Golpes y autogolpes de Estado • II
Alberto Vieyra G. martes 20, Dic 2022De pe a pa
Alberto Vieyra G.
[ Segunda y última parte ]
México ha sido víctima de golpes de Estado, autogolpes, asonadas y pronunciamientos militares a lo largo de la historia del ponzoñoso presidencialismo. Sí, la lucha por la Presidencia de la República ha sido sucia, cruenta, tenebrosa y macabra.
En 1822, Antonio López de Santa Anna Pérez de Lebrón, un impotente sexual desde los 29 años de edad, encabezaría una revuelta militar para desconocer al primer emperador de México, Agustín de Iturbide y Arámburu para instituir en México el presidencialismo y llevar a la silla del águila a José Miguel Ramón Adauto Fernández y Félix, el nunca bien ponderado Guadalupe Victoria, quien murió de tisis.
Luego, el 10 de enero de 1876, comenzaría la leyenda de Porfirio de la Cruz Díaz Mori con el pronunciamiento militar de Tuxtepec, Oaxaca, que buscaba destituir al presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Vendría la dictadura porfirista que duró hasta mayo de 1911. En mayo de 1911, cuando Francisco Villa, Pascual Orozco y Francisco I Madero lo derrocaron con la toma de Ciudad Juárez en la cual, Pancho Villa daría una probadita de su genio militar, caería la primera dictadura azteca.
En 1913, cuando México era un polvorín en plena Revolución Mexicana, el chacal Victoriano Huerta Márquez un militar de origen Huichol que era feo con “f” de foco fundido, derrocaría al llamado apóstol de la democracia, Francisco I Madero, quien junto con el vicepresidente José María Pino Suárez serían asesinados en el palacio negro de Lecumberri el 22 de febrero de ese mismo año.
El 23 de abril de 1920, en Agua Prieta, Sonora, Plutarco Elías Calles y Álvaro Obregón Salido, además integrantes del Grupo Sonora, una de las oligarquías más sanguinarias del siglo pasado, firmaron el Plan de Agua Prieta, que desconocía a Venustiano Carranza, quien obligado a abandonar Palacio Nacional sería asesinado en Tlaxcalantongo.
Y como el que “ha hierro mata, ha hierro muere”, Álvaro Obregón sería asesinado en 1928, en el restaurante La Bombilla para convertirse en el último político que tras de ser reelecto para la grande, caería ante las balas de un joven caricaturista llamado José de León Toral. La pistola con la que asesinaron a Obregón sería velada en la casa de la monja María Concepción Acevedo de la Llata, la célebre madre Conchita. Desde entonces, todos los Presidentes de la República solamente le mueven el agua a los camotes en eso de la reelección presidencial, pero lo piensan más de dos veces.
El último gran arrebato del poder en México ocurriría el 23 de marzo de 1994, con el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, el candidato presidencial del PRI en Lomas Taurinas, Tijuana. Todos los caminos sobre el crimen conducían a Los Pinos, pero quienes saben del “colosidio” no tienen la menor duda de que el sonorense murió a manos de la “narcopolítica” que desde entonces había sentado sus reales en la sede del poder presidencial.
Y la historia registrará como un autogolpe de Estado, el perpetrado la semana pasada con la aprobación del llamado “plan B” en materia de reforma electoral para desaparecer al INE y según el presidente AMLO para hacer que la democracia en México sea más barata por aquello de que según él, hay una democracia rica en un pueblo pobre.
La realidad es que AMLO pretende hacer con las reformas al llamado Cofipe hacer que el INE dependa del gobierno para perpetuar en el poder al partido del Presidente, asunto que seguirá sacando chispas, rayos y centellas, toda vez que ha dividido y confrontado ferozmente a dos México: El México de los conservadores fifís y el México de chairos, que ha dado como resultado la feroz envestida de las mafias criminales contra los críticos del gobierno, entre ellos mi ilustre colega Ciro Gómez Leyva, quien de puro milagro salvó el pellejo la semana pasada, al ser víctima de un atentado en momentos en que AMLO está empedrando el camino de la libertad de expresión contra periodistas y medios de comunicación, mi abrazo solidario con Ciro.