Estrategia fracasada
Armando Ríos Ruiz lunes 19, Jul 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Si las maniobras del Presidente para perpetuarse en el poder y su estancia en la primera magistratura se alargara muchos años, hasta que Dios dispusiera, con absoluta seguridad, su estrategia para acabar con el crimen organizado fracasará siempre. No está condenada al fracaso. Ya es un fracaso y esperar no servirá de nada. Simplemente se trata de una burla a los mexicanos, tal vez para esconder otros propósitos, que para acabarla, muchos aplauden.
El mandatario se ha mantenido en su dicho, proclamado desde principios de su ejercicio, a pesar de que las señales de alivio han sido adversas y cada día se agravan, por más que las pruebas están a la vista. No es necesario conocer estudios sobre la materia. A simple vista, cualquiera advierte que la criminalidad ha aumentado a niveles sorprendentes. Lo peor es que no sólo se trata de abrazar a los delincuentes, sino que además, hay órdenes de no meterse con ellos.
Ha dicho recientemente que el proceso es lento, pero positivo. Seguramente cuando comience a dar frutos, será porque ya son dueños del país los delincuentes y entonces operará su ley o la del más fuerte, quien impondrá la calma en un lugar inhabitable, salvo para quedarse a vivir en él porque no hay otra opción o porque se es afecto a la adrenalina y se espera turno para también hacerse del poder por la compañía de una pistola y del propio valor.
El Presidente ha dicho innumerables veces que conoce todo el país. Que lo ha recorrido muchas veces y es verdad. Pero entonces, hace pensar en que no conoce a la gente. Sus verdaderas razones para delinquir. Para enredarse con las bandas de narcotraficantes que operan a lo largo y ancho de México. Si su estrategia fuera buena, en tres años de gobierno ya hubiera dado muestras de que aplica. Pero los crímenes han aumentado de manera escandalosa.
La regla consiste en que los jóvenes se enganchan con el crimen porque no encuentran otros medios de subsistencia que les asegure bienestar de manera rápida. El mandatario dijo recientemente en Guerrero, que los capitanes de las bandas delincuenciales pagan el salario mínimo y que eso mismo se paga en los programas sociales que ha inventado.
No ha entendido que pertenecer a esas hordas con un sueldo similar, sirve como un permiso para cometer todos los crímenes que quiera el contratado. Obviamente, más los que prometen la consecución de dinero, como el robo de diversos artículos. Otros negocios adentro, es matar y descabezar. Ambos se pagan con precios diferentes. En los trabajos que ofrece el que manda no hay más opciones que el salario raquítico que aceptan quienes piensan bien.
¿Por qué muchos niños juegan hoy a ser narcotraficantes? ¿Por qué muchos infantes han revelado a sus maestros que quieren ingresar a las filas de la delincuencia? Porque han observado el comportamiento de quienes están adentro, que en este momento pueden salir a las calles, lucir sus armas poderosas y los lujosos automotores en que se desplazan. Porque pueden decirle a cualquiera persona normal que ellos son la ley. Aunque ni siquiera lo necesitan.
Porque lucen poder y dinero. Porque pueden escoger y llevarse a las mujeres que les place. Porque éstas mismas escuchan con ellos el canto de las sirenas y aceptan también correr cualquier riesgo, a cambio de vivir sin miserias.
Existe un periódico, precisamente en un pueblo del estado de Guerrero, que vive de la publicidad contratada por los grupos de narcotraficantes. Ahí se ven fotografías de mujeres menores de 18 años que empuñan rifles de alto poder y que advierten al enemigo con todas las groserías. Por ejemplo: ¡ya sabemos dónde te escondes Gavilán! ¡Vamos a ir por ti para ponerte en la madre!
Ese gusto de amenazar, de amedrentar, de aparecer en el diario, además del dinero que allí se consigue y de la libertad para hacer lo que les viene en gana, los hace sentirse importantes. Dueños de todo. Hasta de la vida de sus semejantes. Esa sensación, por muy equivocada, no se la quita ningún trabajo en Jóvenes Sembrando Vida. La realidad es diferente a la que ve el Presidente.