Despair
Opinión miércoles 8, Feb 2023Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- El riesgo, sugiere The Banshees of Inisherin, es alimentar un monstruo incapaz de ser satisfecho y, sobre todo, cruel e inclemente: el monstruo del odio
¿Por qué razón dos automóviles chocan?¿por qué razón dos facciones sociales entran en guerra?¿por qué razón dos amigos dejan de ser amigos? En el primer caso podemos apelar a las leyes de la física, a la lógica del movimiento y su consecuente intersección entre dos fuerzas opuestas; también, acaso, podemos apelar al sentido de una colisión: dos caminos que se encuentran, una casualidad desafortunada o el sinsentido de reconocer que hay cosas que simplemente suceden.
En los dos casos restantes la cosa se complica cuando entran en juego elementos como la condición humana, las interacciones sociales, los puntos de vista culturales y las voluntades contrapuestas. Los contextos compartidos que, inevitablemente, generan discrepancias que, una vez escaladas, se transforman en conflictos a muerte.
En esta porción de los choques humanos se asienta la trama minimalista de la aclamada nueva película de Martin McDonagh (En Brujas, Siete psicópatas, Tres anuncios por un crimen): The Banshees of Inisherin o Los espíritus de la isla.
Situada en una isla remota en las costas del oeste de Irlanda, la cinta sigue a los amigos Pádraic y Colm cuando el segundo decide terminar con la amistad entre ambos de manera abrupta. Sin explicación alguna, sin mayores aspavientos, sin aparente causa; Colm ha decidido que Pádraic no le agrada más, que siempre le ha parecido un tipo aburrido y que lo distrae de su verdadera vocación en la vida, la música.
Desde esta simple eventualidad McDonagh trazará un retrato sobre el infierno bucólico de la intrascendencia. Un retrato sobre lo importantes y determinantes que son quienes conforman nuestro mínimo grupo de personas cercanas para mantener a flote nuestras vidas y lo agudos que se tornan nuestros conflictos con ellos —más aún cuando no hay mucha más gente alrededor con la cual relacionarse.
Así, McDonagh desarrolla un estudio sobre la amistad pero, sobre todo, un estudio sobre la enemistad. Una exploración detallada, detenida y atenta sobre los orígenes del antagonismo entre dos miembros de una sociedad que, pocos días antes, se tenían en la mejor de las estimas.
El vehículo para esta reflexión fílmica son sus dos personajes elementales: Pádraic y su creciente frustración entremezclada con ingenuidad e incomprensión y Colm y su tajante determinación por no perder más el tiempo con una persona que, a su parecer, no le aporta nada significativo.
El pueblo de Inisherin completa el panorama de este conflicto pues, al ser una pequeña comunidad, quedan irremediablemente envueltos en medio de éste pleito. Al fondo —con astucia creativa y como explicando de qué se trata esta película — transcurren los cañonazos de la Guerra Civil Irlandesa, la misma que vio a familiares, amigos y comunidades destrozarse entre sí; la misma que partió de la ruptura entre dos facciones sociales que antes habían trabajado como “amigos y camaradas” durante la Guerra Irlandesa de Independencia.
En lo técnico la película propone desde sus primeros encuadres una relación ontológica entre el contexto enclaustrado de una isla y un conflicto personal entre dos amigos. Abundan las tomas panorámicas, los planos abiertos y un soberbio uso de la luz natural que elevan el conflicto entre Pádraic y Colm a los niveles de una realidad siendo subvertida y fragmentada: la realidad de una amistad convertida en indiferencia.
Una indiferencia que nacerá como confusión, crecerá como frustración y estallará como violencia. Una indiferencia aparentemente incausada pero confesada por Colm sólo cuando el caos ha alcanzado niveles irreparables: la indiferencia apática nacida de la depresión, mejor dicho de la despair, la desesperanza.
Durante la película de McDonagh, los habitantes de Inisherin se preguntarán si la abrupta decisión de Colm de cortar lazos con Pádraic no será el síntoma de una depresión (depression), término que se utilizará de manera intercambiable con el inglés despair (más o menos equivalente al español desesperanza).
La equivalencia aparente entre términos —natural en el lenguaje anglosajón— servirá para describir el estado emocional de Colm: la pérdida de toda esperanza. Puntualmente, la pérdida de cualquier esperanza sobre el sentido, la relevancia y la importancia de su vida transcurrida en una isla aparentemente olvidada por Dios: “¿Crees que a Dios le importa la vida [de un animal] en esta isla?”, le preguntan a Colm; “Es lo que me temo, que no”, responde el hombre de edad avanzada.
En otras palabras, la alegoría tejida por McDonagh desde el simple elemento de dos amigos apartándose mutuamente culmina en una reflexión sobre el conflicto y sobre la indiferencia sostenida que, a la postre, nos lleva a escalar un conflicto individual a las dimensiones de un conflicto interpersonal y, en el descontrol total, hasta un conflicto nacional o internacional.
En el fondo de la apatía, la enemistad y el antagonismo, nos dice Los espíritus de la isla, está la falta de esperanza de los seres humanos. Una vida vivida con el sentimiento de que existir no tiene ningún sentido. Una vida conflictuada por la pregunta sobre el valor de mis acciones, mis decisiones, mis sueños, mis deseos, mis pasiones y mi vocación.
Una vida carcomida por el dolor persistente del sinsentido que se expresa en un carácter punzante, agreste, lastimero y tajante que, más pronto que tarde, se encargará de lastimar, amargar y preocupar a los que están a nuestro alrededor. Una vida luchando férreamente contra la irrenunciable necesidad gregaria del acto de ser humano. Una vida dispuesta a echarlo todo por la borda porque, parece, nada tiene sentido.
El riesgo, sugiere The Banshees of Inisherin, es alimentar un monstruo incapaz de ser satisfecho y, sobre todo, cruel e inclemente: el monstruo del odio. El origen de todo pleito casado, que es el origen de todas las guerras. El monstruo del odio que, si no encuentra canales para ser contenido sanamente, terminará por devorar los lazos más estrechos que poseamos. La enemistad que suplanta la necesidad de vinculación humana a través de un conflicto irresoluble.
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