El feroz imperio del norte
¬ Mauro Benites G. jueves 14, Oct 2021Municiones
Mauro Benites G.
Las escenas presentes aún en nuestra mente, donde un policía fronterizo de Estados Unidos montado en su brioso corcel arremete contra los indefensos migrantes, contrasta con las declaraciones del secretario de Estado de Esrados Unidos, Antony Blinken, después de la reunión cupular, política y económica entre los gobiernos de México y el país del norte.
Esta actitud del funcionario estadounidense fue cordial y generosa, claro dentro de la diplomacia aplicada en estos casos, pero no es creíble lo prometido, por los antecedentes históricos de todos los gobiernos de Estados Unidos con su característica imperial y expansionista desde su fundación misma por el origen de las trece colonias.
Esto ha merecido el repudio universal para Estados Unidos, llegando a la conclusión de que esos gobiernos y una alta proporción de su pueblo son unos enfermos de poder, voy a tratar de explicar cuál es la enfermedad de ese gran país bélico. Pero quisiera, antes de ofrecer mi propia versión, dar a conocer al lector el juicio que su propia patria merece al célebre escritor Henry Miller, tristemente famoso y conocido por sus “Trópicos”, pero no comprendido en su talento, en su profunda temura revestida de brutalidad. Miller, hijo de inmigrantes de origen alemán y judío, vivió en Nueva York una niñez y una juventud verdaderamente típicas: hijo de un sastre, con enormes inquietudes que no lograba canalizar, aunque sabía que un día se pondría a escribir, conoció los bajos fondos, la mentira, la miseria de la libertad norteamericana. Un día, casi enloquecido por el hambre, un hambre doble, más del alma que del cuerpo, y asqueado de la vida mecánica de los yanquis, se fue a Europa. Vivió en París mucho más pobre que en Nueva York, al grado de que pasó los más de sus días sin comer, y sin embargo fue en Francia que encontró la vida que había sospechado, la existencia humana, el trato verdadero entre los hombres, la dignidad que anida lo mismo en un rico que en un pordiosero. Se enriqueció espiritualmente y lo primero que hizo fue escribir su Trópico de Cáncer, un libro monstruoso por su brutalidad. La gente no lo ha entendido: se estaba limpiando, purgando, de su experiencia norteamericana. Después, ya célebre, con posibilidades económicas, volvió a los Estados Unidos. Seguramente pensó que su anterior miseria le había hecho exagerar lo malo de su país. Y he aquí lo que escribe de su nueva experiencia norteamericana el libro se llama Un domingo después de la guerra: “Me siento deprimido, no tengo palabras para describir esta depresión. Si me quedase en esta habitación más de un día me volvería loco…o me suicidaría. El espíritu del lugar, el espíritu de los hombres que hicieron de ésta la espantosa ciudad que es trasuda por las paredes. Hay homicidio en el aire…
Una de las cosas curiosas que tenían estos progenitores nuestros es que, aunque declaraban buscar paz, felicidad y libertad religiosa y política, lo primero que hicieron fue despojar, envenenar y matar, exterminando casi la raza a la cual pertenecía este vasto continente. Más tarde, cuando vino la fiebre del oro, hicieron a los mexicanos lo mismo que habían hecho a los indios. Y cuando surgieron los mormones practicaron las mismas crueldades, la misma intolerancia y la misma persecución contra sus propios hermanos blancos.” La historia negra de Estados Unidos como un feroz imperio nos hace dudar que la “ayuda” ofrecida a nuestro país sea sin interés alguno.