Espectador-espectáculo
Opinión miércoles 31, Ago 2022Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- El más reciente trabajo del aclamado y renovador cineasta, Jordan Peele, Nope o ¡Nop! construye una simbólica representación de la obsesión contemporánea
“Lo peculiar del actual fenómeno del entretenimiento consiste […] en que rebasa […] el fenómeno del ocio”, éste se va transformando en “una totalización que se va imponiendo poco a poco. […] engendrando […] un nuevo «estilo de vida», una nueva experiencia del mundo y del tiempo […]. En la actualidad, el entretenimiento parece acoplarse a todo sistema social y modificarlo correspondientemente, de modo que los sistemas generan sus propias formas de entretenimiento. […] se va borrando cada vez más la frontera entre «realidad real» y «realidad ficticia» […]. El código binario entretenido/no-entretenido […] tiene que decidir qué es idóneo para entrar a formar parte del mundo […]. Para ser, para formar parte del mundo, es necesario resultar entretenido. Sólo lo que resulta entretenido es real o efectivo. […] La realidad misma parece ser un efecto del entretenimiento.”
Con esta reflexión —mucho mejor desarrollada que lo aquí recojo— termina el libro del filósofo surcoreano contemporáneo de tradición alemana, Byung-Chul Han, Buen entretenimiento. En dicho trabajo, el pensador busca analizar y descubrir los elementos conceptuales que nos han traído a una época en la que prácticamente todas nuestras experiencias humanas son mediadas y alteradas por la espectacularización de lo real.
En una tónica similar, el más reciente trabajo del aclamado y renovador cineasta, Jordan Peele, Nope o ¡Nop! construye una simbólica representación de la obsesión contemporánea por transformar todo en un show o, en otras palabras, la impulsiva necesidad de capturar todo con una cámara. Transformándonos a nosotros mismos en el espectáculo del que se alimentan otros espectadores y desdibujando la línea entre vivir a través de una pantalla —de celular, de televisión o de cine— y genuinamente experimentar la vida.
Como suele suceder en la obra de Peele, todo transcurre en dos niveles: el textual y el subtextual. En el caso de su galardonada opera prima, Get Out o ¡Huye!, el texto era la historia de un hombre que viaja para conocer a la familia de su nueva novia, sólo para descubrir un lado lúgubre y horrífico de una persona que creía conocer; el subtexto era una valoración del cinismo con el que la segregación racial de la alta clase estadounidense puede, por un lado, despreciar el valor humano y los derechos de los afroestadounidenses y, por otro, envidiar y necesitar sus aptitudes físicas y cualidades genéticas.
En el caso de Us o Nosotros, el texto nos presentaba una forma moderna del tópico del cine de horror de los doppelgängers o los dobles malignos con una familia afroestadounidense como el objetivo de los ataques de sus alter egos malvados; el subtexto apuntaba hacia la concientización sobre ese “submundo” olvidado que hace posible la vida de la que goza el ser humano promedio y el modo en que esos que hoy “desecha” la sociedad no dejan de ser una parte elemental de su realidad y su constitución, convirtiéndolos en los mismos que un día vendrán a exigir aquello que les ha sido negado durante toda su vida.
En el caso de Nope, el doble horizonte del estilo distintivo de Peele alcanza un nuevo nivel de abstracción. Aquí, a diferencia de sus trabajos previos, el subtexto resulta un poco más complicado de descubrir y supone un par de revisiones de la cinta, o bien, una documentación general sobre lo que el cineasta ha explicado en medios de comunicación y entrevistas.
El nivel textual de ¡Nop! cuenta la historia de los hermanos Otis “OJ” y Emerald “Em” Haywood, por un lado, y Ricky “Jupe” Park, por el otro. Los Haywood son dueños de una empresa dedicada a entrenar caballos actores —especializados para aparecer en comerciales, películas, programas de TV— que, desde la muerte de su padre, se ha enfrentado a una dura crisis financiera. Se ostentan como descendientes lejanos pero directos del jinete de raza negra que aparece en uno de los primeros ejercicios de fotografía puesta en movimiento en la Historia del Cine: el estudio científico del Movimiento Animal (1884-1885) ejecutado por Eadwears Muybridge, uno de los antecedentes de lo que después se conoció como el rollo cinematográfico y la proyección fílmica en sí misma —en la realidad, se desconoce la identidad del jinete que aparece en el mencionado estudio fotográfico; sin embargo a Peele le sirve como una ingeniosa manera de apuntar a la presencia de los negros en la fundación misma del cine y su posterior industrialización del entretenimiento.
Por su parte, Jupe, conocido y cliente de los Haywood, es un antiguo niño actor que vive de las glorias de su aparición en televisión durante los años noventa y, quizá más concretamente, de una tragedia que marcó el destino del show en el que trabajaba: un incidente con un chimpancé actor que, desatando su animalidad, atacó a parte del elenco —evento que Peele nos pone en pantalla con una actitud sugerente, clara e impactante, simbolizada por Gordy, el mono, cubierto en la sangre de su principal víctima.
Ambas historias se reunirán en el mismo entorno neo-western, desértico, marcado por paisajes abiertos, estáticos, imponentes, y un poderoso sol brillante. Ambas historias coincidirán en el espacio geográfico en el que una serie de avistamientos extraños suceden: la aparición de una aparente nave alienígena u OVNI que despertará la ambición de los Haywood y de Jupe por convertir aquél suceso en un espectáculo —para uno, en el espectáculo central de su circo-parque de diversiones; para otros, en el espectáculo que los lleve a la televisión, a la fama y al dinero que resuelva sus deudas.
Pronto, el trío de personajes y sus colaboradores descubrirán que aquello que han interpretado como un Fenómeno Aéreo No Identificado (FANI) es más bien un ser vivo. Un depredador que se alimenta de animales de la Tierra y que, dentro de su lógica animal, los caza, los devora y los succiona.
Es ahí, entonces, que Nope se revela como una película de ciencia ficción y horror de monstruos. Una cinta que, en su nivel textual, marca muy bien sus espacios de batalla, dirige adecuadamente sus ritmos cómicos y relajados y sus pocos pero hartamente efectivos momentos de tensión y suspenso. Una película que opera adecuadamente como una historia de horror sugerido —que se ha comparado con Jaws de Spielberg o Señales— que, por otro lado, transcurre con calma en su primera parte y que otorga una digna dosis de acción hacia su cierre. Un relato, se podría interpretar, sobre el bien conocido y recurrente duelo entre el hombre y la naturaleza indomable.
Con todo, el verdadero quid, el subtexto, de ¡Nop! sucede de una manera mucho más abstracta —más de lo que solíamos ver en trabajos previos de Peele— y, por tanto, de una manera que puede pasar desapercibida para buena parte del público, o bien, en un primer visionado del film. En palabras del director, esta película habla sobre “la adicción del ser humano contemporáneo al espectáculo” —sea este inspirado por el morbo, el chisme, la violencia, etcétera—; sobre la manera en la que nos es imposible no convertir algo tan desconcertante como formas de vida extraterrestres en el próximo producto de nuestra sed de entretenimiento.
Por esta razón no será extraño que personajes como un reportero de TMZ —el principal medio de notas amarillistas y de chismes en Estados Unidos— o un cineasta dispuesto a morir por obtener la toma perfecta de un animal salvaje aparezcan como representaciones de esa necesidad que nos hemos creado en los últimos siglos. Pero no sólo ellos representan este “mal contemporáneo” sino también elementos como la nostalgia —que representa Jupe—, el morbo por sucesos lamentables que rodean al mundo del entretenimiento —como el caso de Gordy— y, por supuesto, el afán de legitimarse a través de un supuesto linaje actoral o artístico —como los Haywood— o la ambición de una forma anómala e ilusoria del éxito —aquella que vincula medios de comunicación, fama y riqueza.
Quizá el mejor simbolismo de la película sea aquél que notan varios críticos y analistas de esta compleja experiencia fílmica: el centro de este OVNI-depredador es similar al lente de una cámara, a un obturador y al mecanismo interno que hace posible que capturemos imágenes a diestra y siniestra.
Se puede asegurar que, el día de hoy, existen más fotografías de las que se pueden ver en una vida, más publicaciones de Instagram o Facebook de las que se podrían leer en 50 años, más videos, películas y contenidos audiovisuales de los que se pueden experimentar en una carrera contra la ceguera. La cámara ya no es una herramienta nuestra, es una bestia viva que nos ha absorbido por completo.
Un objeto que vincula al humano con su existencia. Si en los días de Heidegger —en el siglo XX— el ser es el ser mientras se desenvuelve a través del tiempo, en el mundo contemporáneo ese tiempo en el que nos sumergimos toma la forma de nuestras diversas maneras de entretenernos. Nuestras diversas maneras de convertirnos en espectadores pero, sobre todo, las maneras en las que nos usamos a nosotros mismos como objeto-espectáculo —haciéndonos videos, tomándonos fotos, creando cosas sólo para que otros las vean; a veces más por ellos que por nosotros.
El clavo al que le da de manera certera el nuevo film de Peele es el mismo que intriga a filósofos de nuestros días como Han o el famoso Slavoj Žižek —quienes, a su vez, se han transformado a sí mismos en espectáculos: los espectáculos contemporáneos de la filosofía—; la punzante pregunta que provoca el fenómeno de nuestros días que va sumergiendo nuestras vidas y nuestra existencia misma en la hiperestimulación de un mundo sobre-estetizado, convertido en entretenimiento perpetuo, convertido en constante juego ambiguo entre realidad y ficción, entre lo verdadero y lo aparente, entre lo entretenido y lo no entretenido.
Ahí cobra un nuevo sentido la frase con la que Peele decide abrir su película. Una cita del libro de Nahúm, profeta de la Biblia Hebrea: “Y echaré sobre ti inmundicias, te haré despreciable, y te convertiré en un espectáculo”. Ya no somos humanos que simplemente se entretienen, la humanidad es hoy un espectador-espectáculo.
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