La maldición contra el cura Hidalgo
Alberto Vieyra G. lunes 19, Sep 2022De pe a pa
Alberto Vieyra G.
En Ixtlahuaca, a unos 10 kilómetros de Atlacomulco, Estado de México, el cura Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor ofició una misa al medio día del 25 de octubre de 1810. Al término de ella, recibió tres malas noticias:
La primera, un curita de Jocotitlán le entregó en propia mano la excomunión que le había formulado el obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, por rebelde, hereje y por haber iniciado la lucha de Independencia; segunda mala noticia, las huestes insurgentes habían matado tres reses sin pedirlas a sus dueños para darle de comer a casi 80 mil insurrectos, lo cual propició un escándalo. Y tercero, Ignacio Aldama y otros militares que pertenecían al regimiento de la reina, que tenía sede en Guanajuato, le armaron un San Quintín al cura libertador porque querían que a fuerza sometiera a los insurrectos a una disciplina militar para evitar pleitos como el suscitado por la muerte de las 3 reses que habían tomado los insurgentes. La ruptura entre Hidalgo y Allende fue de tal manera, que a partir de entonces el cura Hidalgo seguía al frente del ejército insurgente, pero en calidad de prisionero. Y así seguiría hasta la batalla del Monte de Las Cruces en que se escribió el episodio de mayor misterio en la Independencia de México y del cual le hablaré aquí mañana. Por ahora, póngase cómodo porque le voy a contar sobre la maldición contra el cura Hidalgo con la que la Iglesia católica lo excomulgó decía:
“Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, en dondequiera que esté, en la casa o en el campo, en el camino o en las veredas, en los bosques o en el agua, y aún en la iglesia. Que sea maldito en la vida o en la muerte, en el comer o en el beber; en el ayuno o en la sed, en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado; estando acostado o andando, mingiendo o cantando y en toda sangría. Que sea maldito en su pelo, que sea maldito en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes; en su frente y en sus oídos, en sus cejas y en sus mejillas, en sus quijadas y en sus narices, en sus dientes anteriores y en sus molares, en sus labios y en su garganta, en sus hombros y en sus muñecas, en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. Que sea condenado en su boca, en su pecho y en su corazón y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas y en sus muslos, en sus caderas, en sus rodillas, en sus piernas, pies y en las uñas de sus pies. Que sea maldito en todas las junturas y articulaciones de su cuerpo, desde arriba de su cabeza hasta la planta de su pie; que no haya nada bueno en él. Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga. Y que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven, se levanten contra él”.