Sacrosanta madre
Opinión miércoles 8, Mar 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Huesera sigue la historia de Valeria, una joven mujer que queda embarazada y que, con el anuncio de su próxima maternidad, empieza a experimentar fenómenos sobrenaturales que amenazan la vida de su bebé y que la aterrorizan
Más allá de las creencias religiosas que se profesen y de la fe a la que se le dé un asentimiento personal, la Virgen de Guadalupe es un símbolo concreto y completo de la mexicanidad —y una cierta homogeneidad latinoamericanista— en la medida en la que da testimonio de un sincretismo entre la prehispanidad y la irrupción del Mundo Occidental en la joven América del siglo XVI.
Se le adjudiquen o no dimensiones extrahumanas y extraretóricas a la simbología de este ícono religioso, la mitología que lo rodea da cuenta de una compleja historia del encuentro entre dos racionalidades y entre dos mundos ajenos. En otras palabras, da cuenta de la naturaleza mestiza de la mexicanidad —y las identidades latinoamericanas en general.
Con la erección de esta figura en lo más alto del panteón de la cultura popular mexicana, se erige también un modelo de feminidad íntimamente ligado a la maternidad. Una idiosincrasia identitaria que delinea un modelo de la experiencia femenina que debe seguir las coordenadas de la pureza virginal católica y el consecuente destino innegociable de la sacrosanta maternidad.
Lo anterior contrasta profundamente con las visiones contemporáneas que, como los movimientos de liberación de la mujer que son, exploran los feminismos. Liberación que tiene como ejes principales de oposición, precisamente, los modelos a seguir que han delineado la descripción y la prescripción de la feminidad de maneras erróneas, sesgadas, limitadas y opresivas. En especial aquellos que han sido diseñados para la mujer pero no por la mujer.
En los diferentes momentos que han tenido estos movimientos a lo largo de su historia —hoy se encuentran en su Cuarta Ola—, los modelos de feminidad que han sido señalados como inadmisibles han variado y han sido reformulados dentro de una directriz sustancial: la diversidad de experiencias femeninas.
En específico, bajo la consigna de defender las elecciones hechas por las mujeres siempre que se garantice que éstas han sido tomadas por ellas mismas; sin referencias a terceros, sin imposiciones, sin presiones sociales, sin discursos de manipulación, sin estructuras de opresión. Siempre en favor de la apropiación plena de las mujeres sobre su propia feminidad y siempre en favor de la expresión libre de lo que ellas decidan hacer con sus facultades, experiencias y capacidades.
Desde ahí, se comprende mejor la razón por la cual un rol biológico tan específico como el de la maternidad adquiere un nuevo mundo de significaciones por explorar y, en consecuencia, un nuevo mundo de conceptuaciones y un nuevo mundo de expresiones artísticas relativas al don de dar vida.
Desde ahí, se comprende mejor la inteligencia, sutileza y contundencia del discurso que subyace a la aclamada opera prima de la directora mexicana Michelle Garza Cervera: Huesera.
En las líneas discursivas, cinematográficas y narrativas del horror psicológico; Huesera sigue la historia de Valeria, una joven mujer que queda embarazada y que, con el anuncio de su próxima maternidad, empieza a experimentar fenómenos sobrenaturales que amenazan la vida de su bebé y que la aterrorizan.
Valeria forma parte de una familia mexicana común: guiada por los valores de la moral católica pero adepta a la versatilidad metafísica de lo sobrenatural, lo mágico y lo oculto. Un seno familiar en el que conviven dos fuerzas opuestas: la de la tradición modélica y la de la liberación personal por la vía de lo no tradicional.
Así, la madre de Valeria santificará el vientre de su hija llevándola a una peregrinación en devoción a la Virgen de Guadalupe —ícono tradicional de la maternidad—; será ella quien insista en su labor como madre, en la plenitud femenina que sólo se alcanza a través de este rol y quien verá con ojos de aprobación y esperanza su matrimonio heterosexual y su embarazo.
Por otro lado, la tía de Valeria representará una voz discordante con el tradicionalismo pero, a su modo, respetuoso con el mismo. La voz de la exploración de la orientación sexual y la voz de la exploración de un mundo más amplio de espiritualidad y extrahumanidad.
En el medio, Valeria y su confusión; Valeria y una experiencia horrorífica inexplicable; Valeria frente a una maternidad no deseada.
Huesera construirá la historia de Valeria en la sutileza narrativa del silencio, del gesto y del horror; construirá el dilema de una joven que se ha dedicado a enterrar su pasado rebelde y no tradicional y que se ha forzado a vivir una vida modélica, tradicional y en las coordenadas de los valores que su contexto le instiga.
De este modo, los seres de caras barridas, los tronidos de huesos, las arañas y los incendios que caracterizarán las visiones terroríficas de Valeria acompañarán amargamente la experiencia de engendrar un hijo cuando no se sabe si se quiere ser madre.
A cada paso en la escalera de la gestación de la hija de Valeria le corresponderá un fenómeno sobrenatural; quizá una visión expresa de un estado mental cada vez más desconectado de la realidad, quizá una auténtica experiencia paranormal causada por un ser maligno, quizá la confesión de un destino impuesto que es llevado a cuestas.
Por la vía de lo mágico y lo oculto, se le presentará a Valeria la fría elección de quién quiere y quién puede ella ser. Enfrentada a su pasado y a su presente, Valeria deberá elegir la versión de sí misma con la que decide quedarse: la madre o la mujer se presentarán como dos polos de un dilema imposible de ser mejor enunciado.
Con el valor simbólico insuperable e irremplazable con el que se erige la Virgen de Guadalupe como una figura modélica de la feminidad mestiza; se erige para la mujer mestiza una prescripción y un destino.
Lo que muestra Huesera es que, en última instancia, la elección de asentir o no —y en qué dimensiones— a esa prescripción y a ese destino sólo se encuentra en manos de quien habrá de vivirlos: mujeres que si deciden ser sacrosantas madres o no es porque esa es su manera de, primero que todo, ser sacrosantamente ellas.
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