Norma Jeane
Opinión miércoles 5, Oct 2022Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Un símbolo, mito y fenómeno que para muchos de nosotros resulta un incontestable referente de sensualidad que, sin embargo, no hemos visto en ninguna película sino que hemos simplemente heredado
“En medio del desfase entre la realidad y las apariencias guardadas nació el mito conocido como Marilyn Monroe. La presencia más erótica del cine estadounidense brilló en una década en la que, en teoría, el cine seguía controlando cualquier referencia al deseo carnal. […] La ingenuidad y el candor de sus personajes —su retrato de la “rubia tonta”— hacía más complicado censurar sus películas”.
Con estas palabras en su libro Misterios de la sala oscura y en el contexto de un recuento sobre la Historia de la Censura en Hollywood, la ensayista y crítica mexicana de cine Fernanda Solórzano hace una descripción tangencial del significado que la figura de Marylin Monroe tuvo como parte del progreso de una expresión de la sexualidad —en general y de la femenina en particular— en la cinematografía.
En el alter ego de Norma Jeane Baker, en el personaje inmortalizado por el pop art de Andy Warhol, en la rubia que famosamente mostró sus piernas como el efecto de la falda de un vestido blanco levantada por el aire resoplado por una alcantarilla; sucede un fenómeno sin precedentes y, probablemente, sin sucesores equiparables: el fenómeno del chivo expiatorio de una pulsión contenida materializado en un pelo castaño teñido de rubio, en una sonrisa permanente como fachada de un ser humano complejo, en una voz aguda, chillante e inocente que escondía la profundidad de un espíritu, en un “símbolo sexual” que desborda la subjetividad de una aspirante a actriz; el fenómeno de Marylin Monroe como la válvula de escape de la sexualidad reprimida por la cultura popular de los años cincuenta pero exudada por cada uno de sus poros.
Un símbolo, mito y fenómeno que para muchos de nosotros resulta un incontestable referente de sensualidad que, sin embargo, no hemos visto en ninguna película sino que hemos simplemente heredado. Un símbolo, mito y fenómeno que hemos asimilado del modo particular en el que apelan las ficciones de Hollywood. Un símbolo antes que una actriz que nos hayamos topado en un film, un concepto antes que una persona con una psicología honda, matizada y, seguramente, contrariada, un fenómeno dado antes que la respuesta a una necesidad particular. En el siglo XXI, a Monroe la conocemos antes como mito que como cualquier otra cosa.
Ante esta consigna recibida, ante esta leyenda empaquetada y vendida, nuestro espacio de re-creación y re-construcción apunta a su cuestionamiento. Queda, para nosotros, la pregunta por aquello que queda oculto detrás de los destellos, de los retratos, de las imágenes, de las parodias, de los escándalos y de los glamoures. Queda la pregunta por Norma Jeane y por el costo humano que habrá hecho posible esa imagen universal.
Como parte de ese ejercicio, en el año 2000, la autora estadounidense Joyce Carol Oates se dio a la tarea de imaginar esas lagunas narrativas, esos episodios a-históricos, esas incidencias no registrables que compusieron la vida de uno de los más preciados símbolos del deseo estadounidense y sus particulares formas de tentar los límites entre lo real y lo ficticio y los límites entre espectador y espectáculo.
Surgió entonces su novela de ficción biográfica Blonde, donde se encuentran la investigación documental y la pura creación literaria, donde se entrecruzan las verdades históricas y las fabulaciones de la empatía creativa, donde se descubre una verosimilitud oculta en los laberintos de la ficción.
Es desde esta obra desde donde el cineasta Andrew Domink buscará recomponer y reconstruir el legado cinematográfico de uno de los mitos más preciados del “sueño americano” en la película homónima Blonde o Rubia. Es desde esta obra de ficción entremezclada con eventos documentados desde donde el director australiano-neozelandés buscará extraer alguna verosimilitud sobre la persona olvidada por los reflectores, Norma Jeane Baker.
En la línea de obras recientes como Spencer o como Elvis, el trabajo del director buscará desentrañar, por un lado, las honduras y vaivenes específicos de una droga tan potente como la fama y revelar, por otro, las singularidades de una mente enfrascada en un mundo de apariencias sostenidas.
Como la película de Larraín, Domink elegirá el tono del drama psicológico para plasmar una imaginaria visión subjetiva. Retratará un “cómo se habría sentido ser Marylin Monroe” desde una posición personal. Hurgará en las verdades conocidas sobre el mito para descubrir con ficciones algo semejante a una verdad o una verosimilitud.
Como la película de Luhrman, Domink desplegará paso a paso una interminable espiral delirante. La espiral de una fama exigente, de una fama despojadora de identidad y de una fama adictiva, viciosa, evasora. Desenvolverá, desde la hipótesis de la búsqueda de aprobación de Monroe, los pasos disonantes pero cadenciosos de una pesadilla devoradora.
Devoradora de la persona detrás de la imagen. Negadora de su voluntad. Negadora de su cualidades intelectuales. Negadora de su valor como persona. Negadora de su valor como una mujer de familia. La pesadilla creadora de la fantasía llamada Marylin Monroe ejecutada por los hombres a su alrededor.
Los hombres negadores de sus deseos más íntimos, negadores de su voz, negadores de su inteligencia, negadores de su mundo emocional. Los hombres obsesionados con una imagen, con una persona transformada en fetiche. Los programadores de la “bomba sexual” que detonaría, para el legado futuro, cualquier vestigio de Norma Jeane Baker.
De este modo, partiendo de un esbozo general de la historia objetiva de Marylin Monroe y completando algunos espacios en blanco con una ficción robusta, Blonde nos sumergirá en la desgarradora historia de una mujer tratada como objeto por el mundo que la rodea. La historia de una persona juzgada simple y llanamente por su cuerpo, por su cara y por el modo en que estimula los sentidos y las pasiones del público de masas.
La historia de la gran actriz de Hollywood, el gran mito estadounidense, que para nacer debe obviar su carácter humano. La transformación simbólica y material de una mujer en el objeto de deseo de una generación.
Irónicamente, según algunos, la puesta en escena de la deconstrucción de un mito ha implicado la réplica de lo mismo que se critica. Irónicamente para narrar la historia de Norma Jeane, Domink ha tenido que echar mano de una espectacularización del dolor de esta mujer y, al tiempo, ha echado mano de la sexualización de su actriz protagonista, Ana De Armas.
En el tintero queda la pregunta por la mirada masculina, por la posibilidad o imposibilidad de que las estructuras mismas que construyeron un objeto-fetiche sobre los restos de una mujer sean superados a través del lenguaje cinematográfico.
En el trabajo de Dominik por momentos se atisba alguna esperanza de visión humana más que masculina. En la historia contada se palpa la materialización comprometida de una representación atenta. Se materializa una psicología representada y representativa. Se materializan, a espaldas del mito, algunos destellos de la persona en que habitó.
Quizás, al respecto, el mayor mérito sea de De Armas quien reafirma su versatilidad actoral como Norma Jeane pero también como la Norma Jeane que se esconde detrás de Marylin Monroe. Como Norma Jeane pero también como la amenazante figura que la desvanece. Como Norma Jeane pero también como la espeluznante fantasía-objeto que termina por aniquilar a ambas.
Como producto del palpitante conflicto entre realidad y ficción, como expresión de una lucha encarnecida entre deseos animales y formalidades guardadas y como uno de los primeros casos de la objetivización colectiva de una persona, nace Marylin Monroe. Monroe como el sacrificio ofrendado a una sociedad de masas ávida de sexo. Monroe como el pretexto para justificar una neurosis comunal. Monroe como el mito transepocal de una mujer hecha a la medida de la libido masculina.
Como nos enseñaron los primeros filósofos, todo mito es un llamado a filosofar. Todo filosofar, a su vez, es un preguntar que requiere de una formulación meticulosa, metódica y bien confeccionada. Queda, entonces, reflexionar sobre la pregunta detrás de la mujer-objeto, el deseo y su chivo expiatorio, la persona negada para sostener al símbolo; queda entonces preguntar por el llamado específico a filosofar que nos hace el mito de Marylin Monroe.
En palabras de Domink: “[…] Marylin Monroe […] era el símbolo de algo. Era la Afrodita del siglo XX, la diosa estadounidense del amor. Y se suicidó. Así que, ¿eso qué significa?”.
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