Energía, reto a EU
Armando Ríos Ruiz lunes 1, Mar 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
La obstinación del presidente López Obrador, con un empeño obsesivo, enfermizo, de que la Cámara de Diputados circunscrita a sus caprichos, aprobara la reforma a la Ley de la Industria Eléctrica “sin cambiarle una coma”, traza un rompimiento con el compromiso adquirido por México en 2016 en París, de reducir en 22 por ciento el gas de efecto invernadero (GEI) y 51 el carbono negro.
Tal obsesión hace pensar que esa conducta obedece a algún pacto hecho con Donald Trump, a quien ha sido fiel hasta después de su último día en la Casa Blanca y que, por más que hasta un chairo puede apreciar altamente dañina, se ha empeñado en llevarla adelante, pese a que no se necesita mucha inteligencia para vislumbrar que se trata de una aberración.
Entregado en cuerpo y alma a denostar al pasado para alimentar el aplauso de sus simpatizantes, no repara en afirmar que la anterior reforma efectuada antes que él, fue aprobada con sobornos a los diputados y senadores, hace dos legislaturas. Tampoco en que hoy que él gobierna, no necesita comprar conciencias. Simplemente, desconocer a quien no acepte sus mensajes o sus caprichos. Antes se compraban decisiones. Hoy se imponen voluntades dictatoriales.
Su iniciativa presumiblemente plantea cambiar el programa de comprar en subastas la energía que se usa en México, para decidirse por la más barata. Que haya libertad de adquirir la opción que mejor parezca y en las que participarán sus propias unidades de generación. ¿Acaso decidiría por adquirir las limpias? ¿Las que no asesinen todo lo que respira? ¿Al mismo planeta?
Aunque no existe referencia a “cambio climático” en el T-MEC, sí se incluyen temas sobre calidad del aire, energías limpias, basura marina, gestión forestal, océanos, adaptación, protección de la capa de ozono y del medio marino por la contaminación por buques, e incluso mecanismos de mercado.
Esta situación habrá de acarrear aumento en los desencuentros entre el gobierno mexicano y el de Estados Unidos. Y aunque el de aquí quiera aparentar que no existe nada adverso, es notorio que es al revés. Como en todo lo que implica alguna sensibilidad para advertir o prevenir situaciones políticas que anticipan desastres, desavenencias, inconveniencias.
El Presidente tabasqueño alardea que se reunirá con Joe Biden, para hablar de temas comunes. Pero da la impresión de que lo hace a la manera de Anastasio Somoza padre, quien afirmó al pueblo de Nicaragua que fue invitado por Franklin D. Roosvelt, su par en Estados Unidos.
No sólo no lo recibió. El mandatario estadounidense dijo: “Puede ser que Somoza sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Con esa expresión reconocía el rechazo del sudamericano al comunismo. Somoza regresó desairado a su tierra. Pero congregó a sus gobernados para informar que durante su estancia en el país del norte recibió un trato particularmente especial. Que su homólogo lo llenó de incienso por el tino con que había conducido el destino de Nicaragua. Llenó de gloria su frustrada visita. Pero no eran los tiempos modernos en los que la verdad se conoce más rápido que tarde.
Hace unos días, nuestro Presidente se atrevió a pedir a Estados Unidos que no se inmiscuyera en nuestros asuntos. Más que nada, en sus decisiones sobre política energética. Con una incongruencia mental de tal magnitud, que hace pensar que no mide tamaños. Como los perros chihuahuenses que ladran enardecidos a un pastor alemán, como si quisieran engullirlos en un bocado.
Seguramente, el gobierno del vecino país ni siquiera dio la menor importancia a esa petición. Como no la daría a la que consiste en apartar a sus instituciones de investigación, como la DEA y otras, de México, que tienen la edad en que ambos países juntaron sus destinos.
Nuestro mandatario no entiende que el que manda, no sólo sobre México, sino en el mundo, es el vecino. En el caso de las energías es para bien. Si acá no puede entenderse eso, entonces perderemos por falta de sesos.