El Presidente es su propio enemigo
Armando Ríos Ruiz miércoles 1, Mar 2023Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
El Presidente cae víctima de sus propias palabras. Desde que comenzó su administración, alguien cuyo nombre no recuerdo, dio en el blanco cuando dijo que es todo lo que critica. Ama a los pobres y trabaja para ellos. Pero durante su gestión ya hay cuatro millones de nuevos infortunados, a pesar de sus programas sociales, convertidos en fábricas de holgazanes y vividores.
Desdeña a la clase media y odia a los ricos. Pero sus hijos viven rodeados de lujos y lo peor de todo, sin trabajar. Eran personas comunes y corrientes y de pronto se convirtieron hasta en empresarios, pero sin que se sepa absolutamente nada de la existencia de una sola empresa. Viven en fastuosas mansiones y uno de ellos estudia en un colegio caro de Londres, a cuestas del raquítico sueldo de un padre que habla mal de los fifís y de la clase acomodada.
Habla de combate a la corrupción y su gobierno está plagado de este mal. Lo mismo que sus propios actos, como el hecho de tolerarla y de amparar a los corruptos con sólo decir “yo confío en él” En fin, comete una serie de contradicciones, que sería necesario escribir varios libros para enumerarlas. Pero sirva lo anterior para entrar en el tema que nos ocupa.
A estas alturas de su mandato, comienza a vislumbrarse un despertar de la conciencia ciudadana, apabullada, aburrida o quizá alerta a causa de las conferencias mañaneras que no dejan de representar una comedia cansada por repetitiva, que ya cala en el aguante de los mexicanos. Son como la persona que todos los días se queja de su suerte y gracias a eso la atrae, en obediencia a uno de los principios herméticos que se conoce como “de atracción”, precisamente.
A estos señores, todo mundo les huye, porque resultan altamente tóxicos, debido a que nadie es capaz de soportar que alguien sólo cuente sus desventuras.
Es lo que ahora parece ocurrir con el señor de Palacio, quien ocupa su tribuna para quejarse de todo lo que lo incomoda. Para pelear con alguien. Para descalificar y maldecir, como si fuera el eje de las vidas ajenas o como si quisiera exhibir que todos somos falibles, menos él, por ser igual o hasta mejor que Dios.
El domingo pasado, la expresión popular en la Ciudad de México y en más de 100 ciudades, incluidas de otros países, se alzó para repudiar la intención a todas luces visible, de acaparar los poderes que pudieran significar un obstáculo para imponer sus perniciosos sueños dictatoriales.
Su actitud es tan infantil, que antes tuvo la ocurrencia de asegurar que la concentración del domingo pasado, era para defender al superpolicía de Felipe Calderón, Genaro García Luna. Llenó de señalamientos insolentes a los organizadores y a la clase media -sin perdón de sus huestes chairas-, la única que siempre es capaz de darse cuenta a tiempo de lo bueno o de lo malo que puede hacer un gobernante, como en el caso que actualmente vivimos.
Actitud infantil, digo, porque hizo instalar una lona en la fachada de un edificio en el Zócalo, del tamaño de sus mentiras, para hacer ver que tenía razón. Parece que ni sus delirantes enamorados se tragaron semejante cuento, tan mal urdido y descabellado, que ni un animal se atrevió a engullirlo.
Era tal el deseo de participar, que la convocatoria hablaba de reunirse a partir de las 11 de la mañana y la gente comenzó a arribar al Zócalo desde las ocho. Categóricamente digo que no hubo un solo acarreado y tampoco un vidrio roto. Pregunté a diestro y siniestro y todo mundo respondió que fue convencida, a demandar a la Suprema Corte, el respeto absoluto a la ley.
La respuesta no se hizo esperar. Más denuestos y más descalificaciones, que es lo único que existe en el vocabulario escaso del mandatario. Pero también el anuncio de otra marcha que sí cuesta muchísimos millones de pesos, para demostrar, en otro acto por demás pueril, que tiene mayor poder de convocatoria.
¡Claro! Con todo el aparato de gobierno de que dispone. Con todos los billetes a su disposición. Con toda la participación incondicional de sus gobernadores que como él, no repararían en despilfarrar lo que el amo les ordene.