Cuba libre
Freddy Sánchez martes 13, Jul 2021Precios y desprecios
Freddy Sánchez
Como un gigante adormilado que no podrá reaccionar para defenderse y terminará dejándose abatir. O todo lo contrario: resoplará y barrerá a sus adversarios.
Cuál de esas posturas asumirá el gobierno de Cuba, tras el levantamiento popular del domingo pasado.
Los augurios de que se repetirá la historia de Venezuela y Nicaragua constituyen la apuesta de quienes temen que los dictadores (y los aspirantes a serlo en el mundo), resientan una dolorosa embestida a sus malsanas aspiraciones de imponer su autoritarismo por las buenas o por las malas.
Pero es claro, que la movilización ciudadana entre los cubanos ha dejado boquiabierta a la comunidad internacional, que sigue sin explicarse cómo es que, aparentemente, de la noche a la mañana una sociedad reconocida mundialmente como muy “obediente” a los dictados de sus jerarcas políticos, despertó en indignación sintiéndose oprimida y dispuesta a liberarse del yugo opresor que aniquila sus deseos de bienestar.
Y ante los sucesos de protesta, lo que vino de inmediato hizo sentir la posibilidad de que cualquiera de ambas cosas pueden ocurrir.
El gobierno cubano pronto echó a caminar sus mecanismos de aplicación de la ley (instrumentos de represión típicos de las dictaduras según el parecer de los críticos), procediendo a la detención de manifestantes.
Una primera reacción oficial que podría ser el preludio de operaciones “de restauración” del orden social con mayor rigor y consecuencias altamente peligrosas para la seguridad personal de quienes optaron por la movilización en las calles para expresar un sentimiento de molestia con las prácticas de gobierno.
Aquello que suele ocurrir sin problema en países con regímenes políticos de aparente respeto irrestricto a la libertad de manifestación pública debiendo garantizar a los exponentes de su molestia el derecho a tomar las calles y divulgar sin restricciones lo que les incomoda o lastima.
El ejercicio de un derecho social inalienable, (al menos no trastocado descaradamente en algunas naciones), que como se ha demostrado hasta la saciedad les importa poco menos que “un reverendo cacahuate” a las dictaduras o aquellos gobiernos que se comportan como si solo lo que emana de su autoridad es lo que todos deben acatar sin discusión.
Eso que, justamente, parece haber sucedido en Cuba durante sesenta años de mandato de los señores Castro en el poder.
Con un estatuto de gobierno que los habitantes de la isla (algunos complacidos y otros indignados), se vieron en la obligación de acatar y de no ser así, correr el riesgo de persecución política con todas sus implicaciones.
De sobra sabido es que quienes en esa tierra no soportaron la forma de gobierno de los señores Castro, no tuvieron más remedio que emigrar hacia Los Estados Unidos u algunos otros países vecinos como lo hicieron en las últimas décadas miles y miles de cubanos.
Lo que no necesariamente significa que los que se quedaron en Cuba lo hayan hecho en contra de su voluntad, puesto que podría llegar a pensarse que la mayoría aceptaron de buen talante es estilo de vida que se adoptó durante los gobiernos castristas.
Años y años de sometimiento a la voluntad institucional de por lo menos dos generaciones entre quienes, si acaso pudo haber dispuesto a cambiar el régimen político existente sus deseos poco prosperaron en el ánimo social.
Los cubanos se acostumbraron a vivir como el gobierno en turno les dijo que tenía que hacerlo y así lo hicieron con la aparente convicción de que era la forma más satisfactoria de vivir o porque no había otra opción que aceptar lo único que les permitía hacer o no hacer el gobierno castrista.
El que ahora se enfrenta a lo que para muchos observadores es sorprendente por la “naciente” rebelión de los cubanos indispuestos a seguir sometidos a la vida que se les impuso autoritariamente a lo largo de sesenta años. Quizás, pronto veremos: a una Cuba reprimida a una Cuba libre.