Ínfima seguridad
Freddy Sánchez martes 25, Abr 2023Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Los dos motivos que básicamente le dieron el triunfo a Andrés Manuel para llegar a la Presidencia fueron las deficientes acciones de los gobiernos anteriores en la lucha contra la corrupción y la delincuencia organizada. Y lo segundo, más que lo primero, innegablemente.
Como antecedente hay que mencionar que la gente aturdida y desesperada por el crecimiento explosivo de las incidencias criminales en México, recurrió a la búsqueda de nuevas opciones gubernamentales, optando por el Partido Acción Nacional en primer término.
El triunfo contundente que obtuvo Vicente Fox en las urnas fue impulsado por el hartazgo social contra un Revolucionario Institucional que perdió el control en el manejo de los asuntos de la seguridad hasta convertir este mal en “la gota que derramó el vaso”.
Porque si bien las conductas deshonestas de funcionarios, al amparo del PRI, llegaron a colmar la paciencia de los electores (antes de la derrota del priismo entre quienes se hallaban exhaustos de padecer actos de corrupción e impunidad), lo que definitivamente exacerbó la irritación ciudadana fue el crecimiento exponencial de los delitos sin castigo.
Un reto asumido por el PAN durante dos sexenios con políticas distintas para contener eficazmente al crimen organizado, aunque al transcurrir ese doble mandato presidencial la delincuencia continuó siendo un mal insoportable que hizo a la gente volver a confiar en el PRI con Peña Nieto.
Pero, de todos es sabido lo que pasó al concluir aquel mandato: La mayoría electoral prácticamente “borró” de los cargos de representación popular a los tres partidos mayoritarios, una vez tomada la decisión de entregarle a Morena casi todo el poder.
Y no cabe duda que la inseguridad prevaleciente en aquellos momentos se convirtió en el mayor estímulo electoral para tratar de obtener algo diferente que naturalmente llegó con Andrés Manuel López Obrador en la Presidencia.
Las incisivas prédicas de que sería “un peligro para México”, entre tantas otras expresiones para alentar la desconfianza en el cambio que ofrecía el eterno candidato presidencial, perdieron su influencia social y los electores acudieron a las urnas a darle la oportunidad de gobernar a quien hoy es el responsable de autentificar sus promesas de remediar la inseguridad que vive este país.
En ese aspecto es de mencionar que más de cuatro años han transcurrido con una estrategia contra la delincuencia que en efecto se modificó radicalmente. Ni “mano dura” ni “blandengue” sino el justo medio para que atendiendo las causas se moderen los efectos de la barbarie criminal en México.
Con esa premisa en la agenda pública bautizada como “besos, abrazos y no balazos”, la 4T ha enfocado sus directrices de acción que se sustentan en los programas sociales con la idea de que eso ayudará a que mucha gente deje de ser atraída y manipulada por grupos delictivos.
Y en consonancia con tal mentalidad los servicios de inteligencia, aparentemente, han estado dedicados a detectar los “puntos débiles” de las mafias del delito para mermar su capacidad operativa poco a poco.
El caso es que si bien los que apoyan ampliamente las formas de actuar del presente gobierno siguen creyendo que lo que se hace “está bien hecho”, en contraparte los opositores al régimen en turno hacen ver que los índices delictivos y la violencia criminal siguen manteniendo un nivel inadmisible.
En ese sentido, dos cuestiones son las más criticables: ambas relacionadas con la inefectividad para descapitalizar y desarticular a las organizaciones criminales, ya que como en sexenios anteriores no importa cuantas acciones de autoridad se pretendan exaltar como altamente positivas y eficaces, en virtud a que la percepción colectiva de la inseguridad predominante no ha cambiado ni mínimamente. Es evidente, entonces, que la mala calidad de las políticas contra la delincuencia organizada al igual que en el pasado ha dado por resultado una ínfima seguridad.