La voz de Sócrates
Armando Ríos Ruiz miércoles 14, Abr 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
Sócrates, el filósofo griego, maestro directo de Platón -uno de los grandes elegidos, según Eduardo Shure- e indirecto de Aristóteles, que lo fue de Platón, aconsejaba que el pueblo no eligiera a sus mandatarios porque carecía de capacidad para ese encargo, por su ignorancia. Aseguraba que cuando esto ocurría, escogía a los peores, porque la falta de cultura, de conocimientos, de visión, no le permitía escoger a los hombres más aptos.
Decía que los que ejercían el poder debían ser seleccionados por los hombres más sabios de su tiempo. Estos tenían la capacidad de avizorar las cualidades que se necesitaban para el desempeño del mejor gobierno.
Tenía toda la razón. Sobre todo si hablamos de los países tercermundistas, en donde la gente suele elegir a los que prometen más y luego olvidan sus promesas para convertirse en los peores detractores de sus gobernados. En donde, inician su ejercicio con sonrisas muy amplias, para distraer al pueblo mientras engordan los bolsillos con toda la riqueza que encuentran a su paso.
En donde, el inicio de su mandato se hace acompañar de una transformación que lo va convirtiendo en el hombre por quien nadie votó, por la amnesia evidente. Olvida las promesas. O las propuestas, como les llaman ahora y sus acciones no tienen nada que ver con las palabras vertidas durante la campaña, llenas de risas y de ofrecimientos que llevarán a sus electores al país de las maravillas, lleno de ríos de vainilla y chocolate.
El presidente Andrés Manuel, declaró hace unos días, que el pueblo debe decidir sobre la elección de un mal candidato. Que se debe permitir a los ciudadanos, porque saben qué sí y qué no les conviene.
Si eso fuera real, él no sería el Primer Mandatario. Si bien es cierto que ganó por una amplia mayoría, también lo es que ganó con apenas 30 millones de votos, de 90 millones de votantes. Es decir, la tercera parte de los sufragios decidieron por 130 millones de habitantes de este país. Para ser más realistas, por 60 millones de ciudadanos con derecho a sufragar.
Seguramente nadie habría votado a su favor, de imaginar que llevaría a la presidencia a un político que desea desaparecer todas las instituciones, buenas y malas, sólo por el hecho de haber sido creadas en el pasado que odia. Y aprovechando el viaje, para obtener suficiente numerario que le permita consolidar su proyecto perpetuador, de convertirse en el dictador que da de comer a sus “animalitos”. A sus “mascotas”, como en una ocasión describió a los pobres.
Si el pueblo sabe lo que le conviene, ¿por qué permite que las iniciativas presidenciales sean aprobadas sin cambiarles una coma? La respuesta es la misma que fue emitida por el ilustre maestro de la Ática antigua, mucho antes de la aparición de Cristo: porque no eligió a los mejores. Porque dio su voto sin practicar el menor examen a los hombres que elegía.
Porque llevó a los puestos políticos preponderantes a personas que apenas saben leer. Que sólo están en el Congreso para levantar la mano a favor de quien le indican sus coordinadores. Que se muestran en todo momento sumisos y obedientes con el patrón, que ordena no cambiar sus iniciativas ni la coma de referencia.
Hoy, esos mismos electores se han convertido además, en el ejército no imaginado, pero a la orden del que manda, quizá por no retractarse de una elección que no corresponde ya al hombre que imaginaron. Dispuestos a pelear contra los que no participaron en concordancia, a quienes ven como auténticos enemigos y a quienes estarían dispuestos a aniquilar, si reciben esa orden.
De acuerdo con el filósofo, el pueblo no es tan sabio como predica nuestro mandatario. Es sabio el que tiene capacidad para hacer aunque sea un breve análisis de las personas que participan en una contienda electoral y decide que debe votar por el color que sea, siempre y cuando esté representado por el mejor.