Menú conceptual
Opinión miércoles 22, Feb 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Al modo de una degustación, El Menú está dividido en platillos que corresponden a cada uno de los capítulos de la trama de esta cinta
Como he escrito antes, la mera concepción de un menú de alta categoría implica esfuerzos inaprehensibles para un paladar. El trabajo detrás de una creación culinaria —cuando ésta alcanza al arte— no es otra cosa que una cadena interminable de vidas poniéndose al servicio de un comensal que, muchas veces, les es desconocido y, más lamentable, les es desagradecido.
En este eje conceptual se sitúa el punto de partida de la destacada The Menu o El Menú del director Mark Mylod (Succession, Game of Thrones). Una cinta peculiar que mezcla los ritmos de la sátira y el horror para construir un relato abstracto pero vistoso de lo que también se puede enunciar en las dicotomías de servidor-consumidor, artista-esnob, chef-cliente y clase trabajadora-clase capitalista.
Al modo de una degustación, El Menú está dividido en platillos que corresponden a cada uno de los capítulos de la trama de esta cinta; mismos que, a su vez, son una representación conceptual de lo que vemos acontecer en pantalla y un peldaño dentro de la construcción de una sublimación artística que alcanza las honduras —y las perversidades— del arte performatico.
La cinta sigue a Margot Mills (Anya Taylor-Joy), acompañante de última hora de un fanático de la cultura foodie —comidas, restaurantes y gastronomías filtradas por el ojo de la cámara portátil como principal referente estético de un platillo— que se sumerge en una experiencia culinaria de alta gama que muy pronto pasa de ser una puesta en escena exclusiva, elegantísima y esnobista a convertirse en un juego sádico de venganza premeditada que tendrá en su centro al aclamado chef Julian Slowik (Ralph Fiennes).
Slowik representa a los chefs de la altísima cocina; aquellos que han sido glorificados por la cultura popular a través del simbólico valor de las estrellas Michelín y que son reconocidos entre sus pares por ejecuciones pulcras, ingeniosas, inmejorables y propositivas de técnicas clásicas, innovadoras o, simplemente, artísticas que elevan el simple acto de comer a una auténtica experiencia estética multisensorial.
Representa, con ello, a la cultura de la exigencia exacerbada y obsesiva del mundo de los chefs de renombre; representa a las frustraciones que esta industria genera en sus trabajadores —la industria de la alta cocina es una de las que sufre una mayor incidencia de suicidios provocados por estrés laboral—; representa el ánimo drenado de una vida dedicada al servicio ajeno.
En específico, al servicio ajeno condenado a la incomprensión, a la falta de empatía y a la aniquilación. El servicio ajeno que convierte a comensales en estrellas centrales de una fiesta por la que simplemente pagaron y que condena al anonimato, al olvido y a la indiferencia a las manos, vidas, sentires y horas de trabajo que están detrás de un bocado que puede ser, sin más, escupido y descartado.
Así, la cena que nos presenta The Menu es una vaticinada última cena planeada por un chef Slowik listo para dejarse ir junto a su arte en contra de quienes tanto lo han explotado, gastado y acabado.
Por tanto, no es casualidad que entre los comensales encontremos a estrellas de cine y sus asistentes, críticos culinarios y sus paleros, clientes recurrentes y su absoluta falta de aprecio por los alimentos recibidos, empresarios y su pedantería y un foodie barato.
Quien resalta, entonces, es Margot. Una invitada inesperada en la cena más meticulosamente planeada de la vida de Slowik. Una invitada que, conforme se desarrolle esta historia, revelará sus similitudes con el chef y su equipo de trabajo.
En el transcurso de The Menu, algunos de los eventos se sentirán poco justificados o demasiado coincidentes delatando, quizá, ciertas carencias de guion. Con todo, el concepto rey de la historia permitirá un despliegue envolvente de una trama que poco a poco crecerá en intensidad y que adoptará convenciones características del género de horror sin dejar de lado un persistente sentido de la sátira.
En lo cinematográfico, la cinta beberá claramente de la estética de los shows de cocina; aquella que presenta a los platillos como objetos de seducción para el apetito y como estimulantes visuales para la imaginación gustativa. Una estética que llevará a muy buen puerto la narración a través de un platillo conceptual y la ironía de un objeto artístico límpido que representa una macabra sed de revancha social.
Entre tanto juego estético, narrativo y conceptual, El Menú encontrará su tematización en un simple acto de reconocimiento humano. En la petición respetuosa de un comensal que apela al amor por la cocina de un chef convertido en villano.
Una petición materializada en la simple conjugación de pan, carne y queso que simbolizará la empatía de un cliente que reconoce el esfuerzo de su servidor. Una petición que pide lo justo a cambio de un reconocimiento humano. Que pide la satisfacción de una necesidad y ofrece, a cambio, un pago adecuado y un trato agradecido, de iguales. De persona a persona.
La dicotomía central desde la que se ejemplificarán las diversas dimensiones de la explotación y la inequidad que se dan cita en The Menu será la del artista y su consumidor. La dinámica viciosa que convierte el arte de alguien en un producto y, como tal, que convierte al esfuerzo de alguien en un objeto rechazable.
Mientras el artista pone todo de sí —sus emociones, su historia de vida, su trabajo, su dedicación, su amor, su vocación— en su creación, el consumidor pone únicamente su dinero como justificación de su precaria apreciación de la obra ajena.
He dicho antes que la gastronomía me parece uno de los artes más éticos que existen porque consiste en una actividad que construye una obra condenada a la aniquilación: el platillo se hace para ser comido y sólo allí, en su destrucción, adquiere sentido.
Visto así, la representación que ofrece The Menu es una materialización conceptual, satírica, horrorífica y de halo absurdista de lo que sucede cuando una vida abocada a una tarea eminentemente ética se topa con la hostilidad de la ignorancia, la ostentación, el esnobismo y la cruel naturaleza del consumismo moderno.
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