Una juventud triste
Alberto Vieyra G. martes 16, Ago 2022De pe a pa
Alberto Vieyra G.
Una herencia maldita nos heredó la pandemia del coronavirus, un problema de salud pública mundial agravado por muchos factores como la falta de empleo, falta de políticas públicas, malos resultados en la escuela, problemas de comunicación con la familia y un futuro incierto de sus vidas, que arrojan resultados desastrosos de carácter emocional como la neurosis, la enfermedad de las mil caras que se manifiesta con depresión, miedo, angustia, insomnio, falta de apetito, desgano y una terrible ansiedad en la que el ser humano no sabe si estar solo o acompañado.
Cuando un individuo toca fondo en un problema de ansiedad quisiera correr, quisiera gritar, quisiera estar en medio de mucha gente y si está entre la muchedumbre, quisiera mejor estar solo, pues no sabe cómo mitigar ese desasosiego que le provoca una infernal desesperación. Un cuadro de tal naturaleza hace infeliz a cualquier ser humano, principalmente a los jóvenes que por algunas otras razones no han resuelto aún su problema existencial, es decir ¿qué hago en este mundo? ¿a qué vine y hacia dónde voy? ¿Tengo un futuro incierto y cómo lo voy a solucionar, aislándome de la sociedad?
Por desgracia, muy pocos jóvenes y adultos saben que una salud espiritual, es decir a través de la oración, la meditación y la buena respiración se puede salir de una crisis de ansiedad. Cuando una persona entra en un estado de ansiedad, la respiración abdominal se torna en una respiración intercostal que provoca taquicardia, mala oxigenación de los pulmones y el cerebro. Un infernal laberinto que muchas veces conduce al suicidio.
¿A qué vienen semejantes reflexiones? Mire usted. Hace una semana el Inegi publicó una encuesta harto preocupante en la que se revela que 7 de cada 10 jóvenes de entre 18 y 30 años son agobiados por la tristeza, es decir que padecen de una silenciosa enfermedad llamada neurosis, aunque los médicos la llaman pomposamente “inestabilidad emocional”, pero que es capaz de hacer que la gente que la padece este a un paso de la locura y del suicidio.
Por su lado, los estudios científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) revelan que 9.9 de cada 100 mil habitantes han tenido ideas suicidas, mientras que en España el 25% de los jóvenes toman antidepresivos, es decir que dependen de una droga suministrada por la psiquiatría, pero tampoco escapan de las ideas o disturbios suicidas.
El propio Inegi revela que durante 2021 se suicidaron en México siete mil 896 personas, principalmente jóvenes, es decir 1 suicidio cada 40 segundos. Tan sólo en Ciudad Serdán, Puebla se suicidaron más de 30.
Ciertamente que la pandemia ha enlutado a más de medio millón de familias que han perdido uno o varios miembros que se contagiaron y murieron de Covid-19 y otros que también fueron contagiados logrando sobrevivir, pero con secuelas terribles en pulmones y el cerebro, aunque no pueden hacerse a un lado los efectos de algunas drogas en aquellos que dependen de ellas y sin faltar, la pérdida de empleo, la deserción escolar y muchos otros factores que desencadenan en un problema de salud pública que afectan no solamente a los jóvenes en el mundo, sino también a un gran número de personas adultas.
Por desgracia, la encuesta del Inegi revela que la falta de políticas públicas para favorecer a los jóvenes en materia deportiva, cultural, ciencia y diversas actividades de esparcimiento, han dado como resultado una catástrofe que millones de jóvenes que no saben si reír, llorar o rezar. Eso sí, los jóvenes son usados por la ponzoñosa partidocracia como botín electoral. Pues ante la falta de esas políticas públicas, muchos jóvenes optan por aislarse o en un caso aún más grave, prefieren engrosar las filas del crimen organizado bajo el tiránico disfraz de que “más vale vivir bien pocos años, que vivir mal durante toda la vida”.
Así es que jóvenes compatriotas, una respetuosa sugerencia: Manden al diablo la tristeza, platicar con Dios es el mejor bálsamo para el espíritu.