Trabajador ≠ persona
Opinión miércoles 17, Ago 2022Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La “universalmente aclamada” serie de Apple TV+, Severance
Hace algunas semanas escribí sobre el concepto del Mundo Contemporáneo que equipara a la identidad de una persona con su condición de trabajador, profesionista o ente productor; entonces criticaba la idea de que todo lo que somos capaces de ser como seres humanos pudiera simplificarse, supeditarse o subsumirse en el concepto del “¿a qué te dedicas?”. Hoy vuelvo al tema a partir de la “universalmente aclamada” serie de Apple TV+, Severance.
El show de ciencia ficción, thriller psicológico y misterio explora un mundo distópico en el que Lumon, una empresa dedicada a la tecnología, ha desarrollado un procedimiento médico llamado “separación” (o “severance”) que consiste en dividir los recuerdos y la conciencia de quienes se sujetan a este tipo de intervención implantándoles un microchip en el cerebro. De este modo, los individuos “separados” cuentan, por un lado, con una memoria y conciencia dedicada a su vida fuera del trabajo y, por otro, con una memoria y conciencia exclusiva de su vida intralaboral; provocando, así, que dos conciencias coexistan en una misma persona sin que éstas sean capaces de comunicarse entre sí o compartir información de manera consciente.
El ejemplo de cómo funciona este concepto nos lo dará Mark, protagonista de esta historia, que en su versión “exterior” —su versión no laboral— vive en una aguda soledad y depresión derivada de la muerte de su esposa; razón por la que decide “separar” su mente para no tener que vivir 24 horas en ese lado de su conciencia. Su otro yo, el “interior” —su versión laboral—, será un dedicado trabajador de Lumon que no tendrá conocimiento alguno de su vida exterior y que ni siquiera sabrá cuál es el objetivo específico de su trabajo; una auténtica máquina productora despersonalizada que, sin embargo, seguirá la intuición de su curiosidad para saber cuál es el sentido de su existencia parcial y de horario laboral.
El Mark de adentro y el Mark de afuera, sin saberlo, buscarán respuestas, cada uno por sus propios medios, para resolver el misterio que implica la “separación” y todo lo que la rodea; construyendo, ambos, una intrigante historia de suspenso que creará capas de misterio entreveradas que, por otro lado, figurará una analogía con nuestro mundo y la manera en que los humanos contemporáneos sobrellevamos la relación entre nuestras vidas personales y nuestras vidas laborales.
El inteligente, ingenioso e inquietante argumento de Severance es una creación del debutante Dan Erickson y ha sido llevada a la televisión con la dirección de otra debutante, Aoife McArdle, quien se ha encargado de tres episodios de la serie. Con todo, la pieza clave del tono y la estética de este show es una destacada hechura del encargado de seis de sus capítulos, Ben Stiller (conocido por su trabajo como actor de comedia en películas como Loco por Mary y con antecedentes como director con cintas como Zoolander), quien sorprende con su capacidad de construir un entorno opresor pero de cara amable dentro de Lumon y un territorio hostil, triste y frío en el mundo exterior de esta siniestra compañía; todo ello con una narración contemplativa, que se toma su tiempo pero que no deja de infundir una genuina preocupación y no deja de arrastrar la atención a sí misma con la esperanza de saber qué sucederá después.
Comparada por analistas y escritores con libros y series como 1984, Black Mirror o Lost; el primer factor que destaca de Severance es su pulcra y precisa técnica cinematográfica. Su lenguaje visual que, antes de que escuchemos una sola palabra, ya nos ha dado a entender dónde estamos y cómo es trabajar o vivir allí. Después, la experiencia avanza con la explicación y la puesta en escena de su compleja premisa. Antes de lo que uno se espera, ya estás involucrado con sus personajes, su historia y sus misterios que se componen de otros misterios.
Respecto a su discurso, la serie parecería una simple e ingeniosa vuelta a la idea de que, muchas veces, la vida laboral nos exige renunciar a opiniones, creencias y una buena porción de nuestras características personales con el fin de destacar como meros entes de producción; sin embargo, Severance logra ir un poco más allá apuntando a los lenguajes que suelen propagarse en los mundos corporativos que, detrás de una cara amable o semi humanista, esconden el bien conocido propósito de la rentabilidad.
En otras palabras, los sujetos intra-Lumon se convierten en el trabajador perfecto del mundo corporativo contemporánea: un trabajador sin vida personal, sin ataduras con otra cosa que no sea su trabajo y el ecosistema que se crea en éste. Se convierten en el pretexto perfecto para señalar el eje central en el que se convierte el culto a la personalidad en las versiones más decadentes del corporativismo.
El culto a la personalidad entendido como esa retórica imperante que se crea en algunos entornos laborales que buscan establecer una red de control sobre sus trabajadores con una figura ejemplar de por medio —por ejemplo, citando constantemente a fundadores, CEOs, directivos—, o bien, con un conjunto de valores ejemplares como la norma con la que se mide la idealidad de la actitud de un empleado —por ejemplo, citando valores como la lealtad, la ambición, el crecimiento profesional y otros similares.
Así, en Severance dentro del mundo inverosímil, pero aterradoramente realista de las oficinas de Lumon, todo girará en torno a la familia Eagan, fundadores de la compañía, que serán tratados como auténticos mesías cuyos preceptos le dan sentido a la vida de sus trabajadores que, por otro lado, no tienen otra cosa a la cual apegarse pues no tienen recuerdos de ninguna vida fuera de su trabajo.
Pero lo que le da el toque de genialidad a esta serie no es sólo su técnica cuasiperfecta y su alto concepto de ciencia ficción pura y atrapante suspenso; es su sutil, oscuro, pausado y abstracto sentido del humor. Esa manera en que la serie logra provocar horror, intriga y algo de familiaridad cosquilleante. Algo de ironía y sarcasmo reveladores que tendrán un papel corrosivo y retador dentro de Lumon. Un exquisito sentido de la rebeldía y de la anticorporatividad encarnado en Helly Riggs, la única mujer del grupo de trabajo protagonista de esta historia quien representará, en más de una manera, uno de las razones por las que la feminidad ha sido siempre percibida como una entidad laboral disruptiva dentro de esquemas de simplificación y eficientización predominantemente masculinos, o bien, primordialmente pensados por y para hombres.
En conclusión, la filosofía en Severance se exuda por cada uno de los poros de sus personajes; se materializa en cada uno de los pixeles que construyen la imagen inquietante y distópica que nos revelan sus imágenes, sus diálogos y su historia. Se reafirma en el ingenio con el que resulta ser siempre sorprendente, fascinante, y por los modos en los que rehúye a las respuestas fáciles en favor de la comprensión y la profundización.
Si un concepto se encuentra en el corazón de esta serie, ese no es el de la relación vida personal-vida laboral, sino el de la soledad y la deshumanización que contrae la tecnologización, las tecnocracias y los corporativismos. El concepto de humanos que rentan sus mentes y sus cuerpos para realizar tareas a las que no les ponen el más mínimo rastro de humanidad; humanos vertidos en el hacer sin preguntarse por qué hacen lo que hacen más allá de la satisfacción de sus necesidades.
El concepto de lo desolador que es un mundo así, consumido en horas laborales y horas de evasión existencial. El doloroso, gélido y desesperanzador mundo en el que ni entretenerse entretiene, en el que la sensibilidad queda anestesiada y agotada por horas de labores a las que, muchas veces, ni siquiera les encontramos un sentido que contribuya al mundo de manera positiva. El aflictivo retrato del trabajador que anula a la persona.
El trabajador que se come mis memorias, mis conciencias, mis emociones, mis satisfacciones, mis horas, mis días, mis años. El trabajador que me pide renunciar a lo que soy, que me pide renunciar a lo que quiero, que me pide renunciar a mis creencias con tal de poner el nombre de una empresa, de un especialista o de una eminencia en mi curriculum. El trabajador perfecto —desde los ojos de la lógica eficientista de las corporaciones— que va dejando poco a poco de ser persona para convertirse en máquina, propiedad y adorador. El trabajador que me despersonaliza y que me mecaniza hasta que ya me es imposible entender dónde empieza el trabajador y donde quedó la persona.
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