Ebrard parece encaminado al altar de los sacrificios
Miguel Ángel Rivera miércoles 16, Jun 2021Clase Política
Miguel Ángel Rivera
Conocí y traté a Marcelo Ebrard Casaubon a principios de la década de los 90, cuando era un joven y poderoso secretario general de Gobierno en el entonces Departamento del Distrito Federal. Se rumoraba que, en realidad, era quien gobernaba la capital del país, pues su jefe, Manuel Camacho Solís, se preocupaba más por atender las comisiones que le encomendaba el presidente Carlos Salinas de Gortari para no perder lo que consideraba era su seguro sitio como sucesor del primer mandatario.
Se decía que Camacho Solís lo reclutó desde que lo deslumbró como su más sobresaliente alumno en el Colegio de México, una de las instituciones académicas de mayor prestigio en México.
En ese trato confirmé como válidas las versiones de que el joven político tenía un nivel intelectual y una preparación académica que lo colocaba muy por encima de los políticos considerados de primera línea, lo cual le auguraba que llegaría a los más altos niveles de la política nacional, inclusive en el caso de que se eclipsara su supuesto líder y guía.
En lo personal, mi apreciación por el joven Ebrard se consolidó cuando autorizó que uno de los edificios considerados dentro del plan de recuperación del primer cuadro de la ciudad fuera asignado, a un precio muy reducido, a mis entonces compañeros del diario La Jornada. Tal vez por ello mis comentarios puedan parecer parciales.
Ebrard se mantuvo firme al lado de Camacho Solís, inclusive en los momentos difíciles en que su jefe fue desplazado en favor de Luis Donaldo Colosio, por lo cual ambos renunciaron al gobierno capitalino.
Luego, Camacho aceptó el nombramiento de secretario de Relaciones Exteriores y se llevó consigo a su valioso colaborador como subsecretario, pero se separaron cuando Camacho fue comisionado para negociar con el EZLN, que había encabezado un levantamiento armado en Chiapas.
Camacho y Ebrard, que renunció al PRI en 1995, se reunieron nuevamente para fundar el Partido Centro Democrático, de vida efímera, que los postuló, respectivamente, a la Presidencia de la República y al gobierno del entonces Distrito Federal. Allí, Ebrard inició una ruta propia al declinar en 2000 a favor del candidato de la llamada Alianza por la Ciudad de México (PRD-PT-Convergencia-PSN-PAS)
Andrés Manuel López Obrador.
De allí empezó su vinculación estrecha con el ahora Presidente de la República, quien primero lo integró a su cuerpo de asesores y luego lo impulsó como secretario de Seguridad Pública de la capital, cargo que dependía de la Presidencia de la República, la cual ocupaba entonces el panista Vicente Fox.
En diciembre de 2004, el linchamiento de unos policías en Tláhuac significó que Ebrard fuera “sacrificado” para dejar el cargo, aunque López Obrador lo rescató en 2005 al designarlo secretario de Desarrollo Social, cargo que dejó para convertirse en candidato del PRD al gobierno capitalino, que desempeñó hasta competir por la candidatura presidencial, para las elecciones de 2012, en las cuales volvió a declinar a favor de López Obrador, quien lo incluyó como secretario de Gobernación en el que sería su gabinete.
Los dos siguieron ligados, hasta el triunfo de 2018, pero en vez de Gobernación, se le asignó la cartera de Relaciones Exteriores, además de tareas especiales que le han valido ser calificado en algunos medios como “vicepresidente” y, sobre todo, ser considerado precandidato presidencial para el 2024, junto con la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, y el presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado, Ricardo Monreal Ávila.
Predestinado al sacrificio
Una lamentable tragedia, el desplome de un convoy del Metro en la Línea 12 aceleró, por lo menos en los medios, el futurismo y la contienda presidencial, pues ese grave acontecimiento involucra a por lo menos dos de los aspirantes, Ebrard y Sheinbaum, quien según los “conocedores” es la favorita del presidente López Obrador para continuar con la llamada Cuarta Transformación.
Desde el sexenio anterior, Ebrard fue acercado al cadalso político por fallas detectadas en la Línea 12, su obra emblemática como gobernante capitalino, con la cual además marcó distancia respecto de su ex jefe, Manuel Camacho, quien no añadió ni un centímetro a ese sistema de transporte colectivo.
A pesar de las denuncias que llegaron hasta la Cámara de Diputados, Ebrard libró la tormenta política, pues no hubo ninguna denuncia penal, pero de cualquier forma puso distancia de por medio y se autoexilió en París y algún tiempo también en los Estados Unidos.
Para su desgracia, parece ser que otra vez, como cuando era secretario de Seguridad, Ebrard irá al altar de los sacrificios, pero no como oficiante, sino como ofrenda.
Esto viene al caso porque se anuncia que hoy mismo se dará a conocer la primera parte del dictamen técnico encargado por el gobierno capitalino a la empresa noruega DNV.
El ambiente se vició previamente por una nota aparecida hace unos días en el prestigioso diario estadounidense The New York Times expone graves fallas de construcción y presiones políticas detrás de esa tragedia.
Se dice que la información sobre la que se basa el reporte del Times fue filtrada como parte del “fuego amigo” que desde la llamada 4T se lanza contra Ebrard. Tanta ha sido la insistencia que la versión ha sido desmentida por la que se supone su principal contendiente, la jefa de Gobierno capitalino y hasta por el senador Monreal, quien no tiene intervención directa, pero podría ser tercer beneficiado. Inclusive, la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México, organismo que se supone independiente, pero es encabezado por Ernestina Godoy, quien ha sido colaboradora de Sheinbaum, tuvo que declarar que no hay forma de que personas ajenas a las averiguaciones oficiales hubiesen podido llegar a la llamada “zona cero”, donde ocurrió el accidente y se levantan elementos de prueba para el dictamen técnico y pericial.
El responsable directo sería Ebrard, pues esa llamada “Línea Dorada” fue construida durante su mandato. También se involucra al que fuera su secretario de Finanzas, Mario Delgado Carrillo, pero estos señalamientos son considerados como evidencia de que la tragedia se pretende utilizar con fines políticos, pues el ex colaborador de Ebrard es presidente de Morena y se considera por algunas corrientes internas del partido oficial como adelanto del precandidato presidencial.
No se debe olvidar que el primer gran revuelo en torno a la Línea 12 se generó en la pasada administración capitalina, encabezada por el ahora senador del PRD, Miguel Ángel Mancera Aguayo, quien también fue colaborador de Ebrard, como titular de la Procuraduría de Justicia, ahora convertida en Fiscalía.
Pero en ese caso, desde un inicio se aprecian debilidades en los argumentos en contra, precisamente porque el gobierno de Mancera fue el que hizo públicas las fallas y procedió a algunas reparaciones, además de suspender temporalmente el servicio en esa línea. Otro aspecto débil en la posible denuncia es que fácilmente los críticos del actual gobierno federal podrían quejarse de que se trata de un ajuste de cuentas político y no de un acto de justicia.
La tercera posibilidad es que el dictamen apunte hacia fallas en el mantenimiento -como han advertido otras corrientes “morenas”- en cuyo caso, las responsabilidad sería del actual gobierno, encabezado por Claudia Sheinbaum.
Como argumento adicional para las denuncias en ese sentido se recuerdan otros accidentes, aunque de menor impacto, que se han registrado durante el presente sexenio, a pesar de lo cual la jefa de Gobierno se ha rehusado reiteradamente a remover a la titular del Sistema de Transporte Colectivo (Metro) Florencia Serranía, quien en aras de la austeridad mantuvo vacante el cargo de gerente de mantenimiento.
También se habla de un recorte al presupuesto al Metro de alrededor de dos mil millones de pesos, lo cual ha sido negado enfáticamente por Sheinbaum.
Aquí el argumento central es la austeridad impuesta por la llamada Cuarta Transformación, tema que llegaría directamente a Palacio Nacional y, desde todo punto de vista, resulta casi imposible que el presidente Andrés Manuel López Obrador acepte que, aunque sea indirectamente, una decisión de su gobierno haya desembocado en esta tragedia, aunque oficialmente sólo se considera un “incidente”.