Antes y después
Armando Ríos Ruiz viernes 19, Feb 2021Perfil de México
Armando Ríos Ruiz
He escuchado a mucha gente comentar sobre México, de un antes y un después lamentables. Como cualquier entidad que tiene vida, tuvo nacimiento y tendrá muerte. Mientras vive, le ocurren cosas buenas y malas. Está sujeto a aconteceres agradables y desagradables. Ocurre con el hombre mismo.
Pero las personas que he escuchado se refieren a una comparación entre el gobierno actual y los anteriores. Esto no ocurriría, si el nuevo gobernante no se hubiera esforzado por crear una polarización nunca antes vista (ya estoy haciendo una comparación de manera natural, sin haberla pensado).
Se ha preocupado por echar la culpa de lo malo que sucede, a los gobiernos anteriores y a todo lo que pueda. De esa manera deja en claro que el único perfecto para gobernar es él mismo. Es el único que no comete errores. Es el único que posee la verdad absoluta.
Voy a escribir lo que el espacio me permita. Dicen -y lo avalamos porque me parece cierto- que antes, los gobiernos eran evidentemente corruptos. Que hubo unos menos y otros que se excedieron, como el de Peña Nieto. Pero ahora están peor y aseguran que combaten la corrupción. Antes había aumento a las gasolinas y ahora nos dicen que no se trata de incrementos sino de ajustes.
Antes, es seguro que los mandatarios decían mentiras. No se notaban porque eran muy esporádicas. Ahora se miente en todo. Absolutamente en todo, de manera enfermiza y por lo tanto, notoria, durante todos los momentos en que el Ejecutivo aparece ante las cámaras, por las que experimenta verdadero delirio.
Antes nadie se quejaba de los medios. Ahora, los críticos son el enemigo número uno del que manda. Son mentirosos, chayoteros, enemigos o adversarios como él les llama. Antes no escaseaban medicinas. Ahora hay un desabasto tal, que la gente muere por falta de ellas y para los niños, se acabó de plano la esperanza, sin que al que ordena le preocupe lo mínimo.
Antes, nadie hizo notar que quisiera perpetuarse en el poder o que tuviera ansias de convertirse en dictador. Hoy, todos los días hay muestras evidentes de que el mandante alucina por esa condición. Antes se pagaban los votos a razón de 200 pesos durante los días cercanos a una elección. Ahora se pagan a casi tres mil pesos bimensuales.
Antes, las autoridades daban el famoso chayote a los periodistas. Ahora se dan carretadas a algunos medios y a personas que jamás ejercieron dicho quehacer, por expresarse bien del Presidente y a otros por hacerle preguntas cómodas en las mañaneras. Antes, no existían las aburridas conferencias matutinas. Ahora no hay cómo callar al que las profiere.
Antes se perseguía a los delincuentes. Ahora se impuso la estrategia de darles abrazos a los que descabezan a sus víctimas. Antes se capturaba a un malhechor importante, como El Chapo y ahora lo sueltan a la vista de todos. Antes ninguna autoridad se exhibía acompañada de maleantes. Ahora permiten ser filmados con los mismos, como si se tratara de un trofeo.
Antes se castigaba a los funcionarios cuando se exhibían sus trapacerías. Ahora todos, sin excepción, tienen disculpas. Antes se penaba a los funcionarios evidentemente incapaces. Ahora se dice que son los mejores del mundo.
Antes, nadie evidenció su admiración, respeto y devoción sin límite, a los mandatarios más repulsivos del mundo. Ahora hay verdadera adoración a los dictadores de países latinoamericanos, como al de Venezuela, principalmente; al de Cuba, al anterior de Bolivia. Como el espacio se acaba, sólo un antes y después más:
Antes no había apagones, a pesar de que el señor de palacio sentenció que jamás volvería a presentarse alguno. Lo hizo en varias ocasiones. Dijo que los gobiernos neoliberales compraron tanto gas a Estados Unidos para hacer negocio, que teníamos para 30 años. El lunes y días subsiguientes, 26 estados quedaron en tinieblas por falta del fluido. ¿Qué pasó señor Presidente? ¡Nada le sale bien!