Monstruos marinos
Opinión miércoles 23, Jun 2021Filosofía Millennial
H. R. Aquino Cruz
- La cinta “Luca” tiene un poderoso mensaje de inclusión y autoaceptación
Los estándares cualitativos de cualquier trabajo reciente de Pixar aunados a una de las mayores fuentes de recursos del mundo del entretenimiento contemporáneo (i.e., The Walt Disney Company) garantizan que, aún en sus más modestos trabajos, la compañía sea capaz de entregar películas de altísima calidad de animación, propuesta estética, rigurosa ejecución, un sólido y continuo discurso y, cuando menos, una narrativa suficiente frente al mero objetivo de entretener. Tal es el caso de Luca, el más reciente estreno de Pixar vía Disney Plus.
Si bien la aventura dirigida por el debutante en largometrajes Enrico Casarosa no es el más sorprendente, ni innovador trabajo de la casa productora, sí resulta un emocionante y acertado despliegue de conceptos articulados y flexibles que retratan una experiencia subjetiva que ha sido significativa para muchos niños y preadolescentes: el sentirse diferentes.
Experiencia que, para muchos, se ha traducido en complicadas relaciones con el mundo social, en dificultosos y sinuosos caminos para sentirse libres y auténticos y, sobre todo, en la reiteración de discursos sociales y políticos que, como corolario, han alimentado una tajante, dañina y perniciosa tendencia a rechazar lo distinto, lo no asimilable, lo “reprobable”, etcétera; en el nombre de una sacrosanta homogeneidad que resulta factible sólo en las más ingenuas, fantasiosas y coercitivas formas de utopía.
De este modo, Luca recurrirá a un conocido tópico narrativo para desplegar una metáfora sobre el sentirse diferente mientras recuerda con amor y nostalgia los veranos de una infancia transcurrida en la Riviera italiana, mientras celebra la amistad pueril, mientras explora el autodescubrimiento preadolescentes y mientras homenajea la belleza de la rica cultura mediterránea reconstruyendo sus parajes por medio de la animación generada por computadora.
Seguirá, pues, a Luca, un joven monstruo marino que, siguiendo la picazón de su insistente curiosidad, explorará el prohibido y hostil mundo de la superficie acuática sólo para descubrir que, una vez fuera del agua, su piel se adapta a las condiciones exteriores y adquiere la apariencia de un ser humano cualquiera.
Habilidad que le permitirá explorar otro modo de vivir. En un mundo cazador de monstruos marinos pero, también, en un mundo anhelable, deseable e intrigante. Un mundo que, más determinante que todo, le permitirá tejer nuevas relaciones interhumanas, interespecie.
Habilidad que le permitirá tejer una amistad con Alberto (también monstruo marino-humano) y con Giulia (una niña humana). Habilidad que le permitirá vivir en carne propia, junto a ellos, sus familias, conocidos, enemigos y el íntimo pueblo de Portorosso; diversas experiencias: desde la pesca, hasta la avidez por el conocimiento del vasto universo; desde el amor propio, hasta el trabajo en equipo; desde el miedo a revelarse como quien se es realmente, hasta el ímpetu para ser apreciado más allá de cualquier singularidad.
Además de este poderoso mensaje de inclusión y autoaceptación, de Luca resulta especialmente valioso su notable ecosistema de personajes diversos en contraste con los antiguos cánones usuales del entretenimiento y, por supuesto, su animación. Su comprometida animación.
Comprometida con cada detalle del folklor isleño italiano, de sus calles, sus rasgos, sus usos, sus gentes. Comprometida con la búsqueda y los conflictos internos de su Luca protagonista. Comprometida con la imaginación de un niño que sueña con estrellas en forma de peces, con planetas lejanos, con libertad pura. La libertad de quien abraza su diferencia como un superpoder. La libertad de quien encuentra amor, familia y amigos a la medida de esa singularidad que se encarna.
Una libertad que hace años hubiera parecido impensable, reprobable e indeseable. Una libertad que cada vez más se nos presente de manera recurrente (a veces, incluso, de maneras impositivas y coercitivas). Pero, al fin y al cabo, una nueva manera de ser libres que promete, a diferencia de la insípida e imposible homogeneización, una riqueza cultural, una variedad humana y un multiculturalismo que aún está por entregar sus frutos.
El mar de los antiguos “monstruos” perseguidos por la sociedad que hoy se revela en su vasta e insondable profundidad. El imponente, excitante y esperanzador reto que implica el adentrarse en las aguas de la infinita instanciación del ser humano. La liberadora desmitificación de la diferencia satanizada en favor de la sobria aceptación de que todos nos hemos sentido diferentes alguna vez.
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