LBJ
Opinión miércoles 28, Jul 2021Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- Michael Jordan sólo hay y habrá uno pero, también, LeBron James sólo hay y habrá uno
Hace aproximadamente un año, un matizado nuevo recuento del legado y la historia detrás de Michael Jordan —el documental de Netflix The Last Dance— me dio la oportunidad de reflexionar sobre aquellos factores ideológicos que erigen una figura irrepetible, de idolatría y aparentemente insustituible como la del famoso Bull. Ahora, el ejercicio se antoja repetible −aunque adaptado a circunstancias, contextos y atenuantes diferentes− con la llegada de Space Jam: A New Legacy o Space Jam: Un Nuevo Legado protagonizada por LeBron James.
La historia del jugador de Akron, Ohio, se vio vinculada a la de Michael Jordan muy pronto en su carrera por la vía de un aparato mediático que lo anunciaba, desde sus 16 años, como “el próximo Michael Jordan”, como “El Elegido” o, como él mismo pasaría a nombrarse, “El Rey James”.
Aparato que, con los años, ha convertido a un jugador indudablemente determinante para el basketball contemporáneo en el objeto de polémicas, críticas, comparaciones y todo un universo de rumores, notas y publicaciones que le toman como centro para detonar una serie de reacciones e interacciones siempre divididas: porque a LeBron se le ama o se le odia.
Crecido durante los años 2000, la llegada de James a la NBA en 2003 y su sostenida carrera, vigente en nuestros días, me ha sido mucho más inmediata, cercana y consciente que la de Su Majestad: MJ; su estilo de juego me ha sido más reconocible, identificable y rastreable dentro de la vida actual del deporte ráfaga y, finalmente, su proyección cultural, sociopolítica, mediática y mercadológica me ha alcanzado de primera mano mucho más de lo que me ha alcanzado el legado del Toro egresado de North Carolina.
Con todo, la decisión de James de embarcarse en la imposible tarea de dar algún tipo de seguimiento, secuela o superposición al producto mejor logrado de Jordan para la cultura pop masificada, Space Jam, me parecía innecesaria, inalcanzable, un tanto indeseable y, aunque razonable, en el mejor de los casos cuestionable. Porque, al final, Michael Jordan sólo hay y habrá uno pero, también, LeBron James sólo hay y habrá uno.
El resultado es una película que calca la estructura general, los puntos narrativos y las formas del film de 1995, pero que las pasa por el filtro de un nuevo momento para la industria cinematográfica (i.e., la época de los crossovers, animaciones por computadora y megauniversos) y por el filtro de otra historia de vida con otros propósitos e intereses.
Las características humanas que el film delata de James refuerzan una narrativa que él mismo se ha encargado de construir, por un lado, y, por el otro, apuntan hacia uno de las mayores marcas de su historia personal. En otras palabras, por un lado, se enfatiza el talante de este LeBron exigente, con la necesidad de controlar cada detalle de su contexto y con una presente avidez por superar el peso de ser la mayor superestrella de la NBA en nuestros días con humor, discurso igualitario en favor de los afroestadounidenses y valores extra cancha (por ejemplo, la familia, la amistad y la comunidad); y, por otro lado, se deja entrever la historia de un niño de los barrios pobres de Akron, abandonado por su padre y con la necesidad de sacar adelante a su madre a través de sus cualidades especiales para el deporte.
En resumen, la imagen de LeBron, pasada por una buena dosis de ideología y autopropaganda (al igual que en el caso de Jordan en el 95), se revela incomparable a la de la leyenda del Dream Team originario con un poco de identidad propia y con muchísima urgencia por ser el padre que no tuvo.
En cuanto al contenido concreto, el regreso de los Looney Tunes al basketball destaca por la vigencia de un humor que se siente atemporal y siempre efectivo, pero que, no obstante, usa como muletas la incorporación de elementos de un sinnúmero de franquicias de Warner Bros. que se dan cita durante esta película infantil (El Gigante de Hierro, Game Of Thrones, Los Picapiedras, King Kong, Matrix, Batman, Superman y una larguísima y complaciente lista de títulos y sus personajes).
De este modo, pues, se revive un concepto que bien pudo quedar intacto en favor del reconocimiento de una identidad, un carácter y un legado propios. Se intenta traspasar la pantalla con una búsqueda humana y personal que apela al valor familiar y a la lucha por la igualdad social racial estadounidense. Pero, más que todo, se busca construir una narrativa capaz de ser compartida, replicada, reproducida y recordada; poniendo de manifiesto, para bien o para mal, las distancias entre LeBron James y Michael Jordan.
Ambas construidas para su masificación, ambas auspiciadas por la National Basketball Association, ambas aprovechadas para refrescar y revivir a los Looney Tunes y ambas con el propósito de convertir en símbolo una historia de vida personal.
Las distancias, sin embargo, resultan más interesantes. Uno de Akron, Ohio; otro de Nueva York. Uno mediatizado desde los 16 años y llegado a la NBA a los 18 años, salido de la High School (preparatoria, bachillerato); otro becado, egresado de una de las universidades públicas más destacadas de su país. Uno abandonado por su padre, movido por el amor a su madre; otro crecido en una familia tradicional, con su padre como mejor amigo, movido por competitividad pura. Uno activo como simpatizante del movimiento Black Lives Matter; otro instrumentalizado como arma mediática de la Guerra Fría en el deporte. Uno deslumbrado por el famoseo hollywoodense, por la influencia en el estilo de vida de la cultura hip hop; otro convertido en marca, en tenis, en ropa.
Ambos seres humanos diosificados o villanizados por un mundo que los usa para vender periódicos, boletos de cine, tickets de partidos, jerseys, tenis y un largo etcétera. Ambos mediatizados, instrumentalizados, ideologizados. Ambos salvadores del mundo de caricaturas de los Looney Tunes. Ambos afroestadounidenses. Ambos convertidos en espectáculo. Ambos los mejores jugadores de su época.
El regreso de los Looney Tunes al basketball destaca por la vigencia de un humor que se siente atemporal y siempre efectivo, pero que, no obstante, usa como muletas la incorporación de elementos de un sinnúmero de franquicias de Warner Bros. que se dan cita durante esta película infantil (El Gigante de Hierro, Game Of Thrones, Los Picapiedras, King Kong, Matrix, Batman, Superman y una larguísima y complaciente lista de títulos y sus personajes).
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