Culto a la personalidad
Alberto Vieyra G. jueves 6, Ene 2022De pe a pa
Alberto Vieyra G.
Desde los poderosos faraones egipcios, pasando por los emperadores romanos, los gobernantes griegos, hasta llegar a los dictadores y tiranos como Adolfo Hitler, Stalin, Augusto Pinochet e importantes personajes esclavista en América del Norte y hasta los gobernantes populistas de hoy, el culto a la personalidad ha sido un elemento que los ha vuelto locos y “perder el piso” de la realidad a esos narcisistas. Muchos de esos a los que se rinde culto han contado con paleros lambiscones y otros no han resistido a la tentación de autoproclamarse honores como “El Benemérito”, “El Excelentísimo”, “El Generalísimo”, “El Honorable”, “Benefactor de la Nación”, “El Restaurador de la Independencia”, “El Supremo” y sin faltar un nuevo Dios, como ocurre en México con el llamado mesías tropical, Andrés Manuel López Obrador.
El papel de los lacayos lambiscones ha sido históricamente bien retribuido en términos económicos y políticos, después de que en vida o ya muertos lograron que se les erigieran estatuas, nombres a parques y jardines, calles, centros culturales, escuelas y universidades como ocurrió en Estados Unidos, donde los bronces y nombres a las instituciones serían retirados al descubrirse que muchos que ostentaban reconocimientos de tal naturaleza serían derribados porque fueron esclavistas o de algún modo hicieron sufrir a la gente con actos de tiranía.
En México, no escapamos del culto a la personalidad, a pesar de que muchos gobernantes a los que se les erigieron monumentos, nombres a las avenidas, calles, etcétera en su honor, saquearon inmisericordemente las arcas de la Nación, sí nos robaron una y otra vez y causaron heridas en el tejido social. En la era de la ponzoñosa partidocracia abundarían estos reconocimientos al culto a la personalidad, aunque el gobernante haya servido para dos cosas: Para nada y para lo mismo.
¿Por qué hago historia?
Mire usted. Al comenzar 2022, mis tres lectores y radioescuchas me preguntan y repreguntan que si sé quién o quienes derribaron la estatua de casi 8 metros de altura de AMLO, erigida por un lambiscón ex alcalde morenista, Roberto Téllez Monroy en Atlacomulco, cuna del patriarca del Grupo Atracomucho, Isidro Fabela Alfaro, uno de los grupos políticos más fuertes y ponzoñosos de México. Caray, me agarran en curva. No tengo bola de cristal, ni soy adivino para saber quiénes fueron los malosos, pero como se dieron las cosas a eso de la 1:00 o 2:00 de la madrugada y durante el relevo de estafeta en la presidencia municipal de Atlacomulco, a mí me gustaría preguntar, en principio ¿si fue Manuel Bartlett quien le bajó el switch a la luz para que se registrará un apagón por varias horas para que nadie viera lo que tenía qué ver? Y seguramente que fueron los espantos, aprovechando el apagón y el relevo político. Y si no fueron fantasmas, me sigo preguntando ¿acaso serían los que asesinaron a Colosio?
La cuestión es que derribaron la estatua de López Obrador y no sé porqué recordé cuando los gringos derribaron en Irak la monumental estatua de bronce del dictador Saddam Hussein, a quien los lambiscones iraquíes rendían culto a su ponzoñosa personalidad.
Yo me pregunto: ¿Merece su alteza serenísima AMLO un monumento que más bien podría ser a las casi 70 mil mentiras que nos ha echado a los mexicanos en su desgobierno? ¿Qué ha hecho AMLO para merecer el respeto ciudadano en un gobierno caracterizado por la tiranía contra las instituciones que son un contrapeso al ponzoñoso presidencialismo, la devastación del estado de derecho o la división y confrontación que ha propiciado entre los mexicanos? ¿Eso merece una estatua con cargo a los dineros públicos?
Por lo ocurrido en Atlacomulco, no hay duda que el juicio de la historia será muy severo contra AMLO que prometió desmantelar al viejo Estado autoritario y en su lugar ha construido otro y todavía más autoritario.