Los límites de una representación incluyente
Opinión miércoles 16, Nov 2022Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La esperada nueva entrega del MCU, Black Panther: Wakanda Forever o Pantera Negra: Wakanda por siempre
Uno de los discursos preponderantes en la industria del cine contemporánea es el de la representación incluyente de la diversidad a través de productos de entretenimiento. El razonamiento parte de un diagnóstico —verdadero— que señala con espíritu revisionista a la Historia del Cine —y, en general, la Historia de la Cultura— desde el ángulo de sus protagonistas hegemónicos, a saber: protagonistas de cierta condición social, racial y cultural que aparentan representar la totalidad de las vivencias de la humanidad.
En otras palabras, el diagnóstico detrás de esta renovadora tendencia tiene que ver con la voz que durante décadas —siglos— se ha privilegiado como sinónimo de “la voz del hombre, la voz de la humanidad”; en específico, con la manera en la que describir artísticamente —y representativamente— al mundo a través de un sólo lado de la moneda, de hecho, invisibiliza las realidades diversas, múltiples y complejas que confluyen en la realidad de nuestras sociedades y culturas.
Uno de los bastiones de esta agenda comercial-artística-social ha sido The Walt Disney Company y sus múltiples casas productoras; Lucasfilm, Pixar, Walt Disney Studios, Walt Disney Animation Studios y, por supuesto, Marvel Studios. Todas ellas realizando constantes y variados esfuerzos para extender el espectro de experiencias humanas representadas a través de sus trabajos; puntualmente en lo que toca a las comunidades afroestadounidenses, LGBTTTIQA+, chinodescendientes, latinodescendientes, etc.
Estos esfuerzos, aseguran algunos, responden meramente a una estrategia mercadotécnica que busca ampliar los públicos adeptos a los productos de entretenimiento de la compañía de cientos de años de existencia. En el fondo, el interés no apuntaría, según ellos, a un verdadero espíritu empático, divulgador, sensibilizador y visibilizador; tanto como a un interés pragmático reflejado en taquillas.
El caso más reciente de estos productos que favorecen el discurso de una representación incluyente se encuentra en la esperada nueva entrega del MCU, Black Panther: Wakanda Forever o Pantera Negra: Wakanda por siempre dirigida por Ryan Coogler y enfrentada a la pérdida de su icónico, carismático y simbólico protagonista, Chadwick Boseman.
La primera entrega de la saga dirigida por Coogler fue elogiada como una de las mejores películas en la historia del Universo Cinematográfico de Marvel. El motivo: su discurso en guion y estética inspirado en el afrofuturismo, su enganche natural con la comunidad afroestadounidense, su implícita representación de las dos principales escuelas estadounidenses de la lucha por los derechos civiles de las comunidades negras —a saber, al ángulo pacifista de Martin Luther King, representado por T’Challa, y el ángulo reaccionario de Malcolm X, representado por Killmonger— y su particular relación con el contexto sociocultural de 2018 —su fecha de estreno— en los Estados Unidos.
El trabajo catapultó a Boseman como una figura clave de la cultura afroestadounidense y lo transformó en algo así como un embajador honorario de la raza negra. Se ganó, incluso, siete nominaciones a los Premios Oscar de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias de la Cinematografía.
Con todo ello como bagaje, entonces, la llegada de la secuela de esta exitosa franquicia tenía, por un lado, unas expectativas muy grandes que satisfacer y, por otro, un cúmulo de requerimientos comerciales que cumplir para la cara más reciente de las cintas de Marvel Studios —cintas ampliamente cargadas a la comercialización, trivializadoras de la trama, exponentes de una fórmula reiterada, conectadas siempre con futuras entregas y, en resumen, films de ejecuciones variables e inconsistentes que han decaído en calidad pero que se han mantenido como éxitos comerciales.
El resultado es una película que ya se ostenta como una de las más taquilleras del mes de noviembre en la Historia del Cine y que, en las opiniones de crítica y público, se ha tornado polarizante pero, eso sí, claramente inferior a su antecesora.
El primer reto es homenajear y despedir a dos personas: Chadwick Boseman, el actor, y Black Panther, el personaje. Al respecto, el trabajo de Coogler es profundamente respetuoso con Boseman y su muerte como consecuencia del cáncer de cólon; sin embargo, malabarea con el legado de la Pantera Negra que, por un lado, debe pasar la estafeta sin la presencia de su relevo previo y que, por otro, debe devolver a la acción, de inmediato, al personaje que ya está comprometido con los próximos pasos del MCU.
El segundo es justificar la llegada de entre cuatro y seis nuevos personajes: la nueva Pantera Negra, las Midnight Angels, Iron Heart y Namor. Al respecto la película centra su atención por momentos en unos y otros; unos justificados medianamente, otros guiando la trama y otros que se sienten gratuitos. Resuelve, notablemente, con el desarrollo de su nueva protagonista y en la introducción turbulenta de una reinterpretación del icónico submarinero de Marvel.
El tercero, el que queda al fondo y acaso olvidado, es el de mantener algún nivel de consistencia con la calidad de su primera entrega. Al respecto Coogler hace un claro esfuerzo que, finalmente, cede a las necesidades comerciales de la franquicia.
La película sigue a Shuri, princesa de Wakanda y hermana de T’Challa, como la nueva protagonista principal del destino de Wakanda, su reinado y la nueva ausencia de su protector natural, Black Panther. Allí, la heredera al trono deberá enfrentar la llegada de una nueva civilización milenaria y misteriosa que amenazará, en más de un sentido, la posición mundial de Wakanda y su espiritualidad y que, incluso, retará el concepto mismo de la nación futurista con una recién descubierta vecindad; la vecindad del desconocido reino submarino de Tlalocan, hogar de Namor.
En los cómics, el personaje de Namor es una especie de equivalente marvelita del Aquaman de DC; uno de los personajes más sabios del Universo, miembro de los Avengers y los Iluminati, entre otros superequipos. Además de actor clave de varias tramas importantes de las historietas y el primer mutante oficial de las páginas de la compañía.
En la película, la adaptación se inscribe en la lógica de una representación incluyente que, ahora, desde la exitosa grandilocuencia comercial de Marvel Studios, voltea a los mexicanos. En específico, a las culturas indígenas que preexistieron a la mexicanidad. Concretamente, a un híbrido de motivos mayas y aztecas recogidos en el nombre Tlalocan —el paraíso regido por Tláloc, según los aztecas— y en la lengua maya que hablan —en su versión regional de la Península de Yucatán.
El esfuerzo de representación, hay que reconocer, es comprometidísimo. Preocupado por recoger motivos, estéticas y particularidades cercanas a fuentes historiográficas reconocibles. Un esfuerzo respetuoso y visibilizador que apunta en la dirección de las culturas autóctonas de nuestro país —mismas que, con penosa regularidad, invisibilizamos nosotros mismos como mexicanos.
Sin embargo, ésta representación no puede evitar darse en los términos de quien la construye, en este caso, en términos de la cultura estadounidense, sus ideologías, sus percepciones y una que otra confesión inconsciente de sus miedos.
“Estas personas son problemáticas”, dirá Shuri para referirse, en algún punto, a los vecinos del sur de Wakanda. “Sus hogares son bellos pero están cegados por una sed de venganza”, reafirmará. La pesadilla wakandiana se hará realidad cuando los tlalocanos invadan la ciudad capital de “el país más poderoso del mundo”; la revelación de que hay otro país igualmente poderoso o, cuando menos, amenazantemente poderoso a la distancia de un cuerpo de agua le robará la tranquilidad a los wakandianos. El miedo-admiración a su riqueza cultural, incomprensible, inaprehensible, inconmutable, los llevará a convenir un tibio “ríndete”.
La rendición que, históricamente, carga con la semántica de la esclavitud y el señorío —la misma que justificará nociones como la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo—; la rendición que, finalmente, cristalizará una tregua acordada en los términos de “yo, el país más poderoso del mundo, te protegeré y cuidaré tus intereses siempre que tú te rindas ante mí”.
Por si no es absolutamente obvio hasta este punto, una de las lecturas que se le puede dar a la vecindad compartida entre Wakanda y Tlalocan es la de una analogía de las fronteras compartidas por México y Estados Unidos. Es, consciente o inconscientemente, una declaración de aceptación y representación incluyente que, sin embargo, no puede evitar ser profundamente estadounidense en sus puntos determinantes.
Quizá una representación casual —pero profundamente honesta, por inconsciente— del modo en que la inclusión percibe a una de sus fronteras más cercanas pero más distantes en los términos de sus capacidades. Quizá una pieza de propaganda calculada y meticulosamente ideada que, irónicamente, vende a los emparentados con Namor la idea de que forman parte del equipo aunque, después, les pida a cambio hacerlo en los términos de la rendición.
Comoquiera, queda en el tintero la pregunta por la representación incluyente en la industria cinematográfica y la cultura popular. Al final, como toda tarea humana, es un proceso que necesita tropezarse antes de poder caminar.
Queda preguntarse si es preferible alguna representación incluyente —con todo y sus discursos parciales, sesgados e inacabados pero bienintencionados— a ninguna representación que vea más allá del ser y del yo de quienes ostentan posiciones privilegiadas en la hegemonía cultural.
Personalmente siempre he sido de la idea de que, aunque defectuosos y equívocos o descaradamente movidos por afanes comerciales, estos esfuerzos de inclusión sirven como un paso para poner en la mesa discusiones que, de otro modo, requerirían de rincones diferentes de la cultura para debatirse. Creo que es cuestión de aprovechar el esbozo de escalón que son para ayudar a construir la escalera —cuando menos la escalera temática, dialógica, reflexiva y, ojalá, filosófica.
Sin embargo, es imposible notar que la representación incluyente que nos rodea hoy en día sigue siendo un esfuerzo incompleto. Un esfuerzo que dice querer ver más allá del solipsismo cultural pero que, en el momento de decisión, se decanta por los discursos de siempre.
En suma, un esfuerzo comprometido por representar lo otro, lo diverso —lo que está más allá de la frontera de mi yo—, que parece servir más como una demostración de los límites que aún hoy carga una representación incluyente nacida en Hollywood.
Por algo se tiene que empezar…
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