Belleza-moneda
Opinión miércoles 29, Mar 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- El título de la cinta, Triangle of Sadness, es ya un guiño al mundo del modelaje y de las apariencias físicas como artificio
Después de llamar la atención de críticos y especialistas internacionales tras ganar la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes en 2017, el cineasta sueco Ruben Östlund empezó a desarrollar su próximo proyecto, al que describió como una sátira salvaje en contra del mundo de la moda y de los super ricos que tiene como temática subyacente las nociones de la apariencia como capital y la belleza como una moneda de cambio en el mundo contemporáneo. Se gestaba, entonces, la nominada a los pasados Premios Oscar y ganadora de la Palma de Oro en 2022, El triángulo de la tristeza o Triangle of Sadness.
El título de la cinta es ya un guiño al mundo del modelaje y de las apariencias físicas como artificio. Refiere, concretamente, al ceño, donde se marcan algunas arrugas que surgen con gestos de preocupación, enojo o consternación; zona que suele ser estirada, fijada y eliminada con tratamientos de botox por algunos cirujanos plásticos.
Una especie de símbolo de la lozanía que, a su vez, es uno de los principios detrás de los conceptos hegemónicos de belleza masculina y femenina por igual. Un símbolo que, a través de H&M y Balenciaga, cobra el sentido de la zona específica del rostro que define el tipo de modelo que alguien aspira a ser: inaccesible, sin sonrisas y de ceño fruncido —como suelen ser los modelos de marcas “de élite” como Balenciaga— o afable, sonriente y de entrecejo relajado —como suelen ser los modelos de marcas “económicas y populares” como H&M. Un símbolo que se establece con la escena de apertura de la película de Ӧstlund.
La escena conectará con el primer capítulo de la película, “Carl & Yaya”, en el que se explorarán los discursos de vivir de y para la belleza en nuestros días. Esto, a través de la relación por conveniencia entre dos modelos e influencers que, en un momento de sinceridad, aceptarán que sólo están juntos porque es lo mejor para el negocio.
Una —Yaya— como una de las modelos más exitosas del momento, otro —Carl— como un modelo venido a menos; una que aspira a ser la “esposa trofeo” de un millonario, otro que intenta relacionarse realmente con una mujer más exitosa que él; ambos como individuos viviendo de su belleza, de su cuerpo y de los alcances que su físico les proporciona.
En adelante, la cinta del director sueco expandirá su razonamiento inicial para desencadenar la locura, la escatología y la sátira por exageración. El resultado será un segundo capítulo, “El yate”, tópico, desquiciado e inelegante que equipara a ricos y pobres a través de la democrática repulsión de los haceres del cuerpo.
El planteamiento de esta desaforada expresión de desprecio y humanidad entremezclados será paulatino. Nos mostrará a Carl y Yaya como invitados a un yate de lujo que se han ganado dicha distinción por el mero hecho de ser influencers, por el mero hecho de ser una pareja atractiva.
Así, la pareja de modelos se convertirá en el hilo conductor para conocer a otros asistentes y tripulantes de aquella embarcación: desde un rico empresario ruso que presume que vende mierda —vende abono—, pasando por el clásico soltero millonario y solitario, hasta un par de tiernos viejecillos que son la cara detrás de una compañía que vende armas, granadas y otros recursos que facilitan las guerras y rematando con un capitán alcohólico, ineficiente y que detesta a las personas para las que trabaja —es un marxista convencido, despreciador de quienes viven acumulando capital.
Con todos estos ingredientes, bastará la coincidencia de una tormenta y una cena pretenciosa para desencadenar auténticos ríos de vómito y excremento que recordarán que hasta el más pomposo de los humanos es reducible a sus necesidades físicas.
La secuencia será preparada con algunos gestos claros de la prepotencia y la desconexión con la realidad que caracteriza a quienes viven en una burbuja de fastuosidad, capricho y poder. Detonará con una desafortunada coincidencia y se desarrollará con un voyerismo insidioso que tendrá la vehemencia de presentar a los más ricos en sus facetas más humillantes —en tanto que, culturalmente, lo perteneciente a las excreciones del cuerpo se suele considerar como vergonzoso y contrario a cualquier tipo de clase, categoría, elegancia y distinción.
Esta secuencia en específico es la que divide a los públicos respecto a El triángulo de la tristeza; revelando, para unos, una vis cómica y satírica implacable que no para de ridiculizar a sus objetivos y exagerando, para otros, con una representación innecesariamente cruel, repulsiva y morbosa de una clase social que ha sido satirizada bajo este lente en un sinnúmero de ocasiones. En cualquiera de ambos casos, es esta secuencia la que rompe con cualquier sutileza y pone de frente lo humano en la perspectiva de lo que tiene de despreciable.
De este modo, transitamos al tercer capítulo de la cinta, “La isla”, en donde redescubriremos el principio de la belleza-moneda y el principio del lado despreciable de lo humano a través de una inversión de papeles.
Tras el pandemónium del yate y sus últimos segundos, atendemos a un naufragio con contados sobrevivientes. En su mayoría, millonarios que, ahora, se enfrentan al reto de sobrevivir con el trabajo de sus propias manos.
Como es de esperarse, a los acomodados siempre acostumbrados a ser atendidos poco se les da eso de granjearse la propia existencia con trabajo manual y físico. Recaerá, entonces, la subsistencia del pequeño clan en las manos de la única trabajadora del yate que ha sobrevivido, Abigail.
Abigail se convertirá en la matriarca incontestable del grupo y, con ello, le vendrá un monopolio de poder, recursos y fuerza de trabajo. La antes limpiadora de sanitarios se convertirá en una gobernadora tiránica que, muy pronto, encontrará la manera de procurarse beneficios especiales a partir de su posición de poder.
Es ahí donde la dinámica se invierte: los ricos en un mundo de pura fuerza laboral se convierten en los sirvientes. Carl, el modelo varón, se convierte en el nuevo miembro de mayor capital sexual —de belleza y apariencia— dentro de la pareja que conforma con Yaya: sin atisbos de esposas trofeo en una isla desierta, el poder erótico se inclina en favor de un hombre atractivo capaz de funcionar como un amante a sueldo.
La belleza-moneda vuelve reformulada por los ojos de un nuevo orden de poder; las ventajas de ser atractivo reconstruyen su valor en función de un nuevo orden de valores y, sin embargo, resurge con otro nombre, con otra cara y en otro género el poder como palanca que satisface caprichos, hedonismos e impulsos animales.
Desde los ojos de la aclamada película de Östlund y el círculo narrativo que traza —de la belleza-moneda a lo despreciable de lo humano en los ricos y de lo despreciable de lo humano en quienes tienen poder a la belleza-moneda—, poco importa la inversión o transgresión de los agentes que ostenten el poder y los bienes máximos de subsistencia. La belleza sigue siendo un bien de explotación y el poder sigue siendo una bestia hambrienta y perversa dispuesta a alimentarse de ella para autocomplacer a su ego.
Preguntándose qué pasaría con la belleza-moneda si los órdenes se subvirtieran, Östlund descubre como verdad satírica —irónica y paradójica— que los seres humanos seguiríamos siendo despreciables: capaces de matar, explotar y abusar a cambio de unos segundos de placer.
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