Adagios nacionales
¬ Javier Cadena Cárdenas jueves 14, Abr 2011Termómetro
Javier Cadena Cárdenas
¿En qué se parecen Schulenburg, Carpizo y Orozco?
La respuesta es sencilla: fueron víctimas de sus propias palabras.
O lo que es lo mismo: sus correligionarios no aguantaron la crítica.
Y es que en México hay ese adagio que dice: “vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”.
Es decir: somos críticos y criticones, pero siempre decimos: “no me ayudes, compadre”.
Y exigimos, y si eres mi aliado, menos aún.
Y si no aceptamos la crítica, pues mucho menos aceptamos la autocrítica.
Es más, ni la practicamos.
Y si la autocrítica atenta en contra de intereses ancestrales, la situación se vuelve incontrolable.
Hace casi dos décadas, Guillermo Schulenburg le declaró al poeta Javier Sicilia que respetaba el valor moral del mexicano sobre la creencia en la Virgen de Guadalupe, pero que no compartía la interpretación histórica de la existencia real de Juan Diego.
Cito de memoria, pero la memoria no me falla al decir que esta declaración del abad de la Basílica de Guadalupe o de La Villa, como se le conoce, le adelantó su jubilación de tan importante encargo.
Bueno, dicen las malas lenguas que fueron esta declaración y las limosnas que ingresan a la iglesia católica en ese centro mariano.
Unos años antes, Jorge Carpizo declaró que la Universidad Nacional Autónoma de México tenía debilidades y fortalezas.
Y en la máxima casa de estudios del país, estas palabras provocaron una revuelta que pasó a la historia.
Bueno, a la historia pasaron el propio rector y el Consejo Estudiantil Universitario, con sus ahora líderes históricos: Carlos Ímaz, Antonio Santos e Imanol Ordorica.
Pasaron a la historia, digo en el párrafo anterior, y la UNAM hoy en día es una de las mejores instituciones de educación superior del mundo, y el CEU es pura referencia histórica y moral.
Hoy en día también, la doctora Esther Orozco, con sus declaraciones sobre las debilidades, para utilizar un concepto importado de la UNAM y relativamente benevolente, que sufre la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, ha orillado a que las voces siempre recurrentes en el canto de “este puño sí se ve” y en la práctica del “no nos moverán”, se han alzado para pedir su cabeza.
Y sus gritos son diversos pero uniformes: de espanto.
¡Cómo se atreve!, gritan a los cuatro vientos.
¡Cómo se atreve, si la UACM es la apuesta popular para el acceso de los jóvenes sin recursos a la educación media y superior!
Pero ojo, la no aceptación de la crítica interna es un paso que al ser humano lo acerca a la intolerancia.
Y “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, reza otro adagio mexicano.
Y de repente, como que México parecería ser un país de ciegos.
O de gente que usa lentes para ver en tercera o en cuarta dimensión.
Lentes que distorsionan la realidad.
O que la quieren ocultar.
En ocasiones con base en falsos alientos o logros.
Y esta situación no es privativa de las tres instituciones a las que me he referido, ni a los integrantes que en esos momentos las componían, o en el último caso, la componen.
No, todas las instituciones “cojean del mismo pie”.
Todas tienen el mismo padecimiento.
Ninguna aguanta la crítica.
Ni practica la autocrítica.
Ah, pero eso sí, todas creen que no se les debe tocar “ni con el pétalo de una rosa”.
Mucho menos que se les mencione con los ríos de tinta que día a día se escriben sobre ellas.
Y es que hay otra máxima: “las instituciones no fallan, los que fallan son los seres humanos”.
O sea: “pura verdad de Perogrullo”.
He dicho.