Un mundo que se “muere” de hambre
Luis Muñoz jueves 15, Jul 2021Segunda vuelta
Luis Muñoz
Nada alentador el panorama expuesto por la Organización de las Naciones Unidas: el hambre mundial empeoró de forma espectacular en 2020 y es probable que ello se deba en gran parte a la repercusión de la enfermedad por el coronavirus que hoy amenaza a la humanidad con nuevas variantes más letales, como la delta.
Un informe elaborado por varios organismos de la ONU, indica que el año pasado estaba subalimentada cerca de la décima parte de la población mundial, es decir, aproximadamente 811 millones de personas.
La cifra, advirtió, es indicio de que será preciso un esfuerzo tremendo para que el mundo cumpla su promesa de poner fin al hambre para 2030.
El “sombrío panorama” de 2020
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y otros organismos, ya a mediados del decenio de 2010 el hambre había empezado a aumentar sigilosamente, frustrando las esperanzas de una disminución irreversible.
Afirman que resulta perturbador que en 2020 el hambre se disparara en términos tanto absolutos como relativos superando al crecimiento demográfico: estiman que el año pasado padeció subalimentación cerca del 9.9% de la población total, frente al 8.4% registrado en 2019.
En el desglose, más de la mitad de la población subalimentada (418 millones de personas) vive en Asia; más de un tercio (282 millones) vive en África, y una proporción inferior (60 millones) vive en América Latina y el Caribe.
Sin embargo, el aumento más acusado del hambre se registró en África, donde la prevalencia estimada de la subalimentación (21 % de la población) supera en más del doble a la de cualquier otra región.
El año 2020 también fue sombrío en relación con otras mediciones. Globalmente, más de 2,300 millones de personas (el 30% de la población mundial) carecieron de acceso a alimentos adecuados durante todo el año.
Desigualdad de género, peor
El informe indica que la desigualdad de género se agudizó, ya que en 2020, por cada 10 hombres que padecían inseguridad alimentaria, había 11 mujeres que la padecían (frente a 10.6 en 2019).
Además, persistió la malnutrición en todas sus formas, que se cobró un precio alto entre los niños: se estima que en 2020 más de 149 millones de menores de 5 años padecieron retraso del crecimiento (su estatura era demasiado baja para su edad); más de 45 millones padecieron emaciación (su delgadez era excesiva para su altura), y casi 39 millones sufrieron sobrepeso.
No menos de 3,000 millones de adultos y niños seguían sin poder acceder a dietas saludables, en gran parte a causa de los costos excesivos.
Casi un tercio de las mujeres en edad reproductiva padece anemia. A escala mundial, pese a los avances en algunos aspectos (por ejemplo, se alimenta a más niños pequeños exclusivamente con leche materna), el mundo no va camino de cumplir para 2030 las metas correspondientes a ninguno de los indicadores en materia de nutrición.
Qué hacer ante esta situación
Dicen los autores del informe que la transformación de los sistemas alimentarios es esencial para lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y poner las dietas saludables al alcance de todos.
Expone seis “vías de transformación” que se basan en “un conjunto coherente de carteras de políticas e inversiones” dirigidas a contrarrestar los factores que determinan el hambre y la malnutrición:
-Integración de políticas humanitarias, de desarrollo y de consolidación de la paz en las zonas de conflicto; amplíen la resiliencia frente al cambio climático en los distintos sistemas alimentarios (ofreciendo a los pequeños agricultores un amplio acceso a seguros contra riesgos climáticos y financiación basada en previsiones); fortalecer la resiliencia de la población más vulnerable ante las adversidades económicas (por ejemplo mediante programas de apoyo en especie o en efectivo para reducir los efectos de las perturbaciones derivadas de la pandemia o la volatilidad de los precios de los alimentos); intervenir a lo largo de las cadenas de suministro para reducir el costo de los alimentos nutritivos; luchar contra la pobreza y las desigualdades estructurales y fortalecer los entornos alimentarios y la introducción de cambios en el comportamiento de los consumidores.
Además de lo anterior, pugnar por un “entorno favorable de mecanismos de gobernanza e instituciones” que haga posible la transformación y exhortar a los responsables a formular políticas que mantengan amplias consultas, empoderen a las mujeres y los jóvenes y amplíen la disponibilidad de datos y nuevas tecnologías.
En síntesis, exhortan al mundo a que actúe ahora si no quiere que los factores determinantes del hambre y la malnutrición reaparezcan cada vez con más intensidad los próximos años, cuando ya se haya desvanecido la conmoción derivada de la pandemia.