Beau: surrealismo y conflicto edípico
Opinión miércoles 3, May 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
En su uso cotidiano, la palabra surrealismo suele ser empleada como un sinónimo de lo absurdo, lo raro, lo extraño, lo inverosímil, lo imposible, lo improbable y lo contradictorio hechos realidad. En su uso propio, el surrealismo es un “movimiento artístico y literario que intenta sobrepasar lo real impulsando lo racional y onírico mediante la expresión automática del pensamiento o del subconsciente”.
Durante la primera mitad del siglo XX, el surrealismo surgió inspirado en las teorías científicas y filosóficas que fragmentaban el —hasta entonces imperante— retrato moderno de la realidad que describía al cosmos como un ente absolutamente conocible, medible, matematizable y lógico. Proponía —en contraste con la Modernidad— una declaración de la latencia irracional que subyace a la realidad; una superación de lo real a través de lo a-lógico —lo inaprehensible por la lógica—: “convertir las contradicciones de los sueños y la realidad en una realidad absoluta, una súper realidad”, diría André Bretón.
Una de estas propuestas fundamentales para el surrealismo sería le teoría del psicoanálisis fundada por Sigmund Freud a finales del siglo XIX; en especial, su concepto del subconsciente como una instancia primigenia de la psique que representa los impulsos y pulsiones más primitivos que existen dentro de los seres humanos. Aquella noción que Freud defendería como el motor del pensamiento y del comportamiento humano.
De ahí, por ejemplo, el surrealismo recogería su concepto de la irracionalidad de los sueños como un lenguaje directo del subconsciente, como una expresión inmediata de los deseos más íntimos y verdaderos del individuo: el pensamiento puro.
Con esto en mente, se explica el aspecto surrealista de la nueva película del aclamado director de “terror elevado”, Ari Aster (Hereditary, Midsommar), protagonizada por Joaquin Phoenix (Joker): Beau is afraid o Beau tiene miedo.
Una cinta cargada de altas expectativas por reunir a “una de las voces más extraordinarias del cine mundial” y a uno de los actores más laureados en los últimos años que, sin embargo, se ha topado con un recibimiento adverso; para unos, bajo la cara de una película decepcionante, para otros, bajo la cara de un trabajo innegablemente poderoso por la mancuerna entre director y actor pero abigarrado, excesivo e innecesariamente largo.
Consecuente con lo que Aster nos ha retratado antes en sus películas, Beau tiene miedo tiene una clara pretensión horrorífica que vuelve al tema recurrente del cineasta de la familia como un destino irremediable. La familia —la relación madre-hijo, en este caso— como una cárcel asfixiante, despersonalizante y fundacional para los más grandes terrores personales.
En notas simples, la película sigue a Beau Wasserman, un hombre de carácter pusilánime y miedoso que se entera de la inesperada muerte de su madre, lo cual lo hará emprender una odisea surrealista narrada a través de su aguda paranoia para volver a casa y darle un último adiós a la figura más importante en su vida.
Con una duración de cuatro horas concebida por Ari Aster, la cinta llega a las salas de cine como un largometraje de tres horas que marca claramente tres momentos: Beau y su vida en un barrio peligroso —plagado de delincuencia, violencia y amenazas constantes—; Beau y su viaje para volver a casa —que pasa por su convivencia con una inusual familia y una representación teatral onírica—; y Beau y su confrontación final con su historia con su madre —una historia de sobreprotección, culpa y codependencia.
En términos cinematográficos, la película da sólo destellos de la visión firme, contundente y potente que ha caracterizado a Aster provocando, en sus momentos más álgidos, una auténtica visión de estrés, ansiedad y angustia por lo que Beau experimenta, presenta, además, un muy bien logrado segmento en el que se incorporan elementos de animación que redondean la idea de un mundo subjetivo de sueño y subconsciencia; sin embargo, más allá de esos momentos, la cinta parece disonar consigo misma, envuelta en el revoltijo de su irracionalidad de una manera que parece querer prescindir de la narración o que, simplemente, la olvida.
En lo narrativo, el film invita a no pensarlo. A verlo sólo por la experiencia misma y a dejarse llevar por el punto de vista subjetivo de un hombre atormentado por la muerte de su madre y atormentado por los miedos, las paranoias y las desazones que provoca un mundo horrible, hostil, lleno de dolor y de violencia.
Narrado desde la inverosimilitud de la mente obsesiva y ansiosa de un hombre afligido, Beu is afrad habla de varios estadios del miedo: en un primer momento —el mejor logrado—, simboliza la paranoia provocada por un mundo peligroso, el mundo que reflejan los noticieros y los medios de comunicación; ese amasijo horrible que nos arroja a una agorafobia que grita: “si sales de casa morirás”. Esa paranoia generalizada que se convierte en ansiedad y que se materializa como inoperancia: una parálisis ante un mundo que no puedo enfrentar, una parálisis ante un mundo irremediablemente hostil, una parálisis ante un mundo con el que prefiero no relacionarme.
En un segundo momento, la odisea de Beau explora el horror sobrecogedor de un entorno familiar asfixiante. El horror de una casa de seguridad absoluta, de sobreprotección insana, de reclusión y de anulación de la propia libertad y el propio criterio.
En un tercer momento —y como descendiendo a la obscuridad de la vida íntima—, Beau tiene miedo descansa en la verdad y el dolor de la vida que no fue. Una especie de sueño que sirve como respiro pero que, al final, entrega la frialdad de la visión de lo que Beau no fue capaz de tener por miedo a ser libre, por miedo a desapegarse del seno familiar, por miedo a alejarse de mamá.
Así, entonces, la película de Ari Aster llega a un enfrentamiento final que se torna profundamente freudiano. La confrontación entre Beau y su historia con su madre. La confrontación entre Beau y la figura más elemental para la formación de su subconsciente —de su pensamiento y de su personalidad. La confrontación de Beau y el origen de todos sus miedos.
Así, con un talante surrealista-psicoanalítico Beau tiene miedo explora el concepto del conflicto edípico o el complejo de Edipo: el conjunto de emociones ambivalentes que se dan en la infancia hacia los progenitores; una especie de amor-odio fundacional que se expresa como el deseo sexual o afectivo inconsciente hacia uno de los progenitores —padre o madre— y el consecuente deseo —parricida o matricida— de eliminar al otro progenitor que es percibido como una amenaza o competencia por el amor deseado.
En específico, el complejo de Edipo en su estrecho vínculo con las nociones de lo prohibido y lo correcto e incorrecto. Es decir, el conflicto edípico como una de las primeras fronteras que delimitan al deseo inconsciente al revelar al individuo que tanto la relación que desea con su progenitor A como la amenaza que percibe por su progenitor B son irrealizables y moralmente improcedentes.
Con ello, teoriza Freud, se materializa en el niño una primera instancia del sentimiento de ser insignificante. Un trauma que, irresuelto, se traduce en el llamado complejo de castración: el miedo de ser degradado, dominado o hecho insignificante a través de la negación de los propios deseos; una amenaza contra la virilidad y el autodominio sexual que, en última instancia, se vincula a un miedo por ser anulado y aniquilado; un miedo a la muerte.
En el caso de Beau, este complejo de castración residirá —en todas sus formas— en una relación sobreprotectora, sobre exigente y represora con su madre. Una relación que niega su capacidad de ser un hombre libre, activo y capaz de tomar sus propias decisiones, que termina por convertirle en un hombre ansioso, angustiado, paranoico y con un profundo miedo a la muerte o, peor aún, un profundo miedo a su madre.
Las formas que elige Ari Aster para imprimir horror y terror con Beau tiene miedo quedan al margen del puro hecho de las imágenes y, en todo caso, aparecen como una abstracción lejana que revisa los temas que el director ya ha explorado en sus aclamadas películas anteriores.
Una abstracción larga de desplegarse y empañada por una seguidilla de irracionalidad, fantasía, sueño, pesadilla y proyección psicológica. Una abstracción que se declara surrealista en tanto que busca poner en pantalla el lenguaje inmediato de un subconsciente habitado por una relación conflictiva entre madre e hijo.
Una abstracción que, al final de cuentas, nos plantea una pregunta por el mundo hostil, lleno de ansiedad, miedo, desolación y dolor psicológico que nos rodea. Una abstracción que repiensa la realidad apática que todo lo inunda en nuestros días como la mera confesión de millones de conflictos irresueltos entre padres, madres e hijos.
La familia es la base de la sociedad y en la familia se originan todos los horrores colectivos.
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