La fórmula Marvel
Opinión miércoles 10, May 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
Cuando en 2013 Marvel Studios anunció que la Fase Dos de su Universo Cinematográfico incluiría una adaptación de Los Guardianes de la Galaxia, el público en general y los fans de los cómics cuestionaron la decisión del estudio por considerarla un error. Primero, nadie conocía a ese grupo de superhéroes olvidado entre las páginas de las historietas de Marvel y, segundo, había un importante número de personajes que podrían ser más interesantes y más esperados en lo que por entonces era una naciente colección de películas interconectadas.
Bastarían tan sólo unos meses para que, de la mano de James Gunn, Peter Quill, Gamora, Drax, Groot, Rocket Racoon y compañía cambiaran la narrativa de lo que se veía como un movimiento arriesgado para el MCU. Guardianes de la galaxia, vol. 1 se convertiría en una de las diez películas en solitario más taquilleras de Marvel Studios —sin incluir las películas de los Avengers y las de Spiderman que son, por sí mismas, dos de las franquicias más exitosas del cine— y, probablemente, la más determinante para definir lo que en los años posteriores se conocería como la fórmula Marvel.
En términos sencillos, la fórmula Marvel es esa combinación de trama, comedia y sorpresas (easter eggs) que ha caracterizado al conglomerado de franquicias que se ha convertido en el estándar del cine como industria en nuestros días —subrayo, el cine como industria: el del consumo, el de los espectaculares, el de los blockbusters, el que alcanza al mayor número de personas dentro de la cultura popular.
Ese ritmo y tono de filmación complaciente para los amantes de los cómics y las historias de superhéroes pero que, a la vez, es amable y accesible para quien desconoce mucho de los detalles de Marvel y su cosmos de personajes.
Esa mezcla entre acción, ciencia ficción, historias de héroes y comedia romántica que se adapta a los medios de directores y personajes —lo mismo aparece en el Iron Man tardío, que en los crossovers de Los Vengadores, que al fondo de las películas de Black Widow, Shang Chi y Los Eternals y, por supuesto, en cada una de las series del MCU para Disney+.
Ese estilo expuesto y repasado que le da alguna coherencia a Marvel y su universo de películas. Ese estilo expuesto y repasado que, en los últimos años, ha iniciado su claro declive tanto comercial como cualitativo.
Como cualquier fórmula, la de Marvel ha ido desgastando su brillo y perdiendo el sentido de novedad con la simple receta de la sobreexplotación: cada vez más contenidos, cada vez menos interesantes y cada vez menos sorprendentes.
La consecuencia: que cada día sus tramas y cintas se sientan menos apelativas y llamativas y que, aunque entretenidas, sus tramas parezcan inconexas y triviales —sin ningún plan general que desarrollar y sin nada claro en el porvenir más que una sorpresa futura que, simplemente, no llega.
La consecuencia que interesa a The Walt Disney Company: que cada vez los estrenos del MCU tienen una menor relevancia dentro de las discusiones de la cultura popular, que su carácter de posicionamiento se ve cada vez más empañado por otros productos —las adaptaciones de videojuegos van a la alza— y que la gente sienta cada vez menos la motivación para pagar un boleto de cine para ver lo nuevo que Marvel tenga por ofrecer.
Dicho lo anterior, Guardianes de la galaxia, vol. 3 llega a los cines con la promesa de ser “la mejor película del MCU después de Avengers: Endgame”; aseveración probablemente cierta pero que no por ello es sinónimo de una película destacada o mejor que lo que ya se ha visto antes.
Como el gran formulador detrás de lo que establecería el tono característico de Marvel Studios y como el autor detrás de la representación del espacio exterior —galaxias, planetas, etc.— en su Universo Cinematográfico, James Gunn y sus Guardianes eran la mejor ocasión para devolverle la fuerza comercial y cultural al MCU que no ha podido recuperar en un par de años.
Lo cierto es que Gunn entrega un trabajo decente y, sobre todo, digno como el cierre de una trilogía de películas que se convirtió en una de las más queridas por el público. Un trabajo que se siente comprometido con sus personajes pero que no alcanza a la calidad de sus dos precuelas.
La cinta sigue al equipo actual de los Guardianes de la Galaxia tras su aparición en Thor: Love and Thunder y en un simpático especial navideño que revelaba a Mantis como hermana de Peter Quill. Sigue a Peter como un alcohólico desapegado de su vida sin Gamora, a Groot siendo Groot, a Mantis y Drax fortaleciendo su amistad, a Nebula aprendiendo a trabajar en equipo y, específicamente, se centra en Rocket Racoon. Pero no Rocket en el presente y lo que tenga su vida por delante sino en la emotivísima historia de origen del personaje.
Como ejemplo de la fórmula Marvel todos los ingredientes clásicos del método que Gunn ayudó a formar están ahí —hay risas, hay romance, hay easter eggs y hay una buena selección musical (canciones conocidas y de tempo animado). Lo interesante es que, en esta ocasión, están ahí de manera secundaria; como si Gunn tuviera la intención de llevarlos a algo más serio —pretensión que no se cumple.
Dentro de esa pretensión más grave, seria e interesante —quizá lo mejor de la película— se inserta la narración de la historia de Rocket. La historia de una cría de mapache sobre la que, inhumanamente, un científico loco cósmico —The High Evolutionary o El Alto Evolucionador— realiza incesantes experimentos en la búsqueda de formar a la sociedad perfecta.
En este punto Gunn establece una conversación —tan profunda como lo permite una película de Marvel— sobre la eugenesia y el maltrato animal. Para el primer punto, la idea de “una sociedad perfecta” del Alto Evolucionador se construye sobre la soberbia pretensión del villano de sentirse un dios capaz de decidir lo que es la perfección y capaz de decidir quién merece vivir o no según ese estándar establecido por él.
El concepto aquí es el conocido tópico de la tendencia filosófica social inspirada en el darwinismo social que afirma que se pueden crear o que existen razas genéticamente —y moralmente— superiores a otras. En el caso de El Alto Evolucionador esta pretensión se convierte en su megalómano propósito de crear a una raza perfecta —sin defectos genéticos, sin defectos morales.
Para el segundo punto, basta con prestar suficiente atención a la historia de Rocket para entender que el verdadero tema de fondo del relato es el maltrato animal y la experimentación en seres vivos de especies no humanas —práctica que, aunque regulada, todavía existe en nuestros días y es uno de los puntos del activismo animalista.
El resultado discursivo en este punto es el correcto: la burla o sátira de Gunn sobre quienes se erigen como dioses a partir de sus prejuicios o sus malcomprensiones transita adecuadamente; el mensaje sobre la importancia de la salvación de todas las especies de seres vivos también tiene su momento claro.
Lo que se siente extra es todo el desganado relato adyacente: el relato de la situación específica de los Guardianes de la Galaxia dentro del mundo Marvel en estos momentos. Sí, se presentan nuevos personajes, sí, se insinúa cuál será el futuro de la franquicia pero no parece haber una necesidad específica de todo esto alrededor para contar una buena historia.
El resultado es una película que se siente pegada a otra, una duración inecesariamente larga y una despedida cariñosa pero cautelosa para dejar atrás de una vez por todas a Los Guardianes de la Galaxia de James Gunn —quien ya tiene otros compromisos como la cabeza del universo de películas de DC Comics.
Quizá lo más lamentable es que en este producto el sonido y la música —que tanto han acompañado y caracterizado el estilo de Gunn— adquieren sus peores cualidades y pierden sus mejores virtudes.
La musicalización y el sonido en lo que toca a la historia de Rocket es excesivamente presente, casi tocando la línea de la manipulación emocional; cualidad totalmente innecesaria en un relato que está bien filmado, bien planteado, bien desarrollado y que es suficientemente bueno como para prescindir de estos acentos excesivos. La historia de Rocket es suficientemente poderosa como para requerir de estos recursos de poco ingenio.
En lo que toca al soundtrack de la película este pierde el singular sentido diegético que hizo brillar el estilo de Gunn en el cine de superhéroes. A diferencia de lo que sucedió en las precuelas de la trilogía con canciones como Hooked On a Feeling o Father and Son donde la canción era parte de la narración o parte de la composición de una escena; en Guardianes de la galaxia, vol. 3 la selección musical parece estar puesta para el mero estímulo anímico y, quizá, para el reposicionamiento de algunos artistas retro. Lo más cercano a un momento diegético que aporta a la narración es la secuencia de inicio y su presentación de una emblemática versión acústica del Creep de Radiohead.
En conclusión, la despedida de James Gunn y del equipo original de los Guardianes de la Galaxia del Universo Cinematográfico de Marvel es un producto suficiente pero que delata el momento de desconexión que vive el estudio con sus directores, con sus productos y con el público en general.
Quizá un mal augurio de lo que se avecina para la megafranquicia que fungió como estándar de la industria, quizá un buen augurio para la reformulación de un coctel de ingredientes que ya ha perdido su sabor característico.
Lo interesante de la cultura popular y sus productos es que su flexibilidad es tan maleable como lo sean los intereses del dinero. Su plasticidad y versatilidad alcanza cuanto sea necesario con tal de convertirse en lo más vendido. Quizá allí estriba la mayor esperanza para que el MCU vuelva a sus glorias pasadas.
Lo que me sigue pareciendo un misterio es que con tantos productos tan medianos e insípidos el MCU siga siendo una megafranquicia rentable. Que sigamos existiendo fans de los cómics y sus personajes —¿o de la nostalgia que encontramos en ellos?— dispuestos a salir de casa, comprar un boleto y dejarse llevar por un capítulo más de “los malos” contra “los buenos”. ¿Por qué?
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