimiento analógico, poético y comunitario; otro, extranjero, buscando recursos que explotar e históricamente marcado por un entendimiento sintético y analítico, tendiente al ímpetu dominante y decantado en conquistas y apropiaciones.
Quizá la Historia de la Conquista y el Descubrimiento de América sea algo mucho más complejo que la dicotomía entre dos bandos: los de aquí y los de allá. O quizá es precisamente esa la noción que se exige subrayar: hay unos de aquí —de estas tierras, de estos días, de estas aguas— cuyos usos y costumbres son un diálogo directo con una realidad experimentada; hay otros de allá —de otras tierras, de otros soles, de otros mares— cuya cultura vino a implantarse y echar raíces en un mundo que no les es natural.
Cualquiera que sea el caso, las consecuencias prácticas de este inaprehensible choque de racionalidades se tradujeron en la erección del gobierno y la cultura de unos y la marginación, el aislamiento y el sometimiento forzado de otros.
Para unos la explotación de los recursos naturales, el desarrollo de sus valores y religión, las mejores comidas y las mejores tierras; para otros la explotación laboral, la folklorización de su cultura, las comidas inciertas y las tierras pedregosas —donde el cultivo es, si no imposible, infructífero.
Para unos los motes de reyes, virreyes, gobernantes, alcaldes y presidentes —y toda la parafernalia, el enriquecimiento y el vulgar abuso de poder que le viene conjunto—; para otros el mote de indios —reportado en la cultura popular como un sinónimo de ignorancia, inadecuación, marginalidad y hasta maña o alevosía. Para unos quinientos años de un mundo acomodado a sus caprichos; para otros quinientos años de un mundo que los relega, que los ignora, que los olvida y que, en el mejor de los casos, los convierte en atractivo turístico.
Y ahí vuelvo a 1994, cuando entraba en vigor en México lo que el gobierno neoliberal de la época quería presentar como la entrada de nuestro país al “primer mundo”: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. El acuerdo trilateral que prometía la llegada a México de más productos para consumir, de mejor calidad y de mejor precio. Que prometía el crecimiento de una economía lista para igualarse con Canadá y Estados Unidos —el gran referente contemporáneo de la occidentalidad. Que prometía que México era un país de oportunidades donde reinaba la abundancia, la democracia y la justicia.
Y allí, justo allí, un grupo de indígenas armados iniciaban el año nuevo del nuevo México con un estridente reclamo por trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Iniciaban el nuevo año del México nuevo con un movimiento armado que se proponía tomar siete cabeceras municipales del estado de Chiapas. Allí se le dio a conocer a México la existencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
El impacto y apoyo que tuvo el movimiento en la época tuvo correlatos culturales claros en el rock latinoamericano, en la intelectualidad académica y en la cultura universitaria. El movimiento fue acogido con una simpatía generalizada que reivindicaba la justicia del reclamo zapatista y que lego, en las décadas venideras, un auge del indigenismo en los círculos de intelectualidad política, social y humanística.
Por su parte, la lucha política padeció bastante más. Negociaciones fallidas con un Estado reacio a ceder a las exigencias de un grupo armado. Negociaciones convenencieras, acomodaticias y engañosas que prometían solucionar el asunto pero que no tomaban con seriedad fehaciente a las comunidades indígenas. Una lucha política que sigue en pie.
Para el público en general el EZLN se fue desvaneciendo en la Historia a medida que los medios de comunicación prestaban menos atención a sus movimientos y su lucha continua.
Por suerte, en sus centros de influencia cultural, el movimiento afianzó su crecimiento y su maduración con sus propios canales de comunicación, con una avidez y pericia para entrar al mundo digital —del que ya habían sido pioneros en los noventas como una de las primeras guerrillas con una fuerte presencia en internet— y con el florecimiento de su autogobierno.
En este contexto, el pasado abril de 2021, el EZLN emprendió una expedición hacia el Viejo Continente con el fin de reafirmar su lucha de autonomía y reivindicación de los derechos indígenas.
Bajo el nombre de “Travesía por la vida”, el viaje desembarcó desde las costas de Quintana Roo para cruzar el océano Atlántico. Durante cincuenta y dos días, la embarcación “La Montaña” fue la responsable de llevar al Escuadrón 4-2-1 a su encuentro con otras racionalidades a las que, hoy, el EZLN devuelve un movimiento de “conquista” que, lejos de llevar armas y guerras, se apersona con la consigna de promover la creación de un mundo nuevo, alejado del dominio del capital.
La variada tripulación de “La Montaña” contó con la presencia del escritor, periodista y documentalista, Diego Enrique Osorno (El alcalde, 1994, Vaquero del mediodía), quien se encargó de recoger más de cien horas de registro cinematográfico que atestiguan la travesía de estos siete voceros del EZLN: 4-2-1; cuatro mujeres, dos hombres y unoa otroa —i.e., una persona que no es ni hombre ni mujer; el término es la palabra que da cuenta del concepto ancestral usado por los mesoamericanos para referir a la fluidez persistente que rehace constantemente las fronteras entre lo femenino y lo masculino— de distintas comunidades y distintas edades.
Surge así, La Montaña —que tendrá su estreno en México como parte del FICUNAM 13 (del 1 al 11 de junio de 2023)—, el nuevo trabajo cinematográfico-documental de una de las voces periodísticas más distinguibles en el cine mexicano contemporáneo. El nuevo trabajo de Osorno que —como suele ser el estilo del periodista, cineasta y escritor regiomontano— oscila entre la analogía poética y la objetividad documental.
El resultado es un trabajo que revisa la historia del EZLN más allá de su contundente aparición en 1994. Un diálogo entre el pasado y el presente del movimiento político que pinta un claro cuadro de evolución y resistencia.
Un resiliente enfoque cinematográfico que, además, integra a los demás tripulantes de “La Montaña”: tripulantes caribeños y europeos que, en la vida en el barco, se convertirán en los interlocutores del Escuadrón 4-2-1.
De esta manera, La Montaña se convierte en el testigo de dos conversaciones simultáneas: la conversación entre el zapatismo y su historia y el zapatismo y sus horizontes presentes y futuros y la conversación entre los zapatistas y otras visiones del mundo.
El punto de partida común será un claro rechazo al sistema capitalista y su estela de opresión, explotación y aniquilación. En adelante, la conversación tomará la forma de una convivencia de racionalidades.
Racionalidades ya no divididas por regiones geográficas o geopolíticas —ya no divididas por “los de aquí” y “los de allá”— sino diferenciadas entre sí como una evidencia del pluralismo instanciado en visiones de la autogestión, la autonomía, la libertad y, en una expresión, distintas visiones del mundo.
Racionalidades distintas nacidas de ojos distintos. Por un lado, los ojos del pseudo-avanzado mundo contemporáneo; por otro lado, los ojos de la alegre rebeldía de la libertad y la autonomía zapatista.
De este modo, la Travesía por la vida documentada por Osorno será una travesía dialógica que reiterará los fundamentos de una lucha viva, alegre y poderosa. Fiel a sus principios indigenistas e indígenas. Fiel a su rebeldía vitalista que reafirma su poder en la adictiva semilla de la libertad auténtica.
La Travesía por la vida a bordo de La Montaña será íntima, meditativa, tempestuosa. Osorno la documentará sincronizada con los ritmos del altamar. A veces infinitos y cadentes. A veces inclementes y retadores. A veces simplemente rodeados de la paz del agua y la inspiración de un viento que, como el diálogo, va y viene hasta borrar el horizonte entre el arriba y el abajo, entre el agua y el cielo. Entre un tú y un yo.
Al final, La Montaña será una muestra de la vigencia imperecedera de un grito de justicia. Será una muestra de una lucha viva y alegre que ahora adopta las formas del cultivo a través del diálogo y que tiene como su arma más poderosa a la palabra. Será la muestra de que hay un EZLN después de la estridencia mediática: que hay un EZLN floreciendo en el autogobierno.
Pero lo que La Montaña dejará más claro que cualquier otra cosa es que el Ejército Zapatista de Liberación Nacional es hoy y ha sido siempre una invitación a mirar al mundo con otros ojos. Una invitación a descubrir que otras formas de vida —más libres, más justas— son posibles. Que otras racionalidades son materializables. Que “para cambiar al mudo, hay que cambiar primero la forma en que lo miramos”.
Mirar de frente a la injusticia y devolverle la bofetada de la alegre rebeldía de la autonomía.
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